Helsinki donde la brisa lleva la sal a tus labios
Con el deseo de viajar, relato 9. La autora sigue al viento, que le silbó al oído buscar la capilla del silencio, donde el alma más inquieta se calmaría en las curvas de su interior sin necesidad de volar. Hasta el propio aliento se vuelve sordo en el silencio de esta campana terrenal y sin badajo
#GanasDeVolver a salirnos del borde a cada instante y dejar que las tentaciones te superen. (Después de todo, acaso sea la mejor manera de vencerlas). Ganas de volver a intercambiar una sonrisa en vez de esconderla con sólo una mirada.
Ganas de sentir el veneno de la piel y ganas, en definitiva, de que la vida te pille desprevenido sin tener que desinfectarte de ella… ¡Que corra el aire y la marea nos lleve!
No había motivo alguno para abandonar el Báltico, así que tan sólo dimos un giro en los puntos cardinales y del sur, subimos al norte tocando puerto en Helsinki con un cielo tan azul como engañoso.
Finlandia, quizá por los 1.400 kilómetros que comparte de frontera con Rusia, resulta reservada. Hay que arañar mucho más que la superficie para descubrirla. Y Helsinki, aunque sea la capital, no es una excepción.
La bahía de Helsinki nos recibió sin una nube y un azul tan intenso, que nos hizo creer que nuestro calendario era coincidente. En absoluto, allí el verano acaba antes de que lo haga agosto.
Y enseguida lo comprobamos… no hubo quien se quitara ni la bandana del cuello. Sin embargo, aquel cielo invitaba a callejear sin perder detalle y sin alejarnos de la brisa del Báltico.

Helsinki, junto a una de las bocanas del puerto donde se levanta un mercado único. (Foto Espiral21).
Porque allí mismo en el muelle, bordeando el mar, estaban los innumerables puestos de la céntrica ‘Kauppatori’ o Plaza del Mercado, también conocida como ‘Mercado del Pescado’, donde ver desde pieles de zorro, cuernos de arce y gorros de lana, hasta comida finlandesa fresca.
Carne de reno y salmón servidos al instante. Con salsa de arándanos rojos para el primero (por cierto, también en ‘perrito caliente’), o la de tierno y verde eneldo para el segundo. Mesas y bancos para compartir y café humeante para limpiar el sabor de tanto arenque (Buenísimo).
Cerezas brillantes y las mejores fresas de todo el verano con nata fresca de granja. (Empezaba a creer que eran reservados para no tener que compartir).
Todo un descubrimiento que nos confirmaba que, en verdad, allí estaba la puerta más próxima a Oriente. Lo mismo ‘sushi’ de Laponia que sopa caliente de ‘ramén’.
Eso sí, junto a un puesto permanente dedicado a la Navidad, repleto de adornos artesanales de madera. No en vano estábamos en la patria de Papá Noel y sus renos.

Helsinki está llena de sorpresas urbanas, como el banco de tortuga en el que aparece la autora del relato. (Foto Espiral21).
El sol aún nos daba en la cara para cuando terminamos con nuestro plato de cartón, allí sentados, frente a los barcos del muelle y el vuelo de las gaviotas.
Pero el viento cambió y la brisa, más racheada, nos avisaba de sal en los labios. Era hora de levantarse sin más distracciones (Algunas realmente exóticas, pues había hasta un puesto de ceviche de un peruano casado con una finlandesa, que llevaba 14 años allí).
En lo alto, divisamos la catedral, todo un símbolo de la capital finlandesa. Inmaculadamente blanca, sobresalía en el cielo su alta cúpula central, rodeada de otras cuatro más pequeñas. Pero todas verdes…
Sí verdes, absoluta y llamativamente verdes, como si cinco misteriosos personajes asomaran en las transparente aguas de un estanque y éste formara parte del bosque de un cuento de los ‘Hermanos Grimm’.
Y sin embargo, camino de ella, no sé si porque el viento sopló más de lo esperado, o porque nos lo silbó al oído, nos arrimamos a una pared de madera, cálida al tacto, que nos sirvió para guarecernos puntualmente.
Pasada la racha que nos empujó hasta allí, al retirarnos, comprobamos que lo que creímos una pared sin más, era una enorme pieza de madera compacta y ondulada, trabajada con esmero y dulzura.
Aún retrocedimos unos pasos más para abarcarla con la mirada y así entender qué nos había arropado de manera tan acogedora. Alzamos la vista y comprobamos que se trataba de un edificio de una sola pieza, curvo en los extremos y un lado más elevado que otro, como si de la proa de un barco que emprende ruta se tratara.
Estábamos ante la ‘Capilla del Silencio’ o Capilla de Kamppi, austera y sencilla en su forma. Carente de esquinas o aristas, tanto fuera como dentro. Es ecuménica. Y ello quiere decir por tanto, que no está adscrita a ninguna religión o culto específico, sino abierta a todos sin distinción.
Da la bienvenida a todo aquel que persiga ese instante de silencio, oración, recogimiento o introspección más íntima, te aísla del mundo en el centro de la transitada Plaza Narinkka.
Evocadora y sugerente, invita a la memoria tanto como al tacto. Allí no se celebran ceremonias religiosas porque, en realidad, es una ventana a tu interior cuando así lo necesites.
Sorprende que, pese a tener su origen en una feria mundial de diseño celebrada en la capital del país finés en 2012… (Algo tan externo y aparente), lograran sin embargo, algo tan íntimo.

La Capilla Kamppi se encuentra en el lado sur de la concurrida plaza Narinkka en el centro de Helsinki. En la foto, el techo interior de la capilla, una innovación arquitectónica.
Hasta el alma más inquieta se calmaría en las curvas de su interior sin necesidad de volar. Hasta el propio aliento se vuelve sordo en el silencio de esta campana terrenal y sin badajo.
Nada es impuesto en su interior, salvo el preciado silencio. Nadie cuestionará si te sientas o permaneces en pie, si cierras los ojos hasta dormirte o los mantienes abiertos buscando más.
La luz natural entra por el techo, bastante alto, y las paredes están vacías de todo porque están llenas de la madera que las creó. Es un corazón abierto al mundo que late al ritmo de cada pálpito, cualquiera que éste sea. Interreligioso hasta la total trascendencia.
Y pensar que fue el viento el que nos lo silbó al oído… (Al corazón, quizá. Hasta el mismo cuenco de la mano de Dios)
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