Gaztelugatxe, donde las campanas resuenan más que el Cantábrico
Con el deseo de viajar, relato 15. La autora cumple con el reto de subir, sentir y sufrir los 241 escalones que separan a peregrinos y turistas del cielo de Bizkaia, en un escenario idílico que encumbró a 'Juego de Tronos' en medio de leyendas medievales tan románticas como eternas
#GanasDeVolver a escarbar para hallar los secretos de la vida y ganas de hacerlo con las manos desnudas, vacías de nada y llenas de todo. Con ansia y sin mesura alguna.
Apasionadamente, como mismo late la vida… Abriéndose paso a bocados, con un llanto amargo como el del nacimiento porque duele, pero con la curiosidad hambrienta de mundo.
Por ello el silencio del desierto fue como un nacimiento, que me paró del todo para luego expulsarme afuera con fuerza, pero no a la mundanidad convencional, sino a la puramente terrenal aún por descubrir.
Y así fue que el ‘A Vava Inouva’ del cantante argelino Idir… Me sacó de tierra adentro y me empujó de nuevo hacia el mar. Porque soy isleña, supongo. Porque sé que llevo sal en las venas. Lo sé.
Sus acordes me llevaron a viajar otra vez por la memoria y a buscar esa brisa entre mis aromas de viajes. De nuevo, olía a mar.

San Juan de Gaztelugatxe desde una de las barcas que permiten a la autora un avistamiento perfecto de la pequeña ermita en lo alto. (Foto Espiral21).
En cada escalón que subías, olía aún más a mar porque respirabas más profundamente. Agitado, como el propio mar, ansioso como la pleamar. Y es que estábamos en San Juan de Gaztelugatxe, Bizkaia.
(Aquel abrupto parto del despertar en el desierto, a mí me había llevado en volandas al frío Cantábrico, hasta un islote, dedicado a San Juan Bautista, que está en la localidad bizkaina de Bermeo. El por qué, no lo sé).
San Juan de Gaztelugatxe sorprende desde cualquier ángulo, pero sobre todo, hay que subirlo. Hay que pisarlo… No vale conformarse con verlo desde el mirador, por más bonita que sea su silueta de dragón. De verdad que vale la pena su ascensión.
La subida hasta la pequeña ermita ‘sanjuanera’ que domina el cielo en aquel rompiente de mar, no sólo no defrauda sino que puede considerarse una verdadera y sacrificada peregrinación, si no, casi una asunción a los mismos cielos.
(De hecho, el camino está marcado con las diferentes estaciones del ‘Viacrucis’)
Aquel mediodía nos acompañaba el sol, así que la bendición parecía ser completa. Claro que allí el tiempo te cambia a mitad de los 241 escalones en zig zag, y sin previo aviso.
Pero antes que nada, corrijamos, porque este peñón es ya parte de la península, pues está unido a la costa por un estrecho camino construido por el hombre. Un puente con dos arcos, sobre la agitada marea, nos permite cruzar.
El total del camino tiene una longitud de casi unos 300 metros hasta que llegas al final de la mítica roca, propiamente dicha, es decir, a la puerta de la ermita (a unos 150 metros de altitud sobre el nivel del mar).
Pero este ‘San Juan de la Peña’ parece conocer los secretos del mar, porque por más que ruja el Cantábrico, más suena su campana y más desafía al caminante, que se siente irremediablemente atraído a ascender hasta lo más alto y gritarle al viento.

Por más que ruja el Cantábrico, más suena la campana de la ermita, como hace la autora con el cordón verde. (Foto Espiral21).
No voy a negar que el pequeño puente construido sobre las rocas, cuando el mar está azotando con energía, impresiona un poco. Pero también que más te empuja a seguir adelante por la emoción de sentirte integrado en aquella naturaleza tan viva.
Y para qué negarlo… Hasta abres los brazos como Leonardo Di Caprio en la mítica escena de la película ‘Titanic’, para sentir el aire circulando a través tuyo. En el fondo, deseando que el mar salte lo justo para salpicarte sin otro riesgo mayor que el de salir de allí mojados.
(Y eso dejando a un lado, si es que también eres fan de ‘Juego de Tronos’, que su fama aumentó después de ser la ubicación de ‘Rocadragón’, ya sabes, la morada de la ‘Madre de Dragones’ o nuestra heroína de los últimos tiempos ‘prepandémicos’, Daenerys Targaryen).
Lo cierto es que a 35 kilómetros de Bilbao, los dragones aún vuelan…

San Juan de Gaztlelugatxe está a 35 kilómetros de Bilbao, pero cuando llegas a su principal acceso, el recorrido se hace corto. (Foto Espiral21).
Sólo un pequeño refugio ante la puerta de madera de San Juan, te permite guarecerte del viento, que siempre sopla arriba. El aliento mismo te sabe a mar y, si te fijas, puedes ver a los percebes que se encaraman en las rocas y los centollos que se mueven al sol.
La verdad es que este istmo que serpentea sobre el raso de la marea, si es que alguna vez el Cantábrico se halla raso, invita a continuar el viaje frente al oleaje. A no volver a tierra si no es para descubrirla y a no navegar jamás, si no es para beberte el mar.
Dicen que al llegar a la cima, haz de tocar la campana tres veces como recompensa al esfuerzo realizado (debes saber que los escalones de piedra son irregulares), y pedir un deseo…
Parece ser que también si te fijas en el último escalón de acceso, donde está la “huella” del propio San Juan y el último salto que dio para alcanzar la roca, da buena suerte a quien hace coincidir su pie y su suela la toca.
Allí arriba, inevitablemente, acaso resulte imposible no creer en el proverbio vasco que reza así : “Bajaré las estrellas y las pondré en tus manos”. (“Izarrak jaitsi eta zure eskuetan jarriko ditut”)
Lo cierto es que el solo hecho de subir hasta esta fortaleza para descubrir un lugar tan espectacular es, en sí mismo, un deseo cumplido y no sólo una ensoñación.

Objetivo conseguido, el punto más alto de la roca sobre la que se levanta la ermita de San Juan de Gaztelugatxe. (Foto Espiral21).
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