María Pagés desde ‘los adentros’ pone el Teatro Cuyás a sus pies
La bailaora y coreógrafa sevillana, una de las más brillantes del flamenco mundial, triunfa en Las Palmas con su obra 'Óyeme con los ojos'
María Pagés, sombra de la sombra, arranca en silencio “porque nunca fue fácil beber agua sin sed”. Para que la ‘oyéramos con los ojos’ y para que cuando se hubiera ido, quedara en nuestra retina ‘una estrella fugaz’. (Sobre el escenario del Teatro Cuyás).
Empezó de negro y descalza, María Pagés, conectada al cielo y a la tierra con ambas manos. Derviche del flamenco en esencia y bata de cola, después. ¿Qué más puede decirse de los brazos de Maria Pagés? Acaso esté todo dicho y acaso, todo aún por decir.
Porque el flamenco de María Pagés es como el amor más vivo, ése en el que el ‘te quiero’ de cada día suena como el de la primera vez, ése que se reescribe cada día con la misma tinta. Porque ver bailar a María Pagés siempre es como verla por primera vez.
Y es verla girar en un dibujo infinito que sabe a vida. ‘Adentros’. Aún cuando parezca que habla de una que ya se fue, que ya no está (pero que permanece).
Energía en el toque y en el baile. Porque la intensidad de sus emociones supera incluso a la de su arte. Pasión y carne. Garra, siempre.
Intimista y profundamente reflexiva en este ‘Óyeme con los ojos’ (inspirado en un poema de Sor Juana Inés de la Cruz), incluso recitó. Y lo hizo como una madre que te besa con un consejo en los labios para el camino.
(Y yo pensé en mi abuela y en aquél ‘punto cubano’ que recitaba… “Tan impuesta estoy al mal, después que mi bien perdí, que el mal me parece bien, y el bien es mal para mí”). A mí esta vez me faltó su alegría pero me llenó su tristeza. Me colmaron sus entrañas y sus ‘sentíos’…
María Pagés es flamenco como expresión de su ser. Su braceo dibuja la escena que ella quiere y dicta el camino al flamenco. Quizá sea al revés, pero sólo por momentos. Porque María Pagés es flamenco como expresión misma de su ser, al filo de su propio compás.
Limpio como su movimiento y redondo como sus giros, perfectos. Hasta al aire embelesa al tiempo que te tienta por dentro. La magia de su baile bascula guardando el equilibrio que arranca de las raíces más puras, para alcanzar nuevos matices. Arriesga.
Siempre arriesga, María. De modo que el flamenco más puro puede llegar a ser presentado como moderno. María Pagés respira pegada a los quebrantos de su baile. Dentro y fuera de los escenarios. Y así se siente.

María Pagés, poesía en movimiento que gira como nadie en su vuelo y en sus brazos (Foto Facebook oficial).
Baila cualquier impulso, cualquier energía o arrojo. Estupendo el guiño del pasacalles ‘¡ay, qué caló! multicultural’ que se marca con todos los músicos a un tiempo, como si estuvieran en una guagua.
Porque lejos de romper el ritmo, alivia la congoja a la que nos había conducido con toda la profundidad de su alma. (Magnífica la iluminación y vestuario, acordes ambos al clímax creado por María).
Y es que María Pagés te habla. La pieza se convierte en una conversación entre aforo y bailaora. Es su toque. Se acompaña de seis músicos, entre palmeros, cantaora, guitarrista, violinista y hasta violonchelista.
Pero es la fuerza de su taconeo medido, perfecto. Pagés, majestuosa. Atrevida y voluptuosa. Brava fuera de toda regla. Arte. De uno de los mejores troníos que cubren de vuelo el baile… El de María Pagés, de planta y raíz.
Cuando ‘la Pagés’ emplaza lo hace desde el alma, y aunque sólo sea durante poco más de hora y cuarto, su baile detiene el tiempo. Es María quien lo dibuja acunándolo en su suave braceo. Siempre hermoso.
Siempre ondulante y sinuoso. Esos largos brazos que enamoran siempre. Siempre, óyeme… Óyeme con los ojos.
Óyeme con los ojos
Y cuando me haya ido
Quedará en tu retina una estrella fugaz
Que encenderá el instante
En que fuimos felices
Aunque ambos sepamos
Que ya no volverá
(Poema de Sor Juana Inés de la Cruz)