La Oreja de Dionisio escucha los secretos de Sicilia
Memorias de nuestros viajes, décimo episodio. La autora descubre cómo las conspiraciones del gran tirano de Siracusa se aplanan con la luz del atarceder de la costa de Ortigia y la degustación de un helado de pistacho como jamás haya probado en su vida
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Resuenan muchos susurros. A veces, dichos al oído y a veces, traídos por el viento. En ocasiones, es un viento que sopla bajo el descuido del otro.
Pero otras, las más de las veces, ventea burlón cuando el murmullo es silbado furtivamente por unos labios que hablan cuando han de callar. Y sin embargo, silencian cuando quieren murmurar.
Yo lo escuché en el tramonto, bajo una de las luces más bonitas que quizá uno pueda ver cuando el sol da su tarea por terminada, la de Sicilia. Y sí, la luz de Sicilia es distinta a cualquier otra en el mundo.
Será por tantos como se han cruzado en su historia y por tantos, nunca demasiados, como han pisado su tierra. Será porque fue siempre objeto de deseo de los dioses, de unos y de otros.
Será quizá porque, siempre disputada, es una tierra que jamás calló, que siempre responde, a su manera, y ruge humeante a todo el que llega. Es el sur. Y como tal, su cielo y su infierno son otros.

Oreja de Dionisio, en Siracusa, al Sur de Sicilia, encierra tantos ecos que hasta el gran pintor Caravaggio cayó rendido a su misterio.
Pero al sur del sur, hay quien lo escucha todo. Y fue en Siracusa donde ‘la Oreja de Dionisio’ me silbó el mayor de los secretos de los sicilianos. Resonó en mis oídos suavemente como el trino de un mirlo, primero…
Más luego, con un eco atronador a medida que me adentraba en su fosa triangular, cada incisura del pabellón de su oreja resonaba más fuerte hasta que, ya en el pliegue de su ‘antihélice’, rumbo al orificio de su canal auditivo, resolvió gritarme: ¡Ortigia!
“¡Ortigia!… ¡Il Duomo d’Ortigia…!”, retumbó roncamente en mis oídos. ¡¿Sería cosa de mi subconsciente al saber que Dionisio I de Sicilia había sido un tirano?!

Siracusa acumula secretos que se pierden en los siglos de la antigua Grecia, como los que escuchó la autora del reportaje delante de la Oreja de Dionisio (Foto Espiral21).
Después de todo, él había usado esta cueva para mantener cautivos a sus disidentes y escuchar secretamente sus planes ocultos en toda suerte de conspiraciones.
Pero espera que te cuente primero dónde nos hallamos exactamente y entiendas, así del todo, qué espiral del tiempo parece acorralarnos con sus juegos entre el pasado y el presente.
Cuando llegas a Siracusa, en la costa sudeste de Sicilia, ya sabes de antemano que este maravilloso rincón del Mediterráneo fue siempre un centro cultural desde la Antigua Grecia.
De modo que lo mismo te encontrarás con la patria de Arquímedes, que con un anfiteatro romano. Y hasta con las reliquias del cuerpo insepulto de Santa Lucía de Siracusa, su venerada patrona.
Así las cosas… ¡Cómo no iba pues una espiral a liarte, matemáticamente, en el tiempo! Pero no la de Arquímedes, recuerda que la oreja a la que hemos prestado oído es la de Dionisio, quien moró antes que él en este vergel.
Pero aquí todo se entrecruza, fruto de la riqueza de sus distintas civilizaciones en el tiempo.

Arquímedes ocupa la zona central de la plaza del puerto que separa Siracusa de Ortigia. (Foto Espiral21).
Retomemos nuestros pasos hacia la oreja del tirano, dentro del Parque Arqueológico de Neápolis, en pleno centro urbanita de la ciudad de Siracusa hoy en día.
Su visita esconde, además de uno de los anfiteatros mejor conservados con los que me haya topado, una sorprendente ‘latomía’ o cueva artificial de piedra caliza, excavada en una colina, la de las Temenitas.
Con una altura de 23 metros y hasta 65 metros de largo en su interior curvado, ‘la Oreja de Dionisio’ tiene el contorno perfecto de una inmensa oreja, incluso en su perfil superior, que se estrecha en forma de lágrima.
Y esto que, a simple vista, parece una formación rocosa más, aún teniendo una configuración física curiosa y sorprendente, le permite disfrutar de una acústica excepcional precisamente por su forma, tanto del exterior como del interior.
¿Quién no querría, de vez en cuando, entrar en la aurícula de alguien para conocer todos sus secretos? Y no sólo los suyos, aún no pronunciados, sino aquellos que guarda de otros…
Dicen que la información es poder y, desde luego, para Dionisio I de Sicilia lo era. Pero cuántas cosas más no han sido susurradas en su oreja en el devenir de los tiempos.
Amores inconfesables y pasiones arrebatadas. Besos robados y corazones rotos. Traiciones de hermanos y herencias rapiñadas. De boca en boca va todo cuanto tomó forma y palabra.
Pero también todo cuanto tentó al que se entregó a la vida en Sicilia. Todo aquel que la tomó a bocados y se la bebió de un trago. Todo lo que también hoy tienta al que llega a esta isla italiana.
Así que cuando entramos en ‘la Oreja de Dionisio’, deslizando nuestros dedos por las sinuosas curvas de sus paredes calcáreas, paso a paso, por esta cavidad tan íntima y privada, pero tan expuesta a la vez… Supe que descubriríamos algo más de lo sólo aparente.
Estaba segura de que aquel eco que me devolvía mi voz, nos regalaría un secreto, ‘il vero segreto siciliano’. Y fue entonces, al introducirme en el mismísimo y estrecho canal auditivo, cuando lo escuché.
“¡Ortigia!… ¡Il Duomo d’Ortigia…!” Así hasta tres veces. Claro está que hicimos caso de tal revelación y, según salimos de Neápolis, volvimos sobre nuestros pasos hacia el mar… Hacia Ortigia.

Duomo o catedral de Siracusa, destino final para disfrutar en el café aledaño de uno de los mejores pistachos de Italia. (Foto Espiral21).
Ortigia es un enorme istmo que corona en el mar la bella ciudad de Siracusa, su más preciada joya y allí donde la luz siciliana todavía parece aclararse más. Al otro lado de dos puentes, te enamora al instante.
Misteriosa en sus callejones y lujosa en sus edificaciones, es el centro histórico de Siracusa y su mirador al mar. Pequeña y recogida, pero tan cosmopolita como Palermo o Catania. Y su mercado de frutas y verduras frescas, mejor que el de estas dos capitales.
Pero que tu vista no se detenga en la mitad de los tiempos, aún cuando la diosa Atenea te llame desde su Templo casi intacto, o que Arquímedes te haga señas balanceándose sobre la letra ‘π’… Recuerda que buscamos ‘il Duomo’.
Aventurándonos por el entramado de calles peatonales de este zoco mitad griego-mitad bizantino y mitad normando-mitad romano, llegaremos a la central Plaza del Duomo.
Abierta y deslumbrante se alza, bajo un cielo azul irrepetible, la Catedral de Siracusa, dejando atrás la ‘Chiesa di Santa Lucia alla Badia’, con un Caravaggio en su interior (Porque también el maestro de la luz cayó preso de este azul imposible que ilumina la ciudad, y toda la isla).
Majestuosa, tanto como la propia oreja que nos guió hasta aquí, invita a sentarse en la escalinata de su entrada. Y sin saber bien por qué nos vemos empujados a ello, antes aún que entrar.
Ya sentados, con la fachada del Duomo de Ortigia a nuestra espalda, vuelve a resonar en mis oídos ese secreto de Sicilia que un tiempo nuevo silbó en la oreja de Dionisio.

Ortigia logró que escuchara alguno de los sonidos de la Oreja de Dionisio, como los interpretados por el trío de música tradicional siciliana, que aparece junto a la autora. (Foto Espiral21).
Abro bien los ojos y observo que, enfrente nuestro, luce espléndida una terraza, la del ‘Gran Café del Duomo’. Hay más gente sentada disfrutando de algo mucho más tentador que cualquier panorámica.
Me levanto y desciendo las escaleras con la vista puesta en el suntuoso toldo de lo que parece un rincón verdaderamente emblemático. Cruzo la explanada de piedra lisa y brillante que me separa de la entrada del ‘Gran Café del Duomo’ y entro.
Y descubro, sólo entonces, que lo susurrado por Dionisio era una pista de aquello que alimentaba su insaciable curiosidad por los secretos de los otros…
La Oreja de Dionisio había atesorado el enclave exacto de las más dulces y mejores recetas artesanales de los helados y pasteles tradicionales de Siracusa. (Y de toda Sicilia, me atrevo a decir).
No sé bien por qué nos eligió para desvelarnos este secreto único, pero sí el porqué la luz, de repente, se volvió verde, de un verde intenso… Verde pistacho. Jamás he probado un helado de pistacho como el que me masculló Dionisio.
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