Pompeya, adicción al pasado bajo la lava del Vesubio
#TeCuentoUnSecreto relato 6. La autora, en su viaje por el mundo, queda petrificada por los secretos de las cámaras privadas de las antiguas villas romanas sepultadas por el volcán hace 2.000 años. Los cuerpos calcinados del ´Beso´ muestran el abrazo roto de 2 amantes que callaron para siempre
#TeCuentoUnSecreto salado como el mar y tan profundo como la tierra que lo cubrió, que demuestra que ningún tiempo es perdido si se vivió. De hecho, a veces, aquello que acaba con la vida es lo mismo que mantiene sus huellas.
Pompeya es el claro ejemplo de que la muerte puede mostrarte cómo se vivió. Más aún, de que se puede ser adicto al pasado sin ser consciente de ello y de que, definitivamente, la nostalgia forma parte imprescindible de la propia vida.
Y dar la espalda al Vesubio, cuando visitas Nápoles, para adentrarte en la antigua ciudad romana de Pompeya es toda una aventura, que constituye el mayor viaje por el túnel del tiempo que hayas hecho jamás en tu vida.
Toda una invitación a averiguar qué pasó en el momento en el que desapareció engullida por el volcán. En definitiva, en qué andaba unos y otros, para acabar sorprendiéndonos con la cotidianidad de la vida convertida en arte.
En realidad, los secretos comienzan a salir a la superficie en cuanto empiezas a entrar en las cámaras privadas de las antiguas villas… Pisas por donde todos ellos lo hicieron antes, y por última vez.
Y es que estamos hablando de nada menos que 45 hectáreas de terreno excavado al sur de la caótica y vibrante Nápoles. Pero cuando el temible Vesubio tembló, hasta la línea de costa cambió y creció unos dos kilómetros hacia el mar.
Por ello, lo primero que te sorprende es entrar por la ‘Puerta Marina’, lo cual no acabas de entender hasta que no conoces este dato. Sencillamente, Pompeya estaba a la orilla del mar, aunque ahora cueste creerlo.
Y exactamente por ahí entramos al bajarnos del tren de cercanías ‘cirumvesubiano’, que une Nápoles con Pompeya. Exactamente por donde tantos ‘pompeyanos’ intentaron su huida imposible… Por el mar.
El mar está ahora sólo en el horizonte. Pero nadie vuelve la vista atrás cuando entra en Pompeya, así que poco importa. Bueno, quizá sí… Todos volvemos la vista hacia el pasado.
Caminas por la calzada de la antigua ciudad romana con los huecos de la puertas de las casas a cada lado casi como un intruso, creyendo escuchar aún el bullicio de la vida en un día de mercado.

Pompeya con las calzadas intactas gracias a los metros de ceniza que sepultaron la ciudad durante siglos. (Foto Turismo de Italia).
Y preguntándote también por el grosor de la piel de las suelas que debían calzar en sus sandalias, para poder pisar sin ningún problema semejantes adoquines.
(Bueno, mejor dicho, ‘losas’ del empedrado, pues si las piedras de los pavimentos nuestros fueran las de entonces… Los ‘pavés’ del Mayo francés habrían causado la muerte de la mismísima revuelta del 68 por pura pedrada).
Pero fascinados de cuánto no debió fraguarse en aquel inmenso Foro. Consciente de los rincones para el esparcimiento y también para los discursos, admirado de la vida pública de otros tiempos en los que la sociedad practicaba la colectividad hasta en las más pequeñas cosas.
Con la vista puesta en los frescos de la ‘Villa de los Milagros’ y el rojo fuego de sus fondos, inevitablemente, te hace pensar en el color de la lava del Vesubio. Casi como una premonición de lo que aquella tierra escondía.
Pero Pompeya es tan grande que te falta el día para verla toda como a ellos, los pompeyanos, les faltó la noche de un nuevo amanecer que vivir. La casa de Efebo, la del Cirujano, la del Poeta, el Fauno, la del Centenario.
Los Baños subterráneos y los diferentes Templo. Pero sobre todo, el calor… Se diría que la piedra aún pudiera devolver toda la furia ardiente del Vesubio que la cubrió. Ésa, al menos, es la sensación que te acompaña. Supongo que la sugestión de la escenografía que te rodea, hace el resto.
Y cuando crees que el mayor secreto de Pompeya puede ser el ‘Lupanar Grande’ (del latín, ‘guarida de las lobas’, ya que a las prostitutas se las consideraba promiscuas como las hembras de los lobos), esto es, el mayor burdel de toda Pompeya, adornado por decenas de pinturas eróticas…
Te topas con el beso. Sí, el beso. Sepultado por la ceniza y, sin embargo, eterno. Un último abrazo roto en el mercado o ‘macellum’ del foro. Entre tanta escena conmovedora de cuerpos calcinados boca arriba, con los brazos hacia arriba intentando cubrirse del horror de la muerte, aparecen dos juntos.
Unidos por un beso. Entregado o robado, entre iguales o distintos, cautivo o sincero… Qué más da, acaso incluso fuera el primero de aquellos dos seres, pero se convirtió en el último y definitivo.
Decía el poeta Neruda “en un beso, sabrás todo lo que he callado”. Y así es también Pompeya. Sabemos de cuanto calló por cuanto ahora nos revela. Salvo ese beso al partir.
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