Hondarribia, el saludo de Euskadi a Francia desde la orilla
Con el deseo de viajar, relato 16. La autora descubre la magia de 2 países separados por una pequeña franja de agua que se cruza en 7 minutos. Cada residente, según la tradición, es un marinero en tierra
#GanasDeVolver a las canciones de la infancia en mis noches tristes y ganas de volver a cantarlas en mis días alegres. Pero felices todos, pues se vive lo mismo la risa que el llanto.
Ganas de volver donde rompen las olas porque allí siempre hay luz de luna, que el sol ya me lo dan sus ojos cada mañana de este viaje juntos. Y ya que tocar la campana tres veces, en la fortaleza de aquel peñón vasco, surtió su efecto… ¡Vayamos todavía más lejos!
Bajó las estrellas para ponerlas en mis manos y fue así que se iluminó un nuevo sendero por el que viajar. Mejor dicho, un nuevo mar que bogar, con un país distinto en cada orilla de ese mismo norte.
Un mar vigoroso ése, que no se cansa nunca de gritar sus olas al viento, en el que toca remar, y mucho, hasta anclar en lugares como la ‘Bahía Grande’. Pero acaso sepas de dónde hablo cuando escribo de ella…

Hondarribia, de noche. Al fondo, las luces francesas de Hendaya, en la otra orilla. (Foto Espiral21).
Unas aguas en las que, según contemples el atardecer o el amanecer, estarás en Francia o en España, respectivamente.
Porque ‘Bahía Grande’ es la traducción de Hendaya en la orilla francesa. Y al margen contrario, en la ribera española, Hondarribia significa ‘Vado de Arena’ en el mismo euskera.
Ambas en sendas orillas del Bidasoa. La primera, en el País vasco Francés y la segunda, en el País Vasco. Elegimos Hondarribia para dormir, la última ciudad costera española en Guipúzcoa.
En la misma desembocadura del río Bidasoa y frontera natural con Hendaya, nosotros veíamos Francia desde nuestro balcón mientras nos preguntábamos cómo debió ser esa época en la que ambos países tenían una frontera cerrada, pero vulnerable.

Hondarribia en uno de los rincones característicos de arquitectura local, con la orilla gala en el mar. (Foto Espiral21).
Pintado de colores y con vistosas flores en su barandilla, nuestras puertas y balconada eran azules y daban a la Plaza de Armas, con el Castillo de Carlos V convertido en parador nacional a un lado, y el resto de la calle San Nicolás y sus coloridas fachadas, al otro.
En pleno casco viejo, divisábamos el Cantábrico al fondo, donde muere el Bidasoa (o se escapa, quién sabe). Y como estábamos en una primera planta, participábamos de todo el cotilleo del pueblo que se montaba en las terrazas y cafetines de la plaza.
Bueno, y también del de Miguel, siempre atento a qué nuevo visitante ocupaba esta estratégica habitación doble. Miguel era el vecino de al lado y balcón contiguo al nuestro. Tanto, que casi parecía que estábamos sentados juntos a la mesa.
(Miguel, y su ‘castizo bigote de personaje de Cuéntame en sus primeras temporadas’, era un toledano venido al País Vasco a mediados de los 70, que ya nunca más regresó. Guía turístico improvisado en su jubilación, ‘voyeur’ por vocación y vocero por afición. Conocía todo y a todos, claro).
Lo cierto es que, si bien en un primer momento, resultó oportuno porque nos dijo dónde tomar el mejor café o cuál era el barco indicado para cruzar el río, durante nuestro debut en aquella ‘platea’ que se asomaba al norte…
Acabamos huyendo del tal Miguel, evitando coincidir en el mismo ‘instante barandal’, no fuera también a sacar el tampón de tinta para además tomarnos las huellas.
Lo del barco para ir al otro lado de la desembocadura (en la ‘Baie du Figuier’, Francia), fue un acierto, desde luego. Y eso que en Hondarribia dondequiera que miras, te sientes un marinero en tierra.
Muelle, Paseo Butrón junto al Bidasoa, puerto deportivo, paseo marítimo, puerto pesquero, faro, playa y hasta mirador (Begiratokia)… Todo es puro salitre.
(Sin olvidarnos de los ‘pintxos’ con sabor a mar en el barrio de pescadores. Pero a este punto gastronómico del camino ya volveremos más tarde, de paseo por el Barrio de La Marina y su calle peatonal de San Pedro).

Hondarribia, con aire señorial y sobrio, es uno de los principales puntos turísticos de Euskadi. (Foto Espiral21).
Y todo ello sin perder ese aire señorial y sobrio que conserva Hondarribia tras sus murallas, con sus dos grandes puertas, rincones verdaderamente medievales y sus cuestas adoquinadas.
Pero lo mejor fue que en el sitio del café, ‘recomendado por el curioso Miguel’, después de perdernos a gusto por las callejuelas y explorar sus sotoportales, conocimos al joven Iru.
Iru, ‘tres’ en euskera, era el tercer hijo de unos ‘hondarribiarras’ profundamente tradicionales y también muy prácticos, por lo que puede deducirse de su nombre.
Nació el último de los hermanos y, siendo el más pequeño, los padres lo tuvieron claro. Iru conocía Canarias porque era un gran aficionado al ‘Surf’ y tenía controladas también las mejores olas de este lado del Atlántico.
Se sacaba un dinero extra sirviendo el mejor café de Hondarribia, siempre según Miguel, claro. Pero damos fe de que estaba buenísimo… Cuerpo, acidez y lo que es más importante, estaba bien ‘tirado’.

Muralla y espalda de Hondarribia convertida en un pintoresco parador, con unas vista únicas. (Foto Espiral21).
Iru nos cató al instante, en cuanto dijimos aquello de ‘un cafecito corto’. La sonrisa de oreja a oreja no se hizo esperar… Guiñándonos un ojo, nos preguntó si no preferíamos un ‘barraquito’. A lo que contestamos que no éramos de Tenerife sino de Gran Canaria, con otra amplia sonrisa.
Iru nos completó la información para ir de punta a punta de la bahía de Txingudi, esto es, desde Hondarribia a Hendaya navegando. El barco es el ‘Rekalde’, que lleva casi 30 años funcionando y te cruza de un país a otro en sólo 7 minutos.
Por 2 euros y ticket comprado a bordo en el mismo barco, vives una experiencia única durante la que, como turista, no puedes dejar de reír (al menos a mí me pasó). Casi tardas más en acomodarte que en llegar.a la otra orilla…
Aunque, en realidad, la embarcación es pequeña, se permite perros, bicicletas hasta un total de 5 y tablas de surf a bordo, pues no sólo lo usan los turistas (éstos son los menos, la verdad).
Y las vistas de las tres ciudades a un tiempo, puesto que también divisas Irún y su tristemente famoso puente (por los fatídicos acontecimientos allí vividos), son maravillosas.
Lo bueno es que en verano funciona hasta la medianoche, lo cual añade todavía más emoción al ‘cruce’. Además, según la hora a la que te embarques, puedes volver en el mismo ‘Rekalde’ o en el ‘bateau Marie-Louise’ con base en Hendaia, francés.
Claro está que para los vascos ambas ciudades forman parte de la gran ‘Euskal- Herria’, pero los visitantes lo que apreciamos es que cruzamos frontera en unas aguas tranquilas y que ambas son preciosas.
A la mañana siguiente, con nosotros cruzó Iru, pertrechado en su neopreno y con la reluciente tabla verde y roja bajo el brazo. Cogía olas en Hendaya cada día y desayunaba dos veces: tostadas de pan artesano en casa y croissant tras las olas francesas.
Y el ambiente cambia, claro. Desembarcas en la placidez del ocio y el esparcimiento de la larga playa, que luego da paso a las amplias avenidas de la arquitectura francesa. Pero sin perder la tranquilidad de una pequeña ciudad tras la ‘muga’ (frontera en euskera).
La hora del atardecer la pasamos en la playa, observando sus ‘dos hermanas’. Dos grandes rocas que emergen del mar, y que son conocidas como tal, ‘les deux jemeaux’.
De vuelta, el mar siempre te abre el apetito, así que visitamos ‘Gran Sol’ en el 65 de la calle peatonal de San Pedro, siguiendo las recomendaciones de Iru… Y no falló.
’Vieira a la plancha con verduras en dos texturas’ y ‘Huevo mollete al oro sobre migas de pastor al chipirón y jugo de ave’, son sólo dos ejemplos de cómo los ‘hondarribiarras’ pueden llevarte camino del naufragio sin embarcarte siquiera.
“Proa al marisco”, como dice el refrán canario. Te lo aseguro. Y nada de un ‘tapeo’ para picotear y salir del paso con el almuerzo, no. Se trataba de un verdadero desfile gastronómico de platos en miniatura.
El ‘txakolí’ frío en plena Plaza de Armas, frente a nuestro balcón del Hotel San Nicolás y bajo la luz de aquella luna llena, fue el brindis que nos haría volver a Hondarribia, absolutamente.
En definitiva, ganas de seguir buscando. Al fin y al cabo, todo el mundo está buscando algo, como canta Annie Lennox en sus ‘Dulces Sueños’ (Sweet Dreams’).
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