Chez Prune el bistrot más insurrecional de París
#UnViajeUnInstante, relato 20. En su itinerario del mundo, la autora, a pocos metros de la Plaza de la Republique, conversa con el argelino-parisino Djamel, y le explica por qué en el Canal de Saint Martín las historias se cuentan sentados con los pies colgando. Quizás, porque todo vuelve a empezar, siempre, con un flechazo, un instante o un sorbo
#UnViajeUnInstante y una creencia, a veces, certeza… Es la incertidumbre de la vida que, como la del arte, se cuela a mitad de la creación para dar paso a pequeños canales por los que escapar, o tan solo deambular.
Pero, ya sabes, en el arte no hay preguntas válidas o inválidas… Y en la vida, tampoco. Ese instante efímero que nace de un viaje, que respira al moverse y que muere como aventura para ser recordado siempre.
El sol además se mostraba agradecido aquella mañana de julio, quien sabe si complacido por cuanto acontecía bajo un cielo que tanto abarca… Y la inmensidad, sencillamente, cabía en sus calles.
Ya lo dije una vez… Siempre pienso en ella cuando llega la primavera, pero también cuando comienza el verano. Porque no cabe en esta ciudad ningún tipo de restricción, no cabe encierro bajo un cielo de tanta libertad.

Chez Prune en su interior en las primeras horas de la mañana, con puro aroma a café y ambiente parisino. A la izda. aparece Djamel.
Cuando tocó quedarse en casa, te revelé mi secreto mejor guardado cada vez que vuelvo a París… El nombre del pequeño hotel con encanto en el que me alojo. Ahora te contaré del primer sorbo de la mañana.
De paseo por una ciudad que siempre te sorprende en cada esquina, de nuevo, cada vez. Y a la que uno nunca puede dejar de mirar embelesado, pues, concebida para ser amada, resulta imposible no desearla.
Pero todo comienza siempre con un flechazo, un instante o un sorbo… Así que volvemos al Canal de Saint Martin, mi pequeño paraíso parisino, donde las historias se cuentan sentados con los pies colgando.
Allí donde un puente gira para abrir la exclusa al paso de los barcos, mientras la calle se cierra al tránsito de los coches que cruzan el canal. La gente mira siempre. Todos miran. Siempre es curioso de ver, aunque suceda todos los días.
Pero volvamos, decía, a ese sorbo de la mañana, a orillas del Canal… Eternizando una jornada que aún huele a París, la Revolución es una playa bajo el pavimento de sus calles y esta zona, auténtica, conserva el viejo encanto del París de Arletty. El del realismo poético francés.
Con su vista sobre el Canal Saint-Martin, este bistrot de enfrente y en esquina con el 36 de la ‘Rue Beaurepaire’, huele a café bullicioso. Y a pan también, y qué sé yo a cuántas cosas más. Huele a vida. A la vida en París cada día que comienza.
Todo empezó para mí con ‘Amelie’ , buscando el puente desde el que su protagonista tiraba piedrecitas al canal. Y llegué al distrito X. Su eslogan publicitario rezaba “Amelie va a cambiar tu vida”, y fue cierto. Porque después de esta película, yo me mudé al canal cada viaje.

Chez Prune ha mantenido el precio del café a 1 euro. La autora en la barra de uno de los bistrot más concurridos del Canal de San Martín. (Foto E21).
Y descubrí ‘Chez Prune’, un secreto parisino abierto al mundo y la mejor manera de iniciar el día que amanece en París, en el barrio de ‘Madame La Republique’. Sonreímos los tres, Djamel al otro lado del mostrador.
Ya no ha dejado de hacerlo en estas casi dos décadas desde entonces. Es siempre nuestra primera visita y este argelino, de sonrisa eterna y rizos que han ido encaneciendo (como todos), nos hace la misma pregunta cada viaje… “¿Cuántos días esta vez?”
Sonreímos los tres y nos ponemos al día. Hablamos de política y hablamos del tiempo, pero también del mar. Porque este argelino-parisino, con un hermano casado en Brasil y una madre que aún habla ‘amazigh’ en la Cabilia argelina, practica el surf en vacaciones.
Tras el café arábico perfectamente servido con una reluciente cafetera industrial de La Cimbali (un ‘maquinón’ italiano), tan cremoso como su generosa sonrisa, y la mirada ensimismada del afecto por reencontrarnos otra vez más… Empieza París de nuevo.
Y sólo París hace el resto del milagro. Pero arranca con Djamel. Su café corto con una gota de leche, ya sin preguntar, y su saca llena de ‘baguettes’ sobre el extremo de la barra, para la hora del almuerzo y su sencillo pero rico menú diario.
El mostrador de madera con sus taburetes altos y detrás, su gran ventanal por el que ver pasar el mundo. Los ‘croissants’ de la primera hora y el aperitivo del mediodía, los ‘crudités et charcuterie’ para la noche. Su ir y venir constante de las mesas cuadradas de dentro a las redondas del exterior.
Afuera, el Canal y las mesas de las terrazas, siempre abarrotadas de alegría. Dentro, todo un París de historias personales y hasta una mascota propia en el último rincón del sillón del fondo. Escondido, un pequeño ‘ratatouille’ al que todos sonríen cuando, tímido y gordito, sale a por migas de pan.
Y por ello, después de llegar a ‘setenta veces siete’ desde que abrí esta ventana de par en par, de todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa hasta llegar a este momento de #UnViajeUnInstante…
Mi regalo hoy, en esta pandemia que aún nos somete y nos deja en tierra leyendo de cuanto vimos y veremos, es este rincón en el barrio X de París. Un ‘café noisette’ en Chez Prune, lo que se dice un clásico.
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