Kiev no tiene tiempo para mucho más
Los vagones de los últimos trenes ya van llenos porque todos tienen el mismo rumbo, el Oeste. Y nadie se bajará antes. Esperarán a que se acaben las vías si fuera necesario
#ConBrilloEnLaMirada al encuentro de la vida, aunque sea el brillo del llanto en esa misma mirada el que te empuje a su hallazgo. Después de todo, nadie espera la muerte, sino la vida.
Un viaje al que se va con lo puesto, pero en busca de ella. Destino, la vida, el único mundo cierto. Ahí afuera, al otro lado de la ventanilla de un tren. El último, quizá.
Antes de que el cielo de Ucrania se tiñera de naranja por la voracidad del hombre, un solo hombre, y se desatara el caos, nos despedíamos diciendo… Bienaventurado el que espere y llegue hasta el fin.
Pero nada sospechábamos más allá del mero relato. Y el fin pareció llegar para centenares de miles cuando la sirena del que podría ser ese último tren resonó en la estación central de Kiev. Nadie la oyó siquiera.
Demasiado ruidoso el llanto como para escucharla. Demasiado ruidoso el miedo y demasiado ruidoso el presente, lleno de voces. El futuro es ahora, parece gritar todo alrededor.
Sin embargo, no hay espacio para él. Los vagones ya van llenos porque todos tienen el mismo rumbo, el Oeste. Y nadie se bajará antes. Esperarán a que se acaben las vías si fuera necesario.
Yo no he estado en esos andenes, pero su estampa desbordada de humanidad ya forma parte de mi imaginario compartido. También yo sé que la vía buena a buscar es la que conduce a Leópolis, la ciudad más próxima a la frontera con Polonia.
Siempre me gustó viajar, pero esto es una huida hacia adelante. Porque Kiev no tiene tiempo para mucho más, pues ha perdido el Este. No son pasajeros al uso. Son supervivientes que miran atrás sin temor a convertirse en estatuas de sal.
Allí dejan el tiempo que ya fue y del que ya no hablarán, para poder comenzar de nuevo. Viajan de pie para aprovechar hasta el último rincón, recordando otras épocas que creíamos ya vencidas.
Tren sobrecargado de terror y humanidad, pero también de esperanzas. También las de todos los que ya hemos hecho nuestra la estación central de Kiev. Porque, como decía Saramago, “no olvides que lo que llamamos hoy realidad, fue imaginación ayer”.