Torre Eiffel se quita la mascarilla
Torre Eiffel, el monumento más visitado del mundo, reabre tras el confinamiento de tres meses y París vuelve a brillar a plena luz.
Eiffel se despereza tras el confinamiento. Sólo hasta la segunda planta y sin ascensor, claro… Así, poco a poco, reabre sus escalones la verdadera ‘Dama de hierro’ tras 104 días de cierre. El más largo desde la Segunda Guerra Mundial.
La Torre Eiffel se quita ‘la mascarilla’ y vuelve, majestuosa, a abrir sus puertas, aunque no a los 324 metros de altura. Pero simbólicamente, París y todos sus visitantes recuperan su icono para el mundo.
Cuatro días antes del confinamiento generalizado de la población cerraba y callaba, tímida, ante todo cuanto estaba pasando. Dejando a un lado el arte del viajar y el arte del soñar.
Decía Eleanor Roosevelt que “el futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños”. En ese sentido, cabría decir que somos muchos los que creemos y, en consecuencia, abrigamos ese futuro.
Soñamos cada día, aún antes de despertarnos. Y lo que es aún mejor, después de haberlo hecho. Llevamos el corazón lleno de sueños, como una constante, como todos cuantos visitan la Torre Eiffel agua vez en su vida.
Sueños que, como la propia Torre Eiffel, casi son el equilibrio que compite, paradójicamente, con esa otra fuerza también incorpórea para mantenernos con los pies en la tierra. Pero con el espíritu siempre fuera de ella. Así es esta Eiffel de largas piernas…
Y es que ser cautivo del soñar no es otra cosa más que ser libre para escapar, para imaginar otra realidad y ser capaz de hacerla propia. Ésa y no otra es exactamente la sensación que experimentas cuando subes a lo alto de la Torre Eiffel.
No es de extrañar por tanto que fantasear con el lugar donde nos gustaría vivir, después de contemplar su vista de 360º, sea uno de los primeros sueños del individuo, francés o no.
Más allá de los diferentes rincones descubiertos en los viajes y de los que disfrutamos evocando su regreso una y otra vez. Y en todo caso, más allá de cuanto nos vomita la realidad del entorno más inmediato, por supuesto.
(Ahí donde las calles del día a día se empeñan en atraparte tirando de tus zapatos hacia el mismo camino).
Hubo tambores y hasta una mascota de silueta sinuosa como la propia Torre Eiffel, coqueta como es para apuntare a una buena batucada cuando suena.
Fueron sólo tres horas las que se tardó en cerrar la mítica estructura de hierro pudelado, construida por Gustave Eiffel para la Exposición Universal de 1889 en París.
Pero se ha precisado tres meses para volver a abrirla debidamente, esto es, cumpliendo con todos los requisitos de seguridad sanitaria (que ya se suman a los habituales de seguridad por la alerta terrorista asumida de modo global).
De modo que ya no hay lugar para el romance en el corazón más alto de Europa… Salvo que lo lleves contigo, claro. Las distancias obligadas de metro y medio, amén de las mascarillas, sólo dejan lugar a la mirada. Distante y desconfiada.
Decía Platón que “conocer es recordar”, como premisa básica de la ‘teoría de la reminiscencia’, según la cual la enseñanza consiste en recordar lo que el alma sabía cuando habitaba en el mundo inteligible de las ideas, antes de caer a la caverna, es decir, al mundo sensible. Y quedar encerrada en el cuerpo y timoneada por los sentidos.
Tan expuestos éstos siempre al engaño, también el del amor, y a la distorsión más subjetiva de la realidad. (Y tan manipulables).
Benditos sentidos, en este caso. Y benditos recuerdos los de ese conocimiento… ¡Oh, Platón!
Recordemos pues, subidos a la Torre Eiffel. Asomémonos a ese pozo de sabiduría en el que la vida queda retratada para la inmortalidad, desde lo alto.