Tokio Disneyland es una fiesta al aire libre
Con el deseo de viajar, relato 12. La autora accede a la que fue una pequeña bahía de pescadores de Urayasu, para descubrir la hoy inmensa Isla de Fantasía, donde se reconoce como ‘generación Disney’ sin tapujos y sin pudor, y donde no se priva de degustar pasteles rellenos de pasta de judía dulce
#GanasDeVolver a salirnos del borde, esta vez el de ‘la barra’, porque tiene Las Canteras su horizonte abierto al mundo por partida doble. Porque cuando crees que ya lo has alcanzado, te invita a ir más allá.
Ganas de volver a ponerse en ruta con el salitre en seco y llenar la copa de vida. Ganas, en definitiva, de seguir. Porque así es la alegría del ser y del soñar, de partir y de llegar sin importar adónde.
Y puesto que el territorio nunca ha sido un límite para los isleños, menos lo es el mar. Más bien, paisaje que mirar por la ventana. Así que, de nuevo, ‘de isla a isla y tiro porque me toca’.
Volvemos a Japón como arranque de este 2021 y hasta donde la ola nos lleve saciándonos de vida. De regreso en la isla principal de Japón, la gran provincia de Honshu, pero más específicamente en Tokio, la capital del país.

Disney enTokio, entrada al parque en un área que fue en su día una pequeña bahía de pescadores. (Foto Espiral21).
Pero con el propósito de visitar una isla aún más pequeña dentro de ésta, una a la que podríamos llamar ‘la Isla de la Fantasía’, como en el cuento de Pinocho pero… En versión nipona.
Nos dirigimos al primer parque de Disney que fue construido fuera de los Estados Unidos a tal fin en la bahía de Tokio, concretamente a Urayasu, en el delta del río Edo.
Pero acaso ‘la Isla de la Fantasía’ de nuestro más querido mentiroso, y alma reversible, no era producto de la imaginación del hombre… Originariamente, la orilla de Urayasu era un pequeño pueblo de pescadores, pero el área dedicada a la fantasía fue recuperada de las aguas y se llama ‘Shin-Urayasu’ (Nueva Urayasu).
Después de todo, en tiempo de Epifanía llegan los únicos Reyes generosos de este mundo, que merezcan lucir mayúsculas o nuestro respeto por ello. Y si para cerrar el año, elegimos quedarnos cerca, para iniciar este otro… Volvamos de dentro a fuera como una verdadera fiesta.
Con voladores y fanfarrias, risas y excesos. Estamos en el Disneyland japonés después de cruzar en tren desde la zona metropolitana de Tokio. Nos bajamos al llegar a la estación de Maihama, en la línea de ‘JR Keiyo’, una línea circular que recorre la bahía. Imposible resistirse a cruzar al otro lado del espejo, imposible, al menos, para alguien que se reconoce como ‘generación Disney’ sin tapujos y sin pudor.
Tokio Disneyland es una fiesta al aire libre. Y para qué negarlo, ya sé que puede chocar si analizamos el curso de la historia entre estos dos países, Japón y Estados Unidos. Pero hay ‘flechazos’ que están por encima, incluso, de la propia historia.
Más aún si se trata de rendirse a la alegría. Idéntico a los parques americanos en la estructura básica de sus cuatro grandes áreas, cuenta con otros tres ‘mundos‘ fantásticos más (la verdad que aquello era inmenso), y pese a todo, una incuestionable identidad japonesa que a priori, parecía imposible.
Pero la imaginación todo lo puede (y el ‘amor propio’, más). Así por ejemplo, no esperes comer ‘blueberries & cranberries muffins’ dentro del parque (o sea, magdalenas de arándanos y arándanos rojos).
Porque todos los pasteles están rellenos de pasta de judía dulce, aunque no sean ‘dorayakis’… ¡Deliciosa! Y casi adictiva, me atrevo a decir. ¿La única excepción? Los ‘matcha muffins’, de espectacular té verde y con pedacitos de chocolate blanco. (No adictivos, éstos, sino lo siguiente).
Por lo demás, debo reconocer que tú y yo, como occidentales, nos convertimos en unos personajes más en este parque, visitado principalmente por japoneses.
De modo que no te sorprenda que la gente que te ve haciéndote una foto con ‘Chip y Chop’, seguidamente, te interrumpa…
Pero no para tomar una instantánea junto a las ardillas más famosas de Walt Disney, sino para pedirte selfies, pues allí puedes llegar a ser más exótico aún que estos simpáticos roedores.
La verdad es que resulta del todo singular encontrarse en medio del universo Disney, que te ha acompañado desde tu más tierna infancia, y escuchar a Mickey Mouse saludarte con un “ohayo gozaimasu”… Lo confieso.
La verdad es que me hubiera pasado la mañana dándoles los buenos días al ratón Mickey, sólo por oírselo decir una vez tras otra. (Cuando me encontré con Pluto, no pasé del ‘Konnichiwa’ para evitar las reverencias, claro.

La autora junto a las calabazas de Cenicienta, degustando un tentempié de judías dulces. (Foto Espiral21).
Cuando sales, muy próximo al parque está Ikspiari, otra área inmensa que, ya sabes, pretende prolongar tu tiempo de estancia en la nebulosa de la deambulación más extravagante del ‘things and food’. Pero que siempre resulta curioso de ver, pues te brinda la oportunidad de analizar la idiosincracia de una sociedad.
(Quizá la globalización más voraz, según se mire). Yo por mi parte, sigo tomando té verde mientras miro el horizonte.
Lo cierto es que después de aquello, reconozco que sigo aguardando la llegada de los Reyes Magos (aún siendo republicana), del mismo modo que jamás he podido olvidar aquel Mickey que decía “ohayo gozaimasu” en vez de “Hi”.
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