Oporto, la posta más aclamada de Portugal
Con el deseo de viajar, relato 17. La autora conoce a Joao en la librería ‘Lello e Irmão’, la que inspiró a J.K. Rowling para ambientar escenas de “Harry Potter”, pero no hablaron de libros; acabaron en el Café Santiago, admirando una ciudad ideada por amor al arte, sobre puentes, mercados y la Rúa Dos Clérigos, la calle de las certezas
#GanasDeVolver a decir todo cuanto quisiste pero callaste, aquello que otros creyeron de ti y era mentira. Ganas de volver a tirarle un beso a la vida y que ésta de lo devuelva ‘a puñaos’.
Y que sea sólo porque abres los ojos para mirar la mañana con curiosidad, buscando que el horizonte limpio te sorprenda de nada. Una linda nada aún por llenar de todo.
Al fin y al cabo, nos habíamos quedado entre dos países para poder elegir cualquiera de los dos, o no. Ambos o ninguno, al menos hasta la vuelta.
Y de la desembocadura del Bidasoa a la del Duero, por qué no… Después de todo, la memoria se mueve a su antojo, acaso sea lo más anárquico que atesoramos. Sin reglas ni lógica alguna que no sea otra más que la del corazón, o el alma.

Oporto, con el Duero a su falda, ha sido una de las postas marítimas más famosas de Portugal. (Foto Espiral21).
Por ello desembarcamos en la antiguamente llamada Cale, la que así dio nombre a Portugal. El Puerto de Cale o ‘Portus Cale’, pero que conocemos por Oporto, parada de postas obligada entre Lisboa y Braga.
Tierra de navegantes y hogar de los ‘portuenses’, Oporto es sobre todo, la ciudad de los puentes y del Mercado de Bolhao… De principios del siglo XIX con sus dos plantas y un gran patio interior, está repleto de lugares donde comer desde las 7 de la mañana.
Porque Oporto es de ésas ciudades por amor al arte… Bajando por la calle ‘dos Clérigos’, después de pasar la Iglesia y la Torre de los Clérigos, que da nombre a la calle y cuya vista desde lo alto de sus 76 metros no debes perderte (bajo ningún concepto), lo supe.
Es de esas certezas que se apoderan de tu persona y estás sólo esperando el momento a que suceda, por más extraño que pueda sonar leerlo. Todavía hoy desconozco el por qué, pero desde que llegamos a Oporto supe que, al descender del todo la ‘Rua dos Clérigos’, pasaría.

Libreria de Lello e Irmão, en el centro de Oporto, inspiró a Harry Potter. En ella, la autora conoció a Joao.
Sabía que cuando entrásemos en la librería ‘Lello e Irmão’, una de las más bellas y singulares del mundo, que no en vano inspiró a J.K. Rowling para ambientar algunas de las escenas más famosas de sus populares libros de “Harry Potter”, conoceríamos a alguien… Ese ‘alguien’ que compartiría el protagonismo de nuestra particular escapada a Oporto.
Joao estaba justo donde debía, esto es, en medio de la fantástica escalera con más de 100 años, que reproduce de modo exacto la entrega cinematográfica de las aventuras de este pequeño mago.
Y estaba solo, cosa bastante difícil por los turistas que se amontonan en ella para hacerse la foto de rigor, después de haber hecho cola. Quizá porque era miércoles o ‘na quarta-feira’, como dicen los portugueses, y no de un puente. Quizá porque nos esperaba…
Lo cierto es que acababan de abrir y la claridad de la mañana le hacía justicia a la preciosa vidriera que luce en el techo. Y en esa distracción andaba yo, cuando mi vista volvió de regreso a la entrada pero bajando por las espectaculares escaleras centrales.

Oporto y Sandeman, un iconografía única que va más allá de la industria vitivinícola apostada junto a al orilla del Duero. (Foto Espiral21).
Allí estaba él, de mediana edad y altura considerable, con capa y sombrero, como la figura icono del vino de Oporto ‘Sandeman‘. Cabello oscuro y típicas cejas portuguesas, o sea, pobladas. Pero tez blanca y mejillas sonrosadas.
Sonreía viendo nuestras caras dibujadas por la curiosidad, pero sobre todo, por la alegría que despertaba en mí el hecho de ver incluso los raíles por los que circulaba un carro, cargado con libros, en torno a la dichosa escalera.
De repente, no sabías si estabas en una librería o en el hogar de un artesano apasionado de los libros, dispuesto a que todos ellos cobraran vida, pues así de singular podía resultar ‘Lello e Irmão’.
Bueno, cuando te entra esa risa tonta que acompaña al entusiasmo más expresivo e incontrolado, el silencio te abandona y la compostura se fuga. Así que Joao pasó de la sonrisa espontánea al guiño intencionado.

Oporto, especial para comer y para la sonrisa incontrolada que da callejear, como muestra la autora junto a un mantel típico. (Foto Espiral21).
De modo que terminó de bajar las escaleras y, con porte señorial, me cogió de la mano y me condujo hasta ellas para que me hiciera la correspondiente foto (un recuerdo que se ha convertido en imprescindible de Oporto).
¡Nos reímos los tres, claro! Al momento ya nos habíamos presentado y sabíamos los respectivos nombres. Total, la librería llevaba abierta sólo cinco minutos y éramos los únicos visitantes por el momento.
Joao nos explicó que tenía esa actividad extra tres mañanas por semana. Al fin y al cabo, nos hallábamos en la ciudad portuguesa de los vinos y aquel era un lugar muy turístico.
Pero el encuentro con Joao no quedó sólo en eso… No sé si porque estábamos ‘na quarta-feira’ o porque la química fue inmediata, íbamos a saber mucho más de Joao y de Oporto.

No es un museo. La escultura art decó de un africano decora un céntrico restaurante al final de la calle peatonal de tiendas. (Foto Espiral21).
Nos citó para comer en el que, según Joao, era el mejor sitio de todo Oporto para saborear ‘las francesinhas’, una especie de sándwich de jamón de York, salchicha fresca, filete de ternera, chorizo, bacon, con un huevo encima y cubierto todo él de queso derretido…
Y por si te parecía que había más relleno que pan… Acompañado de papas fritas, servidas con una salsa que lleva cerveza, tomate y caldo, entre otros ingredientes que la vuelven picante.
Una bomba calórica que no imagino comerla de noche para cenar o ‘jantar’, como dicen los portugueses. Allí estábamos, en el ‘Café Santiago’ ante un plato descomunal que, menos mal, nosotros dos habíamos pedido para compartir. (Y es que todo Oporto son cuestas).
La conversación con Joao era tan animada como la otra ribera, donde se encontraban todas las bodegas, incluidas las de Sandeman, y por donde la ciudad se estaba expandiendo a ritmo de modernidad. De muy buen comer, nos contó que era hijo de un portugués y una danesa que cayó prendada del vino.
De nuevo, sonreímos los tres mientras ‘las francesinhas’ del plato nos recordaban lo picante y femenino del momento. Estaba claro que había que cruzar a la otra ribera del Duero.
Paseamos juntos hasta la espectacular estación de San Bento, con sus fantásticos murales con más de 20.000 azulejos. (Sí, has leído bien, y perfectamente conservados desde principios del siglo XX).
Donde además, muy cerca de la misma estación, se encontraba el ‘Café Nata Lisboa’, un lugar perfecto para tomar el postre y probar las ‘natas’. Unos pastelitos de crema hecha a base de nata y muy similares a los famosos ‘Pastéis de Belém’, que te comes en Lisboa.
Cruzamos el impresionante Puente Don Luis I, pues sus escaleras y la larga caminata nos permitirían digerir todo aquel menú ‘portuense’. Ya en la otra ribera, estábamos en la animada Vila Nova de Gaia, el corazón vitivinícola de Oporto que late lleno de terrazas al borde del río.
La verdad es que en ese mismo instante pensé en cambiarme de hotel, en el casco viejo, y no volver a salir de esa otra orilla. ¡Qué ambiente! No sabía que el dulce vino de Oporto fuera tan digestivo…

En la otra ribera, con el puente Don Luis I, atravesado por un tren junto a los barcos que transportan de orilla a orilla. (Foto Espiral21).
Además de las preciosas vistas de la ‘Ribeira do Porto’ al atardecer, con sus tradicionales barcos ‘rabelos’ atracados en la orilla, la música en directo y el trajín del paseo a esas horas… Esta otra zona era perfecta para degustar ‘los petiscos de bacalao’.
Pero mejor pasear un poco antes de volver a comer, ¿no? Así que mientras Joao, nuestro particular Sandeman retenía y conservaba la estupenda mesa que habíamos pillado junto a la orilla (además, él no entendía eso de que hubiera que caminar antes de volver a comer)…
Nosotros subíamos hasta uno de los mejores miradores de Oporto, ubicado en el blanco y circular ‘Monasterio da Serra do Pilar’. Precioso e ideal para el rodaje de cualquier película, la verdad.
(Pienso que en su claustro se podría escribir ‘mil y un relatos’, por lo menos).

Azulejos lusos en la iglesia de San Francisco junto a uno de los tranvía que unen la ciudad. (Foto Espiral21).
Al regresar, de nuevo, fue Joao quien nos dio un motivo para volver un día (no sé cuándo)… No lejos de allí se veían las luces de la ‘Afurada’, un pequeño pueblito lleno de encanto, una pequeña villa pesquera situada en el mismísimo extremo de Vila Nova de Gaia, en la propia desembocadura del Duero.
Dicen que “los ángeles son las luces brillantes en medio de nuestras vidas” y está claro que aparecen cuando menos lo esperas.
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