Jerusalén, benditos sean sus besos
#DesdeMiVentanaVerde, episodio 14. La autora se detiene de nuevo en la puerta de Damasco y, sin saber quién era ella, el hijo de Ibrahim, aquel vendedor de dátiles que conociera años antes, le lanza un mantecado al aire, en un impulso inexplicable silbado al oído, traído por el viento y el tiempo...
#DesdeMiVentanaVerde y a la espera de que la ‘nankurunaisa’ actúe y, de verdad, tal y como afirman los japoneses con el arte de una sola palabra… “Con el tiempo se arregle todo”. Aguardo.
Y consciente también de que el sol está en mi corazón como mismo lo estaba en quien partió. Porque nadie muere entre las flores, sino ante su ausencia, vuelvo a asomarme a esta ventana pues. Vuelvo.
Sin saber si marchó calle arriba o calle abajo, pero con la certeza de que marchó, salí a buscarla al reino de los cielos con la visión de todo lo ausente a cuestas. Marché.
También yo, marché. Y toda la memoria guardada en el hueco de mi mano, esperando soltar las alas, otra vez. Asomándome a la vida que fue, regresé a Jerusalén huyendo de las horas, husmeando en la brisa.

Trajín en el centro de la Ciudad Vieja. Mujeres musulmanas caminan junto a turistas occidentales. Foto E21).
Llegué hasta sus puertas como si allí dentro se vendieran recordatorios de todo lo vivido, para así sanar el llanto. Con el deseo de que no saliera la luna y sólo brillara el sol.
Llevaba sobre mis hombros todo el peso de la tristeza empapada en mi piel, cuando sonó en la radio la voz de Rosalía (desde un pequeño transistor)… “Que no salga la luna, que no tiene pa’qué”-
Y fue como si miles de palmas me arroparan bajo su sombra, como si todas las ramas de olivo fueran benditas y se volvieran verdes a un tiempo. Con un suspiro, recordé entonces al viejo amigo que siempre nos esperaba tras la puerta de Damasco.

Ibrahim, el vendedor ambulante de mantecados de dátiles de la Puerta de Damasco. (Foto Nadia Jiménez Castro).
Buscando la vida de antes y su huella, fui al encuentro de Ibrahim en la ciudad tres veces Santa, el anciano vendedor ambulante de mantecados rellenos de dátiles.
Me acordaba de su ‘kufi’ blanco bordado cubriendo su cabeza, pero sobre todo, de su amplia sonrisa… Tierna y sincera, siempre paciente en medio del trajín de una de las puertas más bulliciosas de toda Jerusalén.
Caía la tarde, así que lo suponía allí, esperándome una vez más, en un nuevo viaje a Tierra Santa. Recordaba que él conocía el camino que deja atrás la infelicidad para seguir sus pasos.
Y sin quererlo, la memoria me traía cosas que yo ya estaba enfriando para seguir respirando. Necesitaba de su sonrisa y su sabiduría para volver a soñar la realidad, con ese cariño que la vida te brinda, a veces, a cambio de nada.
Me detuve en cada tropiezo de mi mirada, abierta a la libertad, buscando un poema nuevo para las dos. Y hallé otra ausencia bajo el ‘kufi’. Era él, pero si yo lo hubiera conocido antes de detenerse el tiempo en la misma Puerta de Damasco, y vivir toda una vida.
Era su mismo rostro pero, quizá, con treinta años menos. Sonreía, sí, pero le faltaba el cariño del reencuentro. Porque no era él, sino su hijo… ¡Tenía que serlo! Por el inmenso parecido.
Y porque eran sus mismos dulces. Pedacitos de vida redondeados y rellenos de dátil, tibios para la hora de la merienda. De repente, y sin saber él bien por qué, al ver cómo lo miraba, lanzó un mantecado a mis manos. Lo agarré al vuelo, pero creo que no lo arrojó él.
Estoy casi segura que lo hizo involuntariamente, que fue preso de un impulso inexplicable silbado al oído, traído por el viento y el tiempo… Sospecho que, en realidad, ni siquiera era para mí, sino para quien conmigo va. También ella supo de aquellos dátiles por la vereda, cuya lectura compartimos la noche de un día cualquiera.
Viendo la vida pasar, por su puerta y por mi ventana, verde la ventana que enmarcó mi recuerdo. Qué suerte la que yo tuve… Benditos sean sus besos. Porque Dios tendrá que cobrarle a alguien. Porque el reino de los cielos está en mi mente y en mi corazón.
Para seguir leyendo:
Episodio 1. Gueto judío de Venecia, en el verde de la memoria.
Episodio 2. Sátira de la Crucifixión más allá de la plaza San Marcos.
Episodio 3. ‘Ponte Vecchio’, murmullo de voces y sueños.
Episodio 4. Plaza de San Pedro, inmaculada pero descarnada.
Episodio 5. Los olmos del Gianocolo de Roma se inclinaron aquel día.
Episodio 6. Bosque de Bolonia, raviolis preparados en pareja.
Episodio 7. Bruselas y las siete calles que conducen a la Gran Plaza.
Episodio 8. París, la alegría de vivir hecha de miga de pan.
Episodio 9. Turquía y Siria, gana quien sabe amar.
Episodio 10. 8M, nadie muere entre las flores, sino ante su ausencia.
Episodio 11. “¡Pararse ahí!” De Sevilla a Vegueta en Semana Santa para curar el alma.
Episodio 12. ¿Música de Macedonia o una torrija de la cafetería Madrid?
Episodio 13. Pascua ortodoxa en Las Palmas por Jersón, Lviv y Bajmut