París (Isla de San Luis), pan, vino y felicidad
Con el deseo de viajar, relato 3. La autora desvela uno de los rincones más apreciados de París, atravesando la orilla de izquierda a derecha, brindando por la vida y a la espera de la hora en que los corazones se enamoran
#GanasDeVolver allí donde sólo tú y yo sabemos… Aunque quizá también tú ya lo hayas adivinado, porque no me canso de escribir de sus días, de cada uno de sus momentos.
Y estas últimas semanas, siento sus colores más cerca y más íntimos que nunca. Porque sólo pensar en ella me lleva siempre de vuelta, a sus calles y a mis instantes compartidos.
Al agua que corre siempre, cada mañana, por los canalillos del borde de sus aceras, para así refrescar el día que arranca. No es un rostro o un nombre. Son más de uno porque son tantos… Mucho más que una experiencia es volver.
Y es que hay ciudades a las que siempre vuelves. Quizá porque nunca te terminas de ir y sólo te alejas para aguardar el reencuentro. Pero esto mismo ya te lo dije cuando tocó quedarse en casa. (Nos tocó a todos).
De nuevo, elijo una orilla. Bueno, dos. La derecha y la izquierda, porque me ofrecen dos estampas distintas de una misma ciudad. Y de nuevo, elijo una isla, en medio de ambas.

París, desde uno de los puentes sobre el Sena que conduce a la Isla de San Luis, con la autora del relato (Foto Espiral21).
Cambio de país sin salir de Europa. Me voy de isla a isla y tiro porque me toca. Estoy en un atardecer y en un callejón. Veo una cúpula al final de las escaleras y también una estación de metro.
Pero lo que siento es un beso… Siempre un beso, a orillas del Sena y estamos en París otra vez. Son las ganas de volver. Azul, blanco, rojo.
Después de todo, qué es verdadero y qué no lo es… En el arte como en la vida. Lo que importa es lo que te cuentan los sentidos en cada momento. Y el calor y el color dictaban que ya había llegado el verano a París. Apetecía asomarse al Sena y cruzar, claro, hasta l’Île Saint-Louis (la Isla de San Luis).

Isla de San Luis, en primer plano, con la Isla de la Cité, detrás, el centro neurálgico de París desde el aire. (Turismo de Francia).
Si vas desde la orilla derecha, sabrás que es la de la Ópera pero también la de la colina de Montmatre, la de las manifestaciones en la Plaza de la República o los Museos Louvre y Pompidou, así que no valen las etiquetas.
Pero si cruzas desde la orilla izquierda, lo harás desde la bohemia de Saint-Germain-des-Prés y el ‘Café de flore’. Y sin embargo, de las alturas de la torre de Montparnasse, pero también de los nombres de tantos artistas de ese mismo cementerio.
Es la orilla de su mercado de quesos en la ‘rue Mouffetard’ y las apariciones de la virgen en la iglesia de ‘rue du Bac’, pero también el impresionismo del museo d’Orsay y… La Torre Eiffel, claro.
El estallido de vida se aloja en la retina desde el primer instante y te enamora, o no, como si volvieras a ver la ciudad en una primera visita, despertando un amor para siempre o cayendo en el olvido.
En mi caso, soy de las primeras. Me enamoró para siempre. Y de pronto París pareció tener todo un mundo preparado para nosotros. De pronto, París fue nuestro pan y nuestro vino. Y respiramos felicidad, sin más.

Paris, con el arcoiris sobre Notre Dame, en una tarde, desde el puente anterior a la Isla de San Luis. (Foto Nadia Jiménez Castro).
Resultó que era cierto, que no hay más patria que la del arte. Pero del arte de saber vivir y beberse la vida a tragos. Porque no hay mayor verdad que la de las sensaciones del propio cuerpo que sabe obedecer al alma.
Y obedecimos. Elegimos la más pequeña, île de Saint-Louis, frente a la mucho más mayor ‘Ìle de la Cité’ con sus monumentos. Era domingo y el sol brillaba perfecto sobre el azul del lienzo de París.
Tocaba hacer un picnic sin salir del centro y la coqueta isla de San Luis nos lo ofrecía todo para ello. Fuimos a surtirnos a nuestra pequeña ‘boulangerie’ de siempre, la de la calle de la iglesia (el único monumento). Bueno, si no consideramos como tal lo que esconde el 31 de la ‘rue saint louis en l’ile‘, esto es, la famosa heladería Berthillon. El mejor helado de maracuyá o ‘fruit de la passion‘, que dicen los franceses.
‘Baguette à l’ancienne’ del día (es decir, al modo tradicional), y pequeños ‘Crottin’, de Chavignol y d’Antan, y otro par de cortes de queso de Cantal y Mimolette (todos de la rue Mouffetard, claro). Yogur de granja con cassis y pequeñas ‘Madeleines’ aún tibias del amigo panadero con gorro y su bigote (antes oscuro).
Y toda la ilusión que inflama el corazón cuando te sabes dichosa con quien contigo va. Cuando te sientas sobre la hierba bajo un árbol en la ‘proa’ de ‘île Saint-Louis’ y París aparece pintada frente a ti. El río fluye pero la vida se detiene para que la vivas, plena.
Es la fuerza del color y las imágenes, pero sobre todo del espíritu que hay detrás de toda esa vida que bulle. Es como ese torrente que se adivina en un cuadro de Kandinsky, en ese interior desbordante de sensaciones pero también de interrogantes.
El mundo detenido mientras París se convierte en un caleidoscopio abierto y orientado hacia el mundo… Y nosotros flotando sobre el Sena, literalmente.
Como el mismo Kandinsky escribió: “El blanco suena como el silencio, la nada antes de volver a empezar”. La mismísima Torre Eiffel asomaba en su punta, por detrás de la gran catedral de Notre Dame.
Y todo, resonaba en mi interior mientras lanzábamos migas de ‘baguette’ a dos cisnes que pasaban, en pareja, claro. Hasta las campanas seguían resonando en mi interior, como si de una fiesta se tratase.
En verdad, es la ‘joie de vivre’ francesa (la alegría de vivir), o el ‘¡pura vida!’, que claman los costarricenses. Lo sé. Pero nosotros estábamos de nuevo a la orilla del Sena, haciendo un picnic al aire libre y el mundo se había detenido.

Paris con sus vibrantes terrazas al borde del río, a la espera ahora de volver a la normalidad. (Foto Espiral21).
Casi cae la noche y aún no hemos parado de hablar, como en una foto fija. “Ah, que le temps vienne où les coeurs s’eprennent”, puede leerse al comienzo de la película ‘El rayo verde’, citando a Rimbaud.
“Que llegue la hora en que los corazones se enamoren”, porque, tal y como explicaba el personaje del viejo lobo de mar a la desesperada Delphine, frotándose su gruesa barba de sencillo pescador… Cuando aparece el rayo verde pueden conocerse los sentimientos propios y ajenos.
Con ‘Pauline en la playa’ yo había descubierto el milagro de lo cotidiano y el cine de Éric Rohmer. Ya sabes, no cabe el confinamiento bajo un cielo de tanta libertad. Cae la noche y amanece en París.
Para seguir leyendo.
Relato 1. Lido de Venecia con ‘999 rojo’ en los labios.
Relato 2. Isla Tiberina, ángeles, tango y un beso en Roma.
Relato 4. Monte Sainn Michel, la isla de Normandia que deja de serlo.
Relato 5. Saint-Malo la joya de la Bretaña donde ‘la felicidad es casera’.
Relato 6. Stonehenge, un misterio para la eternidad.
Relato 7. Marken y Volendam te devuelven la libertad sin etiquetas.
Relato 8. Sopot la orilla polaca que permite salirse del borde.
Relato 9. Helsinki donde la brisa lleva la sal a tus labios.
Relato 10. Miyajima, la isla sagrada de Japón en la que nadie nace ni muere.
Relato 11. Playa de Las Canteras, siempre fiel cuando la vida te desborda.
Relato 12. Tokio Disneyland es una fiesta al aire libre.
Relato 13. Otaru, la bahía japonesa donde canta el amor.
Relato 14. Sáhara, ‘nosotros tenemos relojes, pero ellos poseen el tiempo’.
Relato 15. Gaztelugatxe, donde las campanas resuenan más que el Cantábrico.
Relato 16. Hondarribia, el saludo de Euskadi a Francia desde la orilla.
Relato 17. Oporto, la posta más aclamada de Portugal.