Nueva York sonríe de nuevo a los 90 años del Empire State Building
#UnViajeUnInstante, relato 11. En su itinerario del mundo, la autora recorre uno de los grandes escenarios de la cinematografía de siempre, un lugar para una cita a ciegas. Y, por encima de toda altura, algo más que un edificio que comparte su propia luz
#UnViajeUnInstante y un cumpleaños que te pellizca la memoria. Pero no el mío (si así fuera, ya estaría vacunada), porque son 90 las velas a soplar y, en realidad, las soplaríamos entre todos y desde cualquier punto del planeta.
Y es que, intercambiando una sonrisa en la ventana como andaba yo con mi ‘namoradeira’ brasileña, escucho que el Empire State Building de Nueva York cumple 90 años.
El llamado faro de ‘New York, New York’, que cantó Sinatra para todo el mundo, tan nuevo y lustroso como luce siempre, es un nonagenario entrañable que forma parte de la vida de todos gracias a la magia del cine.

Famosos como Drew Barrymore (la niña de ET) han rodado desde lo más alto del Empire. (Foto web ESB).
Escenario recurrente de tantas y tantas películas, y hasta el lugar perfecto para las citas a ciegas, si le hacemos caso a Meg Ryan y Tom Hanks, es único cuando se visita…
Así que le guiñé un ojo a mi sonriente amiga y me entregué por entero a la ensoñación de mis propios recuerdos en tan cinematográficas alturas. Mi memoria me llevó hasta aquel primer viaje a ‘la Gran Manzana’.
Porque pasear por Nueva York es saltar para asomarse al otro lado de la gran pantalla, pues tantos son los rincones que nos devuelven mil y una imágenes del cine con el que hemos vivido.
Es una ciudad que invita a callejear todo el tiempo, como si éste no pasara. Y te empuja además a hacerlo de manera incesante, igual que ese flujo de gente que nunca se detiene por la Quinta Avenida. Bueno, la Sexta o la Séptima.
Da la sensación de que allí nadie pierde nada, pues sólo cabe mirar hacia arriba, incluso cuando compruebas que el final del rascacielos se aprecia mejor a tres o cuatro calles más adelante. Y desde la esquina opuesta, claro.
¡No importa! La vista se vuelve a desviar, inevitablemente, para buscar más. Y el cuello no descansa. La verdad es que resulta difícil imaginar a un neoyorquino agachándose a recoger una moneda de medio dólar. Entre otros motivos, porque ni lo ve. No cabe quedarse quieto.
Es una ciudad para contemplar desde y hacia lo alto, sin terminar de decidir qué visión impresiona más… Ideada para exhibirse, como un escaparate que pudiera verse desde cualquier punto, se te insinúa a toda hora sin importar si anochece.
Especialmente cuando anochece, diría, pues derrama su propia luz sin dejarte tregua alguna. Roja y verde desde la punta del Empire State Building, o blanca desde el Chrysler, emblema del Art Déco americano.
Pero detengámonos en soplar esas 90 velas allí donde King Kong subió un día creyendo ser el rey del mundo, para caer desde lo más alto como el último mono en morir de amor no correspondido.
Y puesto que no aparece quien, claqueta en mano, grite “¡corten!”, participas en ese gran rodaje y te dejas llevar por todo el ruido que te rodea, aunque vayas sordo de realidad.
Suena una banda sonora en la cola que se forma en el interior de Empire State Building, la que te posibilita subir hasta el piso 86. Son 443 metros y, pese a que no sean ni Meg Ryan ni Tom Hanks los que allí te aguardan…
Uno piensa inevitablemente en “Algo para recordar”, y en su cita a ciegas en lo alto de este mágico edificio. Pero, de verdad, ¿es que acaso hay otra ciudad en el mundo que le ponga melodía a su visita?
Las vistas sobre Manhattan desde la planta 86 del Empire State, que cuenta con un total de 102 pisos y cuya antena es golpeada por los rayos un promedio de 500 veces al año son únicas.
La desaparición de las Torres Gemelas le devolvieron el liderazgo de sus cielos y, al encontrarse en una situación casi central en plena Quinta Avenida con la calle 34, puedes observar el contorno de la propia isla.
Realmente, el tiempo de espera compensa cuando uno, por fin, accede al exterior de la terraza, que rodea el emblemático edificio como si fuera el patio de una casa que flotase en el aire.
Buscas dónde posar la mirada y te preguntas si, de verdad, aquellos diminutos puntos que se mueven abajo del todo son personas, o si tan sólo lo parecen en su frenética cotidianeidad.
Inevitablemente, la memoria nos devuelve los instantes en que algunas de las víctimas del 11-S elegían morir antes de morir, saltando desde los 110 pisos de sendas tumbas de acero y cristal. Y ofreciendo en directo su último aliento.
¿Cuáles serían sus pensamientos o visiones finales? Acaso se arrepintieran antes de perder el conocimiento en tan espectacular caída y sin vuelta atrás.
No pude evitar interrogarme sobre en qué momento la desesperación vence al alma y condena al sacrificio al cuerpo, cautivo del pánico. Tales ideas daban vueltas sin cesar alrededor de la antena del Empire.
Pero, acto seguido, se refugiaron entretenidas, y a salvo, en la misión de identificar los edificios por entre los que había caminado previamente, allá abajo.
La sombra de los enormes rascacielos que, en realidad, tapan otras tantas cosas… Acordes de tantas músicas vividas y el humo blanco que sube en suspiros de las alcantarillas de esta ciudad y anuncia tener aliento propio.
El español de dos de cada tres personas y los modismos de ‘spanglish’ que miles de hispanos que trabajan en la hostelería introducen en el idioma. Como el Señor Nieves en nuestro hotel…
Imposible resistirse a la amabilidad de su sempiterna y cálida sonrisa, pues causaba el mismo efecto que cuando cae la bola por Fin de Año y Times Square se llena de papelillos con la bandera americana, coloreaba el aire. Y a mí, el día entero.
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