Lorca, confesiones y tumba ¿Al fin?
Yo quiero tus versos verdes, verde como el olivo que cobijó tu silencio. Verde como las palabras aún por decir, y verde como los versos que han florecido de aquellos otros.
Lorca, año, legado y sus ‘Confesiones inéditas’ a la venta, coincidiendo con un hallazgo aún mayor: su tumba. Podría haberse localizado al fin los restos del poeta más internacional, bajo el suelo del parque que lleva su nombre en Alfacar (Granada). Y sin embargo…
Yo no quiero parques vacíos de palabras. Yo no quiero ecos de versos ahogados en la propia voz de su nombre, ni pesares secos de sangre donde se ha removido tanto la tierra.
Yo quiero tus versos verdes, verde como el olivo que cobijó tu silencio. Verde como las palabras aún por decir, y verde como los versos que han florecido de aquellos otros.
Quiero la savia verde de tu cantar, y la de tu decir, también verde. Quiero la savia verde de la verdad, del por qué la piedra calló tu nombre. Quiero ramas en vez de losas y quiero hojas en vez de piedras.
Porque las ramas verdes me dan palabras como las hojas, llenas de vida. Verde. Y las losas me muestran tu muerte temprana, sepultada con piedras que no se marchitan para que así el mundo se olvide del tiempo.
Del tiempo de las palabras, de ese que jamás acaba. Verde y fértil con cada llanto y con cada risa. Cada día. Una nueva vida que nace y un verso nuevo que late.
Acaso creyeron que perderíamos la cordura a fuerza de caminar sobre el frío de tus huesos. Pero el mayor poder de las palabras es su mayor locura, que no cabe contenerlas porque no se las puede silenciar. Ni en fosa ni en saco, ni con una bala ni con un pelotón entero.
Y ahora me dicen lo que todos callaban a gritos, que bajo aquel olivo del que brotó la sangre, sigues tú. Bajo su sombra y sin ella, verde. Aún cuando él ya no esté porque hasta sus raíces arrancaron… No fuera a ser que se alimentaran de tus versos verdes.
En Alfacar, donde se hace el pan. Un parque vacío que lleva tu nombre sin ti. Sin el olivo que te vio morir, ni el verde que te dio aliento a la hora de tu muerte. En su lugar, una fuente. Sobre ti, intenta el agua limpiar la sangre que tu país derramó.
Pero no cabe el olvido para la poesía. No la de Lorca. Verde, como ese olivo. No para el mundo. No para el tiempo. Aunque el país que lo mató siga viviendo, con cordura, la locura de no saber dónde está la tumba de su poeta más internacional. Hasta ahora.
Está ahí, bajo el olivo que ya no está. Bajo el verde que sigue vivo. En el parque que lleva su nombre. En el mismo suelo que tapó su muerte. En el mismo pueblo que no lo vio morir. Donde se hace el pan en Granada, donde hallar la poesía.
Ahora sabemos que al honrar su nombre con un parque hace 33 años, deshonraron su memoria al remover sus huesos. Querían una fuente, no un olivo.
Bajo el verde, cuatro cráneos y la muleta de madera del maestro que acompañaba a Federico y a los dos banderilleros. Un saco y de nuevo, el silencio. Un saco en el que meter los huesos de nadie, en vez de una saca en el que repartir el pan de Alfacar.
El camino que va de Víznar a Alfacar. Total, un parque para su poesía. Y pan, el de siempre. Había prisas por terminar y darle un nombre, al parque. Como entonces, habría prisas por terminar y darle muerte. Al poeta.
A Lorca. Una bala, una fosa y un parque para Federico, que murió asesinado por ser un hombre libre y decirlo. Y escribirlo. Verde. Por soñarlo, en el camino que va de Víznar a Alfacar. Verde.
Hasta ahora. Porque el poeta que dijo “Yo quiero que el agua se quede sin cauce”, podría estar bajo el agua encauzada de una fuente, en el parque que lleva su nombre. Porque la tierra ‘graná’ que lo vio nacer prefirió honrar su fin que el principio de su grandeza.
Así gira el mundo. Así son los pueblos. Pero no sus gentes, que quiso verde. Así es la historia. Pero no la poesía, que yo quiero verde… Palabras que sean versos. Siempre, Federico.