Dolor y Gloria, alma carnal de Almodóvar
El cine es, sin duda, ese primer deseo de Pedro Almodóvar al que se consagra y que domina su vida, tal y como queda claro en la última entrega del cineasta manchego, ‘Dolor y Gloria’.
Dolor en el primer deseo… Ese primer deseo puede convertirse en un estado mental. De hecho, en ese estado mental que gobierne toda tu vida. En una verdadera afección emocional que dicte tus pasos y acabe orientando tu destino.
El cine es, sin duda, ese primer deseo de Pedro Almodóvar al que se consagra y que domina su vida, tal y como queda claro en la última entrega del cineasta manchego, ‘Dolor y Gloria’.
Su estado mental y sus cadenas. Sabor y adicción, como los supuestos títulos de esas dos películas de este otro director que habita la piel de Antonio Banderas.
Sabor y adicción. Sabor a cine y adicción a la vida. Rotundamente. Porque la pasión de Pedro Almodóvar es contar historias ¿Por qué no la suya? Acaso haya un pedazo suyo en todas y cada una de las que ya forman parte de su filmografía.
Pero ‘Dolor y Gloria’ es tal cual canta Mina. “Che questo sogno fosse realtà…Ah… Realtà, d’un sogno d’amor” (‘Come sinfonia’). Y si ‘Dolor y Gloria’ fuese realidad, sería realidad de un sueño de amor… El de Almodóvar.
Sueño de amor por el amor mismo. Amor por el cine y amor por su madre. Reverenciada ahora en dos mujeres que son referente en su cine, Penélope Cruz y Julieta Serrano. Fantásticas ambas en esta nueva entrega ‘almodovariana’.
Dos momentos diferentes en la vida de Almodóvar. Inspiración y devoción. Penélope representa la dulzura ensoñadora de la joven madre, inquieta y curiosa para empujarlo hacia adelante aunque no siempre lo entienda.
(¿Seguro que no? Siempre supo ella que él era distinto, y que el mundo se le haría pequeño, aunque pudiera hallarlo todo él en una sola ciudad. Pero de mil colores).
Y Julieta, el candor del amor incondicional, tiene ese otro rostro que ya te ha dibujado la vida cuando viene de vuelta, sin pudor en las palabras y con los surcos de toda la comprensión de este mundo bien marcados. No siempre a besos.
Ambas son el binomio perfecto de la vida soñada por Almodóvar y de ese otro sueño que aún vive Pedro. “Sogno, sogno… Io sogno… D’esserti vicino e di baciarti e poi svanire in questo sogno irreale”.
(“Sueño, sueño que te tengo cerca y te beso, para después desvanecerse en este sueño irreal”).
Canta Mina al oído de Pedro Almodóvar en el silencio de Antonio Banderas bajo el agua, en una piscina que calma el dolor de su espalda. Con los ojos cerrados. Ambos, Pedro y Antonio.
Y así comienza esta obra maestra. Canta Mina y arranca el sueño para todos. Almodóvar consigue tal nivel de compenetración con el espectador, que conduce a cada uno a su propia infancia, su propio sueño y su propia vida.
Silenciosa, contenida y profunda. Así es ‘Dolor y Gloria’, esencia pura que late sólo para la narración. Canción necesaria que es para la vida. Probablemente sea la mejor actuación de toda la carrera de Antonio Banderas, quien consigue incluso que no lo veamos a él.
Sin caer en ningún tipo de imitación del lenguaje corporal de Almodóvar, Banderas se desvanece como el sueño de la letra de la canción de Mina, de modo que sólo vemos a Pedro.
De un modo soberbio consigue que nos olvidemos por completo de él. Es el mismísimo Almodóvar el que cobra vida en el personaje de Salvador Mallo, ese otro director de cine.
La intimidad que consigue su ‘alter ego’ en la cinta casi duele de tan sentida que es… El alma fluye sola, la del niño que fue y que aún le inspira hasta conmoverlo. (Conmovernos, a todos). Y también la del hombre que necesita narrar la vida.

Rosalía incorporada al universo femenino de Almodóvar, canta y aparece en la escena de la colada en el río.
El universo visual, más medido esta vez, nos da pistas de sus pasiones todo el tiempo. A veces de manera directa, imágenes de Marilyn Monroe, Natalie Wood, ‘Mamma Roma’ en dvd y libros de Antonio López o Manolo Blahnik en la estantería…
Y otras veces, con metáforas preciosas. Abrazado a las flores del vestido de su madre, juntos miran al cielo desde el patio de la casa-cueva aún por albear de blanco. (Canta Rosalía ‘A tu vera‘, que es la suya. Y se vuelve la mía, y la de todos).
Todo un lienzo sobre el que pintar infinidad de historias que aún vendrán y que, ya desde entonces, lo convertirán en el ‘niño que lee al sol’, personaje central de una acuarela que una vida de cine le devolverá a sus manos…
Es el destino de un primer deseo. El de Pedro Almodóvar, el mejor de ellos.