Nápoles nos devuelve las horas de la memoria
#UnViajeUnInstante, relato 19. En su itinerario del mundo, la autora se adentra en las calles napolitanas, ruidosas, turbadoras y seductoras, con una chispa propia que vapulea todos los sentidos. Supersticiosa hasta decir basta pero amable hasta repetirla de nuevo
#UnViajeUnInstante y la Tierra entera a tus pies para seguir sembrándola de palabras. Después de todo, como decía el certero retratista Willy Ronis… “La fotografía es la mirada. O se tiene, o no se tiene”.
Queda tiempo para otro baile más en un salón vacío de cosas, pero lleno de historias. Las de todos aquellos que vamos entrando en él con ganas de emprender un viaje distinto, de mensaje subjetivo y destino incierto.
Como lo son todos, claro. De puertas enfrentadas y abiertas de par en par, para que corra el aire y así descubrir los misterios que esconde el cielo de este horizonte que habita en él. Por sorpresa.
A mitad de camino, tocará vaciarse los zapatos de arena. No importa, será ésa una buena señal de las huellas que hemos dejado. Ya flota en el ambiente la luz que se cuela, veraniega, por la ventana de esta mañana cualquiera.
Son las horas de la memoria. Porque en este sueño, que dura lo que una vida, todo se escapa por igual. Pensamientos y deseos. Toda clase de anhelos, tan importantes cuando llegan y tan livianos cuando se van.
Recuerdos de aquellos pasos del soñador, siempre cómplices de una gran fantasía, como la de bañarse en los colores de un arco iris cuando éste toca el mar.
Y yo así lo hice esta mañana cualquiera, me sumergí aunque no luciera el sol. Con la sonrisa al aire y pintada de besos de esos mismos colores. Pero al salir, ya no estaba en la orilla de la playa de Las Canteras, sino en la de ‘Lido Sirena’.
Con la vista del imponente Vesubio ante nosotros, esta pequeña cala está en el ‘Bagno Sirena’, a lo largo de la Vía Posillipo, a las afueras de Nápoles pero muy cerca de su centro histórico.
Y sí, así son las horas de la memoria, puedes zambullirte en las aguas del Atlántico y aparecer en las del Mar Tirreno, en el golfo de Nápoles. En cualquier caso, no habíamos dejado las aguas volcánicas con el viaje.
Inevitablemente, aún con los pies en el agua, me llegó el aroma de los limones de la cercana isla de Procida. Ese frescor cítrico de otro viaje que ahora, caprichosamente, volvía a pintar de amarillo mis sensaciones.

Nápoles, con San Genaro omnipresente en una de las calles centrales de la ciudad. (Foto Turismo de Italia).
Nápoles tiene esa chispa que te vapulea todos los sentidos sin excepción. Ruidosa y turbadora, pero siempre seductora y tan llena de contrastes como de sorpresas.
Ensalitrada de colores para calmar la sed del verano, volvimos al centro buscando aún ese instante, entre el caos del tráfico y la alegría de la gente. Siempre el Vesubio vigilante… Siempre activo.
Por cierto, bastan un par de horas a lo sumo para darse cuenta de que ese dicho de “Vedi Napoli e muori” (‘Ve Nápoles y muere’), es rotundamente certero. Y como ciudad, es contagiosa.
‘Relinda’ que diría un argentino retornado y tornado en europeo, y fascinante. Bueno, la vida entera bajo el cielo. Eso sí, te obliga a ir atento a todo. Todo.
Las motos que no cesan y surgen de casi cualquier parte (hasta de dentro de un portal), el balón que te llega de golpe y seguido de tres niños juntos, porque en la calle se juega al fútbol, o los olores de los puestos de comida.
El alma de Nápoles, toda ella, a la vista del universo. Y tan jugosa como su famosa pizza. Así son. Supersticiosos hasta decir ¡basta!, pero amables hasta repetirlo de nuevo.
Pero mi instante secreto de Nápoles tiene nombre y calle… Se llama ‘Vía San Gregorio Armeno’ y es una callecita completa dedicada a los artesanos de Belenes.
De principio a fin, huele a Navidad todo el año. Y cualquier común de los mortales tiene cabida en un portal de Belén o Nacimiento. Ya sea Maradona o Cristiano Ronaldo, el Papa o Pharrell Williams, Putin o la Merkel, el bailarín ruso Polunin o el ganador del ‘Master Chef’ italiano.
La pequeña vía de San Gregorio Armeno es, literalmente, una locura… Atrás y adelante, casi resulta imposible verlo todo. Las tiendas se suceden a un lado y a otro, repletas de figurillas de todos los tamaños.
Son tantas que parecen ellas las que te observan a ti. Unos suben y otros bajan la empedrada y animosa calle, donde además hay quien pregona al famoso de turno, convertido en ‘belenista’, como si del pescado del día se tratara.
Divertida y colorida, me atrevo a decir que esta arteria vital de Nápoles bombea tanto su corazón como la famosa sangre de San Gennaro, licuada cada año en su fecha del santoral. (Y más le vale).
Así es Nápoles de ambivalente, con la puerta siempre abierta para que pases, pero con una ristra de pimientas colgadas tras la puerta para guardar su suerte del que entra. Un niño y un reto… Pero siempre, una aventura napolitana.

La autora comprobando cómo la pizza Margarita de Nápoles es, posiblemente, la mejor de Italia. (Foto E21).
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