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Notre Dame es la primera estampa de mis recuerdos de París, una historia compartida.

Notre Dame, donde me aguardaba Juana de Arco

Notre Dame es el sitio que me confirma que he vuelto a París, una vez más

Nadia Jiménez Castro
Escrito por:
Nadia Jiménez Castro @nadiajimenez80
16 abril, 2019 - 8:51 pm
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Notre Dame. El incendio de Nuestra Señora de París pareció hasta teatral, pues se desarrolló en tres actos: las llamas devorando su cubierta, la caída de la emblemática aguja y, por supuesto, su ya asumida eternidad, capaz de mantenerse en pie como auténtico acto de fe.

Bastión de la primera feminista de la historia (también la más joven), Juana de Arco, Notre Dame acogió su beatificación (1909), mucho tiempo después de que la mera evocación de su nombre ardiera en el corazón de todos los franceses, sin excepción. Católicos o no.

(Juana de Arco sufrió la hoguera, quemada viva por hereje el 30 de mayo de 1431).

Fue su imagen la que yo busqué la primera vez que crucé las puertas de Notre Dame. Aún sigue siendo su rostro hacia el que me encamino cada  vez que voy. Justo en la mitad de su planta de cruz latina, en su brazo derecho, se yergue con su armadura de mujer combativa, iluminada por centenares de velitas que la honran.

Y es que Notre Dame siempre es el lugar de mi primera visita cada vez que voy a París. El sitio que me confirma que he vuelto a París, donde sé que no es la gravedad la que me sujeta al corazón de la Île de la Cité, sino sus torres las que me mantienen a flote en el Sena que la rodea.

Notre Dame la de los atardeceres interminables del estío parisino, la de los cielos rosados de Monet, la de su sombra sobre el Sena cuando paseas a sus pies en el ‘batobus’.

Notre Dame la de las ‘Nochebuenas’ multitudinarias que te aíslan del frío, y la de las vidrieras multicolores, cuyas historias te hacen olvidar en qué mundo y en qué fecha vives.

Notre Dame la católica y su enorme cruz dorada que pende sobre la Piedad en el altar, y el olor a velas y a incienso, pero también la de sus jardines traseros con sentido recuerdo a la ‘Soah’ judía.

Las primeras imágenes del interior de Notre Dame devuelven la esperanza de todo cuanto ha podido salvarse.

Las primeras imágenes del interior de Notre Dame devuelven la esperanza de todo cuanto ha podido salvarse.

Los mismos jardines que te llevan por un puente hasta la otra isla, la de San Luis, donde comerte un helado Berthillon de maracuyá o ‘fruta de la pasión’, como llaman los franceses.

Notre Dame la de las colas el primer viernes de cada mes a las tres de la tarde, para ver la santa corona de espinas de la crucifixión de Jesús. Y la de esa otra cola en la esquina, para subir a las terrazas, como el famoso jorobado.

Y fue en 1831 que Víctor Hugo escribió en ‘Nuestra señora de París’… “Y la catedral no era sólo su compañera, era el universo; mejor dicho, era la Naturaleza en sí misma”.

“Él nunca soñó que había otros setos que las vidrieras en continua floración; otra sombra que la del follaje de piedra siempre en ciernes, lleno de pájaros en los matorrales de los capiteles sajones; otras montañas que las colosales torres de la iglesia; u otros océanos que París rugiendo bajo sus pies”.

No cabe duda de que Víctor Hugo albergaba toda razón. Pocas son las cosas que cualquiera no haría por ver, vivir y beber París hasta sus últimas gotas, puesto que siempre te sorprende como la primera vez. Igual que Notre Dame.

Acaso no haya siempre lugar para el idilio más apasionado con el que, de nuevo, serle infiel/fiel a la ‘Ciudad de la Luz’. Acaso no haya fe más profunda que la exhalada por el alma bajo el Rosetón central de Notre Dame cuando lo atraviesa la luz del sol.

El gran Víctor Hugo hablaba de ‘Quasimodo’, el desgraciado jorobado que se enamora de la gitana Esmeralda cuando la ve bailar. Y toca las campanas, como mismo resonaron en el cielo de toda Francia tras la liberación de París, en el fin de la 2ª Guerra Mundial.

París/Notre Dame. Notre Dame/París. Mientras su cielo luce radiante, cuando ya se presiente el cambio de estación porque a París le apetece enseñar las piernas, asoma la fatalidad más incontrolable: el fuego.

Apenas entrada la primavera en la que el paseo invita a descubrir tus pasos en sandalias, las primeras del año, como las de Esmeralda. Quizá un poco más, quizá un poco pronto…

De nuevo, Nuestra Señora parecía presa del olvido que denunciara entonces Víctor Hugo, pese a sus casi 30.000 visitas diarias en la actualidad.

Hasta ayer, 15 de abril, Día Mundial del Arte, en el que esas urnas que veíamos a la entrada desde hace dos décadas, en la que se nos pedía donativos para su mantenimiento, también reventaron por el fuego.

Entonces, y sólo entonces, el imaginario colectivo de otros lugares del mundo, al que pertenecen tantos, confrontaron nuestra mirada con las de otros rostros que muestran su verdadera identidad… Se giraron hacia Notre Dame.

Y son los interrogantes que surgen los que invitan, luego, al cambio, en ese cruce de miradas sobre el mundo. De nuevo, serán las orillas del Sena las que bañen a Notre Dame. Al mundo entero, que vuelve a mirarla como merece, desde el alma.

Cuando hace ya más de 500 años Enrique IV de Francia y III de Navarra dijo aquella célebre frase de “París bien vale una misa”, (‘Paris vaut bien une messe’), convirtiéndose así al catolicismo para poder acceder al trono de Francia, en vista de que no había conseguido hacerse con París… No cabe duda de que también él albergaba una gran sabiduría bajo aquella piel de zorro.

Acaso albergaba ya un gran amor cuya ‘esmeralda’ no era otra otra que Notre Dame.

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Nadia Jiménez Castro
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Nadia Jiménez Castro @nadiajimenez80
16 abril, 2019 - 8:51 pm
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