Paddington, mucho más que un peluche en una estación de tren
#ParaVivirVivo, episodio 5. La autora evoca los sabores navideños con aroma a canela, clavo, cáscara de naranja y jengibre para retroceder a la estación londinense de Paddington, el refugio de uno de los personajes más famosos de la literatura infantil creado por Michael Bond en 1958
#ParaVivirVivo abrazando la felicidad sin distancias, para que no se me escape soñando. Sigo soñándote, vida, inmensa… Toda infinita, abro bien los ojos para no perderme nada, porque ya no quiero el sueño. Pero sin renunciar a los recuerdos.
Y en ellos rebusco a qué aferrarme, desde el desapego más físico pero la devoción más apasionada. Y con el alma encendida, repaso todos esos momentos de feliz lucidez que quisimos vivir.
Miré la lluvia aún por llegar y guardé las horas, para saludar y despedir al sol aquel mismo día. Y guardé su estampa. Con aroma a canela, clavo y cáscara de naranja. Sabor a jengibre y estampa, inequívocamente, de Navidad.
Las fiestas nos habían llevado lejos, en la distancia y en la memoria, pues nos condujo hasta nuestra infancia. Hasta aquellos personajes que nos hacían sonreír y seguir soñando con el futuro.
Éste vestía una ‘parka’ azul, bien abrigado y más que tres cuartos, porque su graciosa fisonomía infantil hacía que la prenda le quedara más larga de lo debido.
Su sonrisa quedaba enmarcada por un sombrero de explorador color rojo, lo que señalaba aún más el saliente de su hocico, recordándonos la fantasía de su realidad.
Decía venir del “misterioso Perú”, de lo más recóndito de su selva, pero acabó en la estación londinense de Paddington. Y jamás nadie lo hubiera imaginado, más allá de la literatura infantil… Pero, lo cierto, es que allí estaba.
Con mirada tristona pero llena de sueños, intentaba espantar a una paloma que caminaba por los andenes como si no supiera volar. Seguramente, tan sólo huía del frío, como este amigo peludo venido de Sudamérica… Un oso de anteojos.
Junto al reloj de la ‘plataforma’ 1, el Oso Paddington se disponía a comer un sandwich de mermelada de naranja, como mismo venía haciendo desde las Navidades de 1958… ¡Ahí es nada! Después de todo, sólo buscaba una vida emocionante en Londres. Al menos, tanto como nuestra visita.
Tampoco yo pensé nunca hacerme una foto junto a un oso que llevara un abrigo más bonito que el mío, y que prefiriera la mermelada de naranja amarga a la de limón napolitano (Mi favorita).
Pero miré a su maleta y lo supe… Me había conquistado. En ella colgaba una etiqueta que decía: “Cuiden de este oso, por favor”. Al fin y al cabo, también él era latino.
Para seguir leyendo
Relato 1. L’espresso en la barra, de pie y de un solo buche.
Relato 2. Bouquinistas de París, tesoros únicos de libros antiguos y carteles.
Relato 3. Tangos, maullidos y ‘Cinema Paradiso’ en Roma.
Relato 4. Mafalda en Oviedo nos recuerda que el mundo no ha cambiado tanto.