Mafalda en Oviedo nos recuerda que el mundo no ha cambiado tanto
#ParaVivirVivo, episodio 4. La autora se sienta junto a la heroína protestona de Quino, para rescatar sus reflexiones universales, ésas que te recuerdan que "nada de lo que se sucede se olvida, incluso si no lo recuerdas"
#ParaVivirVivo esperando que el beso dure y que el silencio no me haga callar. Como decía Hayao Miyazaki en ‘El viaje de Chihiro’, “Nada de lo que sucede se olvida, incluso si ya no lo recuerdas”.
Pero el caso es que sí lo recuerdo y decido terminar yo misma la viñeta, porque un paseo por el parque me brindó la oportunidad de sentarme junto a aquella niña que fue… Y que aún es.
De tupida cabellera y flequillo igualmente abundante, tenía la razón siempre. Bueno, en realidad, lleva agenciándosela más de medio siglo. Había nacido cuatro años antes que yo pero, a juzgar por la fecha en el calendario, compartíamos signo del zodíaco.
¿Querría eso decir algo? Quizá fuera ése el motivo por el que sintonizaba mucho más con ella que con cualquiera de sus amigos. Me caían igual de bien Felipe o Libertad, pero claro, era ella la que llevaba la voz cantante.
(Susanita, sin embargo, me resultaba absolutamente detestable. Su hermano, Guille, sin más, me enternecía).

Mafalda, con la autora, una de las imágenes más fotografiadas del parque central de Oviedo. (Foto E21).
La verdad es que su pensamiento encerraba siempre toda clase de reflexiones universales… Hasta el punto que parecía gritar, de un modo amable y trazo a trazo, cualquier frase que yo misma hubiera dicho.
Devoraba sus tiras una tras otra. Sólo una página más y bueno, otra más y otra. Paraba antes de llegar al final del pequeño libro apaisado, pero sólo por reservar algo para el día siguiente. Con el deseo de que no se terminara tan pronto.
Después de todo, ambas éramos preguntonas y críticas, además de protestonas. Así que yo me sentía siempre de su lado… ¡Por no hablar de que ella era nacida en el país del tango y del dulce de leche!
¿Qué más se podía pedir pues? Salvo sentarse con la cuchara en la mano a esperar la hora de la merienda, aguardando a que aquella niña rebelde y sensible se acercara a compartirla contigo.
Sorprendentemente, cuando la infancia era ya sólo un recuerdo, y paseando por aquel parque en una visita a Oviedo, me encontré con Mafalda, nacida en Argentina pero retratada para el mundo entero en más de una veintena de idiomas.
Con sus grandes ojos tintados, de modo tan brillante como su sonrisa, pareció invitarme a sentarme junto a ella en el banco, como si fuéramos confidentes.
En verdad, como si en el fondo supiera que los sueños dibujados también eran los míos, que tampoco a mí me gustaba la sopa… Y que tomaría un avión de ida y vuelta, cada día, por reírme con una nueva tira cómica de Quino mientras compartimos el dulce de leche.
Todo era cierto y Hayao Miyazaki tenía tanta razón como Mafalda, pues el mundo no ha cambiado tanto. Aunque ya no lo recordemos. Quizá sí.
Para seguir leyendo
Relato 1. L’espresso en la barra, de pie y de un solo buche.
Relato 2. Bouquinistas de París, tesoros únicos de libros antiguos y carteles.