Fernando Álamo maestro del sushi
El pintor canario expone en la sala de interiorismo Bibli en Santa Cruz de Tenerife alrededor de 50 obras inspiradas en el acto de comer, el sabor. Pues, acaso hay nada más instintivo que ansiar aquello que ya has probado
Maestros de sushi y, de entre ellos, el maestro: Fernando Álamo. De nuevo, lleno de intenciones. Y en el guiño, el deseo. Siempre. De naturaleza carnal, siempre.
Acaso haya nada más carnal que el comer. Y en el acto de comer, el sabor. Pues, acaso hay nada más instintivo que ansiar aquello que ya has probado.
Más aún, en estado puro, cuando todavía rezuma por cada veta. Virgen y siempre carnal, por supuesto. Naturaleza viva aunque tome, a la vista, imagen de naturaleza muerta.
Pero ésta no existe en el universo de Fernando Álamo, donde es la vida la que se impone por instinto. Siempre. Roja. Latente y latiendo, bombeando sangre como savia. Sembrada de arte vivo.
Es la seducción del Todo que inspira al artista en cada aliento. Anteayer, frutas y ayer, flores. Hoy, atún. Pescado dispuesto para el ‘sushi’ después de haber sido palpado por sus manos, magreado en su paleta.

Fernando Álamo con algunas de sus obras expuestas al más puro estilo del barroco holandés. Un lujo. (Foto Espiral21).
De nuevo, con Fernando, la alegoría se esconde en tu propia mirada, aunque él ya apuntó antes a esa dirección adonde todos dirigimos la vista ahora.
Adonde él ya dispuso en orden el camino a seguir. Barroco holandés para una comida nipona (pero jamás dentro de un ‘bento’, lo de él es el libre albedrío, siempre carnal).
Esa senda apetitosa cuajada de piezas de diferentes tamaños en distintos momentos del goce, dispuestos entre dos paredes como verdaderas piezas de ‘sushi’.
Bocados que penden, todos, guardando la distancia justa entre sí, enmarcados en su propia ‘alga nori’, como si se tratara de auténticos ‘makis’, entregados a la tentación de nuestras miradas. Abiertos de par en par.
Según la mitología griega, el primer Dios elemental en surgir durante la creación del Universo fue el ‘Caos’, que en griego antiguo expresa el ‘vacío que ocupa un hueco’. Procede del verbo ‘abrirse de par en par’.
El Caos era la atmósfera más próxima a la tierra, compuesta de aire, vapor y niebla. Y su nombre significaba vacío o hueco porque ocupaba justamente ese espacio entre el cielo y la tierra…
Al alcance de la vista de todos. ¿Pero seguro que de todos?
Ese espacio inexistente de creación, más allá del orden y por eso mismo, inmerso en el desorden más fértil. Intangible, pero que toca el cielo y la tierra a la vez cuando nos asomamos a mirar por él.
Ese espacio que Fernando Álamo conoce bien. Allí donde respira la complicidad, escondida en los cuerpos de los que han elegido crear, a veces. Y siempre, en la materia en la que han posado su mirada.
A la entrada de la galería Bibli (Santa Cruz de Tenerife), te recibe una inmensa tela cuajada de multitud de espirales. Un sinfín de ‘sushis’, de infinito final y origen cierto.
Derramados en abundancia a tus pies, parecen decir que son muchos los que hay que morder para llegar a ser un maestro… Quizá sea todo lo contrario y con sólo uno, sucumbiste al deseo.
Casi el único ‘blanco y negro’ de la nueva exposición de Fernando Álamo, salvo la primera pieza que dio curso a esta muestra (y estratégicamente colocada entre el resto). Donde el estallido de volumen y color se aloja en la retina desde el primer instante. La sensación es de movimiento pese a tratarse de ‘bodegones‘.
Pareciera que la relación originaria entre el agua del azul en el que un día nadaron y la feminidad, manase como fuente de inspiración.
Sensualidad derramada, y aún troceada, aquello que es invisible y dotado de esa ‘quietud inquietante’, te aguarda en Bibli. Es Fernando Álamo, el maestro de sushi.