París, colores del arco-iris para volver siempre
#TeCuentoUnSecreto relato 20. La autora, en su viaje por el mundo, desvela el secreto parisino más anhelado de la historia que no es otro sino el poder de los signos frente al signo del poder. Un periplo con retorno en el que no hay distancia por vencer ni más secretos que callar
#TeCuentoUnSecreto con el que hacen 20 ya, como en esas viejas rimas que nos cantaban los abuelos para enseñarnos a contar… Y justo, al cruzar la fecha del 20 de noviembre (el Día Universal de la Infancia).
Una, dona. Tena, catona. Quina, quineta, estaba la Reina sentada en su cabineta. Vino Gil y rompió cuadril. Cuadril, cuadrón. Cuéntalas bien que las veinte son…
Uno a uno, punteaba todos los dedos de tus manos, para luego seguir con los suyos, y hacerlas chocar juntos. En aquel sencillo ingenio de los abuelos, el 20 no llevaba ‘hastag’ ni letra en mayúsculas.

París en la decoración étnica del ‘Ave María’, cerca de Belleville, uno de los barrios más multiculturales de Europa. (Foto E21).
(No albergaba artículos o reglas ni, sobre todo, cifras con rostro y nombre propio, teñidos de rojo).
Entonces el 20 era sólo un horizonte desde la edad de la inocencia, y las muñecas de ‘Famosa’ se dirigían al portal, para hacer llegar su cariño y su amistad. Era un mensaje feliz y todos conocíamos la canción.
Ahora, la Navidad parece menos jubilosa aunque brille más, y nadie se acuerde ya del blanco y negro. Las muñecas llevan, todas, chaleco amarillo para reivindicar, con acento francés y en el tercer aniversario de su nacimiento, que nada puede continuar igual.
Y a mí esta cifra del 20 me lleva hasta París, una vez más. Mi primer y último viaje, siempre. Porque suena de fondo “Dreams” de los ‘Cranberries’, que me canta que la vida cambia todos los días y que los sueños se harán realidad.
(Como mismo canturreaban los abuelos tu llegada al 20).

París con el arco-iris sobre Notre Dame, con la autora, desde el puente de Saint Michel. (Foto E21).
Pero me llevan hasta París porque pienso en más de un color, no sólo en la alegría del amarillo, sino en un arco-iris completo. Más allá de aquel que recorrían los chapines rojos del camino del ‘Mago de Oz’.
Pienso en uno propio… En aquel que me mostró el final del verano sobre Notre-Dame, justo antes de la pandemia. Observábamos con desconsuelo la ausencia de la aguja tras el incendio de su cubierta, cuando el cielo descargó para recordarnos su omnipresencia. Como ejercicio de resistencia o como acto de fe, casi.
Estruendosa como la realidad, cayó toda el agua del mundo en sólo dos minutos. Estoy segura de que debió de colarse algo en su interior, pese a los protectores del vacío dejado por el incendio en su lugar.
Pero allí seguía, solemne. Después de todo, esta catedral es el bastión de la primera feminista de la historia, la jovencísima Juana de Arco. (Si ignoramos a María Magdalena, claro).
Y de repente, un profundo silencio antes de que la vida comenzara de nuevo, dibujando un enorme arco-iris completo sobre la mismísima Notre-Dame, como una señal…
Centenares de velitas acudieron a mi recuerdo, como promesas ciertas de tantos deseos y sueños. De tantos anhelos de cuantos acudieron allí a prenderlas, confiados en el destino.

París luce otro en la carta del restaurante ‘Ave María’, en las inmediaciones de la calle Oberkampf.
Su silueta completa, tan brillantemente delineada, debió de durar aún menos que el escaso y repentino tormentón. Pero lo suficiente para detener el tiempo, atrapado en cada uno de sus colores. Protegido bajo su arco.
Reservado sólo para los que estábamos en el puente aquella tarde. Pero también sólo para quienes miramos al cielo en ese preciso instante. Quizá porque creímos en el poder de los signos, más que en los signos de poder.
Quizá sólo porque buscábamos una gota más. Lo cierto es que ahí estaba, como la entrada al mundo que vendrá y el tiempo que será. El arco-iris más bonito bajo el que he depositado mi sonrisa (hasta ahora), con la esperanza de siempre volver.

París es también muy ‘wonderland’, como la decoración de una de las habitaciones de ‘Absolute’, uno de los hoteles más ‘indies’ junto al Canal Saint Martin, con Alicia portando gafas virtuales, junto a la autora (Foto E21).
Volver a París, claro. Pero volver. En definitiva, volver. A tantas cosas. Volver a sentir que los 20 son, y los siguientes también. Que el rayo verde es visible en cualquier horizonte de aquí o de allá, y cualquier día.
Volver a ser tan frágil como ese arco-iris, para así volverte de nuevo a mirarlo. Y volver a brotar despacio para vivirlo todo profundo, abierto de par en par.
Volver a volver, con la intensidad de una mirada en un único sorbo, y la ilusión del primer beso. Cubiertos por el amor como único manto bajo el que siempre volver, y seguros de que no hay distancia por vencer o momento que no te cambie. (Ni más secretos que callar).
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