Francia se revuelve contra sí misma
Macron hace frente a los mayores disturbios sociales en décadas con 45.000 policías en las calles. Suspendidos servicios de guaguas y tranvías y aplicación del toque de queda en varias ciudades
El principal destino turístico de Europa, París, tiene su sede gubernamental en El Elíseo, en una calle custodiada hasta los dientes por la gendarmería francesa que se levanta junto a los monumentos de la Concordia.
La muerte por disparos de un policía a un joven de 17 de años, de ascendencia magrebí, convirtió la calle en un campo de batalla a lo largo y ancho del país, con miles de detenidos, cientos de heridos y pérdidas millonarias como no se recordaban desde las protestas de Mayo del 68 e, incluso, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Francia se revolvió contra sí misma en la peor pesadilla del presidente Enmanuel Macron, obligado a aplicar toques de queda entre las 11 de la noche y las 6 de la mañana en varias localidades de la geografía nacional, sobre todo, en Nanterre, una población de 200.000 personas en la periferia parisina en la que nació el malogrado Nahel.
Macron prohibió los viajes de todo su gabinete ministerial y desplegó a 45.000 policías para frenar la ola de violencia que sacudía Francia desde que el jueves 29 se produjo el fallecimiento de Nahel. En cuestión de horas, miles de alborotadores (entre los que se incluían cientos de menores) embistieron contra todo lo que se movía en París, Lyon, Nantes, Marsella o Niza; quemaron vehículos, destrozaron escaparates, saquearon supermercados y propinaron palizas a policías que trataban de repeler un ataque sin precedentes.
El Elíseo, residencia de Macron, desplegó el viernes al grupo de élite Centauro. Francia se mantuvo en silencio, con la saliva en la garganta. París redujo su ritmo. Calles como La Fayette en su acceso a Ópera (áreas de máxima concurrencia) se quedaron sin tráfico y hasta los restaurantes chinos y las fruterías de pakistaníes anticiparon su cierre.
Las guaguas y los tranvías suspendieron todo el servicio desde las 6 de la tarde hasta nuevo aviso. El Trocadero que da paso a la torre Eiffel perdió glamour y vistosidad. Fnac suspendió sus conciertos estivales y los campos de Marte quedaron casi vacíos. Un paisaje apocalíptico.
A diferencia del viernes maldito, la violencia disminuyó en la madrugada del sábado y los franceses volvieron a abarrotar las terrazas de las cafeterías y de los bistrot, pero en el imaginario colectivo, la sociedad gala teme un “cierre en falso” de la peor crisis social en 20 años, explica con repulsa una joven abogada de Lyon que acaba de iniciar su trayectoria profesional en París. “No estamos ante un atentado yihadista. Es Francia la que sangra por la herida. Son franceses contra franceses que sufren un choque cultural y económico de tipo étnico y religioso al que no vemos solución política”.
Mientras, los grupos de violentos se concentraron el fin de semana en La Concordia, cerca del Elíseo. Fueron dispersados por la polícía, pero “es un aviso a navegantes” sobre el “deseo” de “provocar un altercado mediático de calado“, expresa un profesor universitario que no da crédito a lo ocurrido. “Poco o nada han hecho por prevenir la depauperada situación de las periferias. Es un polvorín en permanente estado de odio y de explosión. Europa debería tomar nota que olvidar no significa que deje de existir“.
Francia cuenta con 10 millones de inmigrantes. El paro alcanza al 8% de una población formada por 70 millones de personas.
(Crónica para Espiral21 desde París).