Oxanna, de un tren de Ucrania a la Feria del Libro de Las Palmas
#UnaMañanaDeSol, episodio 4. De Cracovia a Eslovaquia hasta Budapest a través de Los Cárpatos, con Ucrania al Este. No imagino cómo de oscura es la huída de los refugiados. La mirada de la jovencísima Oxanna me conmovió durante los seis días que pasé a saludarla
#UnaMañanaDeSol y si la puertas de la ciudad se cierran durante la noche hasta el alba, habrá que abrirlas entonces… No sea que tardemos toda la eternidad en descubrirla.
Pero no fue así. Las murallas de Bérgamo, su aparente y regia seguridad, me recordaron aquel tren que cruzó Eslovaquia de norte a sur. Partimos de Cracovia para llegar hasta Budapest… Claro que nosotros no huíamos de nada, al contrario, buscábamos más.
El hecho de saber que atravesaríamos ‘Los Cárpatos’ al pasar por Bratislava rumbo a Hungría, era emocionante, sin duda. Pero nos emocionó especialmente que, en su zona central, haríamos frontera con Ucrania por el Este.
El granero de Europa (y del mundo), era aún un lugar distante para nosotros que no estaba previsto recorrer en ese viaje. Aunque sí que es cierto que habíamos escuchado hablar de sus tierras negras con los extensos campos de centeno y de espelta.
Y de sus hectáreas casi infinitas de color amarillo, como si de un cuadro de Van Gogh se tratara, pero no sólo por sus girasoles, sino por el trigo perenne y el maíz de todos. No, Ucrania no estaba prevista en aquel viaje.
Hoy, más que nunca, me pesa no haberme desviado cuando aquel amarillo brillante me llamaba, insistente, bajo un cielo azul brillante. Nosotros estábamos de paseo y no vi gente correr. Aún no era el tiempo (al menos, que supiéramos).
En realidad, acaso repare en eso alguien que se halle de ‘turisteo’. La realidad que lees es otra, casi siempre. Lo cierto es que nadie escapaba de nadie entonces.
Y el tren seguía avanzando… Ya había cubierto las más de cuatro horas que separaban Bratislava de Cracovia, y aún tendríamos al menos otras tres para llegar a Budapest. Si lográbamos arrancar, claro.
Habíamos cogido un tren nocturno y vagón-cama, por supuesto. Otra cosa era que el descubrimiento del interior de sus compartimentos hubiera cubierto nuestras expectativas.
Después de comprobar que la cortinilla de la ventana se cayó, directamente, cuando intentamos cerrarla para así ensombrecer el sueño. Que subirse a la cama de arriba era, no una aventura, sino un desafío…
Y que el grifo del pequeño lavabo era también el de la ducha, extrayéndolo con más fuerza que maña de su orificio (lo de la puntería del agua cuando comenzase a caer por fuera, ya sería una nueva cuestión a resolver), acabamos riendo juntos antes de ir a dormir.
Lo logramos. Después de todo, el traqueteo de un tren te acuna siempre para conciliar el sueño, aunque sólo sea por el repetido y mecánico balanceo (sobre todo, si tiene cierta antigüedad en el tiempo).
Entregados a los brazos de Morfeo como ya estábamos, el sobresalto causado por aquel agente de gran gorra militar caqui y roja aporreando la puerta de nuestro vagón, fue monumental… Casi nos hizo retroceder a los tiempos de las películas bélicas y los puentes de espías.
Por aquel entonces nos pidieron los pasaportes y, como pasa con la lluvia a veces, el tiempo pareció durar más de lo normal. Para cuando regresó con ellos en la mano, nuestras mentes se habían entregado a toda clase de fabulaciones.
Y no se esfumaron en el momento que el tren volvió a ponerse en marcha, sino que animaron nuestra conversación desvelada hasta que la oscuridad del paisaje en la noche apagó también nuestra cháchara.

La autora (segunda por la izquierda) junto a las ucranianas del stand ubicado en la Feria del Libro.
Así que no imagino cómo de oscura es la huída de los refugiados ucranianos que parten por las fronteras más inmediatas de su país en estos 100 días de terror.
Por ello, la mirada de la jovencísima Oxanna esta semana en el stand de la Asociación de ucranianos en Canarias, en la 34 feria del libro, me conmovió durante los seis días que pasé a saludarla.
Las sucesivas jornadas me fueron brindando la oportunidad de ver en su semblante que, poco a poco, iba encontrando la seguridad que su mirada buscó, tímida y huidiza, desde el primer día.
La profunda tristeza en el fondo de los ojos de Oxanna se había apoderado de mi corazón en su pequeño puño, sin pretenderlo, claro. Enormes sobre el velo casi transparente de su rostro, buscaban la libertad de una vida que se esfumó.
Y lo hizo mucho más rápido que mis fabulaciones en aquel tren que atravesó Los Cárpatos. Por ello, la mirada de Oxanna seguía buscando al caer la noche en el Día de Canarias, cuando recogían la artesanía ucraniana de su puesto en la Feria ya desmontada, como su vida. Slava Ucraini.