Pekín, la ciudad de recuerdos color marrón
Memorias de nuestros viajes, episodio 15. La autora soñó siempre con pisar la 'Tierra de los Dragones' y La Gran Muralla hasta que conoció a Maylin, una joven guía turística de 23 años que negaba los sucesos de Tiananmén sin perder la sonrisa
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Me queda claro dos cosas (al menos), que revivir nuestros recuerdos es la mejor manera de seguir soñando. Y la segunda, no me cansaré de repetirlo, que las mejores aventuras se viven siempre en compañía de otros.
Así que, repasando la memoria de nuestros viajes, sin más normas de pensamiento que la propia ilusión… El sueño era pisar la llamada ‘Tierra de los Dragones’.
Ese extenso territorio que encierra una cultura milenaria y que es conocido por el nombre de China, donde conviven nada menos que 56 etnias diferentes. Una tierra atravesada de Norte a Sur por el mítico Yangtzé, el mayor río del país asiático y el tercero del mundo.

Dragones custodios de buenos augurios en una de las puertas de la Ciudad Prohibida. (Foto Turismo de China).
Una nación pensada a priori como territorio de secretos, alimentados por la literatura y el cine. Siempre soñada como morada para los misterios y para el sigilo de la filosofía, en la que encontrar un significado para cada elemento.
Y también un porqué a cada soplo de vida o una meta a cada paso dado en el camino. Lo cierto es que hay viajes que uno siempre planeó desde la imaginación, ésa que te lleva a verte recorriendo la Gran Muralla china, claro.
Un día, de repente, las cábalas de la propia vida te colocan justo en la ruta soñada. Y durante las muchas horas de vuelo te preguntas si alguna vivencia personal, aún por descubrir, se acoplará al secreto de por qué la Ciudad Prohibida alberga 9.999 habitaciones (Número que simboliza la paz eterna).
Así soñaba China, justo como ese palacio en Beijing (Pekín), el más grande del mundo, abierto por los 4 puntos cardinales: la Puerta del Mediodía, la Puerta del Genio Militar, la Puerta Florida del Este y la Puerta Florida del Oeste.
Cuatro posibilidades para otras tantas intenciones, según los corazones, a la hora de acceder al recinto para un trayecto inolvidable. Bien por la considerada entrada natural flanqueada por dos leones, la Puerta de la Paz Celestial (Tiananmen), bien por la Puerta del Mediodía (Wumen), la más grande de todas ellas. A través de la más importante o Puerta de la Suprema Armonía (Taihedian) y finalmente, la Puerta de la Pureza Celestial (Qiaqingmen).
Claro que ésa es sólo la teoría, sobre todo, si pensamos que la de Tiananmén es la Puerta de la Paz Celestial… Y no diré más, al menos por ahora.
Y es que pese a todo ese decálogo de buenas intenciones filosóficas, sin embargo, mi recuerdo tiene color marrón, el mismo que diviso como primera imagen desde el avión al sobrevolar el Desierto de Gobi, y que me acompañará hasta el final del viaje. Es el color de su abundancia y de su falta de ella.
Grandes superficies a las que el crecimiento de tantas bocas (más de 1.400 millones) ha desertizado hasta las entrañas, siendo el mismo tono que flota en aire de tantos caminos, calles, carreteras o autopistas que cruzan el país. Y del que parecen querer librarse con mascarillas que cubren sus sonrisas, o no.
(Mucho antes del Covid-19… Quién lo hubiera dicho, o no).
Es un color plomizo que rivaliza con la gravedad a la hora de mantenerles los pies en el suelo, sin tiempo para mirar un cielo que no es posible ver debido a esa bruma constante de la contaminación.
Y que invita a preguntarse si será un impedimento a la hora de soñar y se traduce pues en tristeza, o bien, si los chinos no necesitan de tal fuente de inspiración a la hora de imaginar su futuro. Porque corren hasta él, seguramente, en bicicleta.

Pekín es la ciudad con más bicicletas del mundo, también una de las más contaminadas. (Foto Turismo de Beijing).
Y lo hacen en grupo, porque el sentido de la colectividad sigue estando presente en una sociedad que antepone el esfuerzo conjunto a las prioridades del individuo. Siempre según la teoría, claro.
Se percibe en cada acto cotidiano del día, incluso en el momento de la comida, no parece haber lugar para la improvisación. Siguen una pauta medida y casi en sincronía.
Se incorporan juntos al trabajo, de manera ordenada, siendo una de las imágenes más atractivas la bandada de bicicletas, centenares o miles. Un verdadero desfile cuando despunta el alba o cuando acaba la jornada, aunque no para todos (el sector de la construcción tiene relevo nocturno).
Es un país que no se para nunca… Pero también hay tiempo para el ocio. (Y sí, cuesta creerlo).
Al caer la tarde, con la luz rosada de un sol inmenso, embelesa ver a los mayores entregados a animadas partidas de cartas, entre canciones populares y charlas al son de instrumentos tradicionales.
Sentados todos ellos en los aledaños del parque de Tientan Gongyuan, junto al mágico Templo del Cielo. Allí donde se oraba por las buenas cosechas, el mayor de toda China en su clase, y sin lugar a dudas, el más bello.
Se trata de una superposición de edificios de planta redonda entre los que destaca la Bóveda Imperial del Cielo, rodeada por el Muro del Eco… Una fina tapia circular de ladrillo que propaga el sonido de la voz, hasta el punto de poder mantener una conversación en dos puntos opuestos.
Muchos son los lugares que brinda la capital china para acudir a orar hoy en día. Quizá uno de los imprescindibles para cualquier viajero que desee adentrarse en el sentir de este pueblo, y conocer esa esencia que late diferente, sea el Templo del Lama (una estatua de Buda de 18 metros de altura, esculpida en madera de sándalo).
Acudir a un punto budista de oración para los chinos es dejarse llevar por las sensaciones desde el primer instante. El aroma a incienso es embriagador y el tiempo parece detenerse, casi parece que no existe noción de él. Y uno siente al caminar que su pasado, presente y futuro se entremezclan con los anhelos del porvenir.
Sorprende que todo suceda a la luz. Nadie se aparta para buscar una intimidad que se antoja innecesaria y los ritos se exhiben ante el resto, mientras los murmullos de tantas peticiones flotan en el aire. Adormecido con el humo de las varillas quemadas al entrar, siempre fuera del recinto para evitar el deterioro de las imágenes.

Gran Muralla, uno de los lugares turísticos más visitados del mundo. Es falso que se vea desde la Luna. (Foto Turismo de China).
Es esa otra China que no se paga en ‘yuanes’… La que esperabas encontrar cuando te imaginabas en la Gran Muralla.
Y por ello cuando sales de ese refugio de buenas oraciones y te adentras por los ‘hutong’ del Pekín más tradicional, los callejones de casas bajas todas del mismo color gris, no imaginas que será en estos barrios donde el destino más te descoloque.
Se llamaba Maylin, tenía 23 años y, tras devolverme la sonrisa, se ofreció a desvelarme algunos de los entresijos de esta parte histórica de la ciudad para el chino de a pie. Así, además, practicaba su inglés.
Una vez superados todos los tópicos del tipo de construcción y las actividades más cotidianas, estaba claro que le preguntaría su visión sobre los sucesos de Tiananmén y si había habido avances para los más jóvenes.
Sin embargo, cuál no sería mi sorpresa cuando me dijo que no sabía de qué le hablaba, que si ya habíamos visitado la Ciudad Prohibida porque en la Plaza, en realidad, “no había nada que ver”…
Estupefacta, pasé a relatarle en un ‘flash’ lo que había motivado a los estudiantes a manifestarse en esa misma plaza en 1989, aprovechando la visita del mandatario ruso Gorbachov a la ciudad, y la terrible matanza que había tenido lugar la madrugada de ese 4 de junio.
Sencillamente, no sabía de qué le hablaba. Estaba claro por su edad que ella debía ser una niña por entonces, pero no me podía creer que ello le impidiera conocer su propia historia, la más contemporánea.
No daba crédito a sus palabras cuando me indicó que lo que le contaba era “un invento de la prensa extranjera, que en Tiananmén no había muerto nadie”.
Maylin no se molestó porque no me creyó. Eso es todo. La matanza de Tiananmén no había tenido lugar porque el mismo mes de junio de 1989 dejó de hablarse de ella en China, claro. No así en el resto del mundo.
Ni siquiera conocía la famosa imagen del ‘hombre del tanque’, fotografía ganadora del ‘World Press Photo 1990’. Y como Maylin, toda su generación y sucesivas. Las anteriores, también. ¡¿Por qué no?! Lo que no se cuenta, no existe.
‘El hombre del tanque’, el rebelde desconocido que se enfrentó a una hilera de tanques a la mañana siguiente, fue fotografiado por cuatro profesionales distintos a una distancia desde 200 metros desde los balcones del Hotel Beijing, donde la prensa internacional fue recluida.
La foto vio la luz porque el carrete fue escondido por uno de los fotógrafos, Charlie Cole, en la cisterna del inodoro del baño, y logró enviarla a redacción pese al registro de la policía china.
Y sin embargo, todo esto era un relato de ‘los misterios de Occidente’ para Maylin. De pronto, me di cuenta que la dirección de la Gran Muralla tenía un solo sentido para mí, el de ida. No el de vuelta.
Hace tres años, el Gobierno Británico desclasificó un telegrama de Alan Donald, el entonces embajador en la capital china, en el que aseguraba que el número de muertos en Tiananmén era de 10.000, frente a los 500 del Gobierno chino. Pero Maylin me devolvió una vez más la sonrisa y se despidió de mí.
(Para seguir leyendo)
Relato 1. La tarde que busqué los caballos de la puszta húngara.
Relato 2. ‘Candomblé auténtico’ o cómo camelar a 50 turistas en Salvador de Bahía.
Relato 3. Fuí a bailar ‘Zorba el griego’ y me encontré con el seísmo de Atenas.
Relato 4. Jerusalén, un rostro distinto según la hora del día.
Relato 5. ‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí.
Relato 6. Nikko y los 3 monos del puente rojo.
Relato 7. París guarda mi secreto en Hotel Du Nord de Laurent y Farid.
Relato 8. Los dátiles de Auschwitz en un tren por Polonia.
Relato 9. Modelos de Botero en un ‘Hammam’ turco.
Relato 10. La oreja de Dionisio escucha los secretos de Sicilia.
Relato 11. Laponia me regaló el ‘Sol de Medianoche’.
Relato 12. Giza me sostuvo en la eternidad unos segundos y Aicha me trajo de vuelta.
Relato 13. Petra y mucho más allá del desfiladero.
Relato 14. Venecia enamora más si la Luna es de pomelo.
Relato 16. Win Wenders me mostró al ángel de Berlín en un hotel de 2 estrellas.
Relato 17. Essaouira el tango de las gaviotas.