Essaouira el tango de las gaviotas
Memorias de nuestros viajes, episodio, 17. La autora llega al final de un gran periplo por 4 continentes ahora que vuelve la normalidad. Se detiene en uno de los puertos más corales de cuantos existen en Marruecos para escuchar milongas argentinas que muestran cómo en las declaraciones de amor todos los besos están aún por dar. Y por recibir
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Celebro además cuánto recuperamos ahora que, al fin, #llegaLanormalidad. Pero si algo tengo claro después de estos 100 días de confinamiento/desconfinamiento y 17 relatos, es que no hay mayor viaje que aquél que realiza la memoria a través de los propios recuerdos.
No hay mayor certeza que aquella que da el vivir sin dejar que la vida pase de largo. Aquella que da el soltar las alas sin medir los tiempos, y agarrar fuerte de la mano a quien contigo va y sabe sentir esa libertad.
Por eso viajar se convierte en una declaración de amor, cada vez, con todos los besos aún por dar. Y recibir.
A veces, el más cercano puede ser el mayor de los grandes viajes, según bascule el destino. Y puede suceder lo mismo en el Puertito de Las Nieves que en la Playa de Salinetas.
Quizá también en la otra orilla más cercana de este mismo mar… ¿Por qué no?

Niño marroquí desescama pescado en el puerto de Essaouira. (Foto Apel.les bajo licencia de Creative Commons).
Todo empezó mientras escuchaba un tango por la carretera que conduce de Marrakech a Essaouira, en la costa. Sí, ya sé que sorprende… Tampoco yo esperaba que a Ahmed, al volante, le gustara tanto el tango como a mí.
Después de todo… ¿Acaso dudó nadie de que mientras una milonga suene en el mundo, y ‘Malena’ se gire al oír un tango, toque bailarlo otra vez más?
Sea en Argentina o sea en Marruecos, este baile endiablado que gime sus penas cantando, es un fenómeno musical que trascendió más allá del barrio rioplatense, de Rosario o del Atlántico que cruzó.
Su poesía no sabe de fronteras, sino de las ‘minas’ o chicas que se fueron airadas (‘¿viste?‘). Sabe de nostalgia y de pasión. Y por lo que se veía, Ahmed era también del equipo de “un pensamiento triste que se baila”, como dijera el poeta.
Seamos claros, qué país no ‘tanguea’, quién se resiste a esta música que llora desde el alma y al baile que respira pegado a su aliento.
Sonaba pues de fondo, mientras mi nariz pegada a la ventanilla no perdía detalle del paisaje camino de Essaouira. De modo que las cabras subidas a los árboles de Argán, comiendo sus semillas, dejaron paso a otros pensamientos… Digamos, más cercanos al alma.

Medina de Essaouira con una residente caminando junto a un mural que invita al baile. (Foto Turismo de Marruecos).
Essaouira, Patrimonio de la Humanidad, es una visita imprescindible, de verdad. Al menos si andas por esas latitudes. Es realmente encantadora.
Conocida como “la Perla del Atlántico”, la llaman también “La Bella durmiente”. Supongo que su preciosa costa y la coquetería de sus callecitas escondidas tras las murallas, tienen mucho que ver con ello.
Su origen es una fortificación y allí todo es azul y blanco, como un cruce entre el Mediterráneo, el Atlántico y hasta el Egeo, porque también recuerda un poco al paisaje de las Islas Griegas…
Diría que incluso te evoca algo de los pueblitos andaluces. Sí ya sabes, esos de casitas blancas y silencio a la hora de la siesta cuando cae el calor de justicia.
Pero si hay una estampa preciosa es la de su puerto. ¡Puedo jurar que jamás he visto tantas gaviotas juntas como en Essaouira! No sabía bien si seguir riendo o acordarme de Tippi Hedren en ‘Los pájaros’ de Hitchcock.

Puerto reúne a diario cientos de gaviotas que bailan del principal sustento de la zona: la pesca. (Foto Turismo de Marrakech-Essaouira).
Me costaba creer que todavía existieran lugares tan bucólicos tan cerca de aquí, y a pesar de su turismo. Su atmósfera calma y tranquila nos enganchó por completo. Y de pronto, el tiempo se detuvo. Lo juro.
Aparté con la mano una de esa cortinillas que cuelgan (de color azul, por supuesto), y entré. Pero no sin más, o no porque sí. Fue la estrofa que sonaba la que me hizo entrar…
“Ilusorio jardín del recuerdo, pobre página triste de ayer
qué tarde más serena, qué alegre primavera,
en flor en la pradera mi paso engalanó”.
Entonces, jamás pensé que el llanto de un bandoneón llegara hasta la recepción de un ‘riad’ de una pequeña localidad marroquí. De niña, sonaba en el viejo bar de mostradores altos de mi abuelo.
Era en aquellas soleadas mañanas de sábado al sur (siempre el Sur), que la voz de Carlos Gardel cantaba un tango tras otro. Y así fue que yo me aficioné y me nació la conciencia ‘tanguera’. Hasta hoy.
Pero volvamos al ‘riad’, porque también sus mostradores eran altos y también era Gardel el que cantaba. ¡Y estaban ‘sacando viruta al piso’!
Había una clase de tango… Quizá un día llegó un argentino que se enamoró de este cielo y su mar. Y se quedó, perdido también en el vaivén del vuelo de tanta gaviota.
Cuentan que en los años 60 llegaron a Essaouira muchos artistas del movimiento ‘hippy’. Melenas, surf, chiringuitos y paseos en camello por la playa… Pero en medio de esa psicodelia ‘cannábica’, nunca se escuchó un tango.
Esta aldea bereber que mira al Atlántico, bohemia y de mar siempre azaroso, parecía ser todo un descubrimiento en medio de ese entrañable aire familiar, de té en buena tertulia.
Ahmed sonrió y me tendió la mano, se arrancó en una ‘quebrada’ y hasta se atrevió con una ‘refilada’, que yo no supe seguir bien del todo… De pronto, supe por qué escogió tango para el trayecto.

Fortaleza de Essaouira disfruta de las mejores puestas de sol de la costa. Sus aromas son puro tango. (Foto Turismo de Marruecos).
Y aún sin las “calles ni atardeceres de Buenos Aires”, imprescindibles para escribir un tango según decía Borges, nosotros bailamos un tango donde Orson Welles rodó su célebre film de ‘Otelo’.
Las fotos del local recordaban que también Jimi Hendrix tocó al aire libre y soñó allí. “Disculpen mientras beso el cielo”, diría luego en algún concierto.
¿Nuestro cielo atlántico quizá? Las olas son las mismas. El mismo viento fuerte que sopla de Sur. Las mismas gaviotas que vuelan desde Essaouira hasta Canarias. Y hasta quizá el mismo tango de Ahmed.
(Para seguir leyendo)
Relato 1. La tarde que busqué los caballos de la puszta húngara.
Relato 2. ‘Candomblé auténtico’ o cómo camelar a 50 turistas en Salvador de Bahía.
Relato 3. Fuí a bailar ‘Zorba el griego’ y me encontré con el seísmo de Atenas.
Relato 4. Jerusalén, un rostro distinto según la hora del día.
Relato 5. ‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí.
Relato 6. Nikko y los 3 monos del puente rojo.
Relato 7. París guarda mi secreto en Hotel Du Nord de Laurent y Farid.
Relato 8. Los dátiles de Auschwitz en un tren por Polonia.
Relato 9. Modelos de Botero en un ‘Hammam’ turco.
Relato 10. La oreja de Dionisio escucha los secretos de Sicilia.
Relato 11. Laponia me regaló el ‘Sol de Medianoche’.
Relato 12. Giza me sostuvo en la eternidad unos segundos y Aicha me trajo de vuelta.
Relato 13. Petra y mucho más allá del desfiladero.
Relato 14. Venecia enamora más si la Luna es de pomelo.
Relato 15. Pekín, la ciudad de recuerdos color marrón.
Relato 16. Win Wenders me mostró al ángel de Berlín en un hotel de 2 estrellas.