Yolanda Díaz se anota un tanto antes de la deriva económica
Poca gente creía en la abogada gallega que llegó al Gobierno por la cuota del Partido Comunista e Izquierda Unida.
Alberto Garzón estaba llamado a jugar más protagonismo en la bicefalia con Unidas Podemos (con Pablo Iglesias), pero la formación violeta lo absorbió en un acuerdo ulterior con el PSOE, como el guión de una película gótica.
De forma paradójica para las maniobras orquestales en la oscuridad, Yolanda Díaz leyó la coyuntura a la que se enfrentaba; al Gobierno le faltaba cabeza y corazón para hacerse creíble y generar confianza, algo elemental en toda relación humana.
Díaz, vicepresidenta y ministra de Trabajo, emprendió entonces un viaje hacia la Arcadia feliz de la reforma laboral cuando nadie daba un duro por su capacidad e influencia política. Pero el ideario de la mitología griega se ha convertido en realidad.
Yolanda Díaz cierra un acuerdo con sindicatos y patronal que permite suprimir los contratos por obras o servicios, o ponderar el convenio sectorial sobre el empresarial, y limar la ultraactividad indefinida como mecanismo de devaluación adquisitiva.
Es un tanto político de altura del que se ha tenido que apartar Nadia Calviño; oh casualidad que el fin de la negociación coincidiera con la sociedad patrimonial creada por la ministra de Economía para eludir, presuntamente, el pago fiscal de una transmisión inmobiliaria.
Sin embargo, hay una duda que flota en el ambiente para el acuerdo de Díaz, patronal y sindicatos: ¿hasta dónde llega la perturbación económica para 2022 a cuenta del Covid? ¿Negociaron bajo presión sabiendo la que se avecina?
El deterioro financiero es tan duro como las rocas volcánicas, tanto que Pedro Sánchez baraja noviembre de 2022 para las generales, sobre todo, si el PP gana por mayoría holgada en Castilla León o y si se repite el resultado en Andalucía.
Nadie le va a impedir a Díaz presentarse a las elecciones como candidata a presidenta. Al tiempo.