“Llegaron de noche”, con el manto de la oscuridad tapando el crimen
Uribe consigue con su última película un metraje magnífico. Pero sobre todo, valiente, que muestra abiertamente lo desvelado por los documentos desclasificados por el gobierno norteamericano en el asesinato de los jesuítas en El Salvador
Llegaron de noche… Y sí, así fue. En un momento de la cinta, el último trabajo dirigido por Imanol Uribe, el padre jesuita Ellacuría vaticina durante un almuerzo en comunidad: “Si vienen a por mí de día, será la guerrilla. Pero si llegan de noche, será el ejército”.
Ellacuría murió asesinado en la noche, junto a otros cinco religiosos de la orden, cuatro de ellos también españoles (nacionalizados todos salvadoreños), y dos mujeres salvadoreñas que trabajaban en el servicio de cocina de la casa comunitaria de los jesuitas, adscrita a la UCA (Universidad Centro Americana en El Salvador).
En la noche del 15 al 16 de noviembre de 1989, el ejército salvadoreño comandado por un gobierno corrupto y asesino, que oprimía a un pueblo desangrado y empobrecido, entró a hurtadillas en la residencia de la UCA y ejecutó a seis religiosos y dos civiles.
La matanza, que ha permanecido impune durante 30 años y con los asesinos en la calle, vio por fin sentencia justa en agosto de 2020. (Diluida en su repercusión mediática por una pandemia global).
Pero sólo hubo condena por delitos de lesa humanidad, terrorismo de Estado, asesinato y torturas para uno de los militares al mando, Inocente Montano (paradojas del nombre).
La condena supuso 133 años de prisión. Y que además, requiere la extradición desde los EEUU para la ejecución de la sentencia. Sin embargo, como quiera que el arte y la cultura también hacen justicia…
Dispuso el destino que al reciente estreno de “Llegaron de noche” en el Festival de Málaga, y su posterior proyección en toda España, le acompañara la emisión de una orden de busca y captura contra el ex presidente Salvador Alfredo Cristiani, acusado formalmente por estos terribles hechos.
Hay como una inefable justicia divina en ello, una “sincronía de la vida”, como dice Juana Acosta, la actriz colombiana que interpreta a Lucía, la protagonista de esta última película de Uribe y la única testigo de la masacre de aquella noche.
Acosta, que está increíblemente soberbia en su cercana y sentida interpretación, tuvo la oportunidad de conocer a la verdadera Lucía, que hoy vive con su familia en California, pues jamás pudieron volver a El Salvador.
Intensa, profunda y realista hasta el total mimetismo con el personaje al que interpreta, Acosta logra incluso emular a la perfección el acento rural de la zona.
Confiesa haberse sentido sobrecogida por la grandeza, por la fortaleza de la verdadera Lucía, con quien compartió mucho tiempo de la pasada cuarentena preparando el personaje.
Y es que, tras la huida inmediata de Lucía con su niña pequeña y su marido (gracias al gobierno francés), esta humilde familia salvadoreña fue secuestrada y tortuosamente interrogada por la CIA en Miami.
Allí fueron aislados y sometidos con la única intención de forzar que Lucía cambiara su versión sobre los asesinatos, que incriminaba directamente al ejército y, por tanto al gobierno de El Salvador.
Uribe consigue un metraje magnífico. Pero sobre todo, valiente, que muestra abiertamente lo desvelado por los documentos desclasificados por el gobierno norteamericano.
Esto es, la implicación de la CIA (con la presencia inquisitiva y violenta del comandante salvadoreño en los interrogatorios a Lucía y su marido), y el más que probable conocimiento del Cesid español de la trama para asesinar al jesuita de la Teología de la Liberación, Ignacio Ellacuría.
Imanol Uribe mantiene la tensión de principio a fin. La injusticia te ahoga casi tanto como el crimen, y también necesitas respirar casi tanto como Lucía/Juana, quien vivirá con el horror de lo que vio para siempre. Vive.