Los olmos del Gianocolo de Roma se inclinaron aquel día
#DesdeMiVentanaVerde, episodio 5. La autora cuenta cómo el destino quiso que uno vestido de blanco caminara junto a otro con el 10 a la espalda, con esa libertad que respira sola, la de la propia piel. Cómplices todos de un mismo deseo, vivir
#DesdeMiVentanaVerde compruebo que es tiempo de certezas… Miro hacia un lado de la calle Espíritu Santo y veo partir a un hombre vestido de blanco junto a otro que lleva el 10 a su espalda.
Suben hacia la fuente que está al final de esa vereda que fueron sus vidas y ambos, por sus andares, parecen saber mucho de todo. Porque ambos, en definitiva, hace ya mucho tiempo que se habían ido.
Pero sobre todo, sabían del cielo. El primero, pasó su vida escribiendo sobre cómo ganarlo para no perderlo jamás, y el segundo, lo alcanzó desde muy joven al primer toque de balón.
Para ambos el cielo siempre estuvo un poco fundido con la tierra. Un rayo tocó la cúspide de la cúpula en el adiós del primero y una densa niebla la cubrió en su partida. Fue Papa y emérito.
El sol sonrió para el segundo desde que se echó a las calles de ‘Tres Corazones’ a jugar a fútbol y lo bendijo con la ‘ginga’ o juego bonito de su cultura y tradiciones en libertad. Fue el mejor futbolista de todo un siglo y convirtió el décimo en el 10, su símbolo.
Y como si, esta vez sí, el cielo se hubiera juntado con la tierra, Pelé y Benedicto se marcharon con el 2022, justo antes de las primeras campanadas del 2023.
Mientras decidíamos si, con uvas o chocolate, adelantábamos el pie derecho para que el nuevo año no nos cogiera con el paso cambiado…
La niebla lo ocultaba todo en Roma. Y sí, también mis recuerdos romanos de aquella fría tarde. Fría y lluviosa. Se acababan de encender las farolas de esta calle Espíritu Santo y, quizá por suerte de él, mi memoria volaba a Roma viendo a estos dos hombre partir.
Antes de que pasara de largo, me agarré de su hilo en lo que sucede el parpadeo de un momento y lo prendí en el hueco de mi mano para contarlo.
Y ensimismada en mis propios recuerdos, volví al silencio de la mejor manera que sé, que no es otra que amando.
Porque la vida hay que ‘balconearla’ sin perdonarle ni un segundo… Vuelvo a Roma a por el primer beso del año y bailar un tango si se tercia, tras la primera bendición de este 23.
Quizá no por ese orden, pero sí justo allí donde pasado y presente se confunden. Con casi 360 días aún por delante cargados de promesas de futuro. Sólo entonces, mi ventana verde dejó entrar la luz del sol y se llenó de galantería.

Un paseo por el Trastevere. La autora del relato, pensativa, en uno de los atrios de los palecetes de la Isla Tiberina. (Foto Espiral21).
Pensé en la libertad que respira sola, la de la propia piel, y todos los olmos del Gianicolo (la colina de Roma a tus pies), parecieron inclinarse a la vez a saludarme. Al menos, en mi memoria. Cómplices todos de un mismo deseo, vivir.
Después de todo, ‘la buena vida’ italiana invita a pensar que es verdad. Que puede ser verdad que ‘siempre es domingo’, que “con pasta Barilla è sempre domenica”. Aunque ya sea lunes y ni nos demos cuenta que el almanaque es nuevo.
Para seguir leyendo
Episodio 1. Gueto judío de Venecia, en el verde de la memoria.
Episodio 2. Sátira de la Crucifixión más allá de la plaza San Marcos.
Episodio 3. ‘Ponte Vecchio’, murmullo de voces y sueños.
Episodio 4. Plaza de San Pedro, inmaculada pero descarnada.