Charlotte en la Isla, un chocolate en París con aromas de Sri Lanka
#UnViajeUnInstante, relato 1. En su itinerario del mundo, iniciado al comienzo de la pandemia, la autora se detiene en un pequeño rincón de París, a la espalda de Notre Dame, donde una francesa y una srilankesa crearon un mundo mágico de sabores a base de chocolate y té
#UnViajeUnInstante y de repente, toda la vida en un sólo momento. Mi viaje entero en la felicidad de ese recuerdo. A veces, con darle aire a la mirada, el viento trae de nuevo a tus ojos aquel instante… Dos vidas, un reencuentro.
Y es que no se puede vivir evitando la vida. La libertad es quedarte cuando puedes irte, no cuando no puedes marcharte. Menos mal que la libertad es también leer todo cuanto desees, para ser o hacer todo cuanto sueñas.
Como decía el poeta Joan Margerit… “La libertad es una librería”. Y el sinfín de relatos que hayas podido leer a lo largo de este año que vivimos ‘pandémicamente’.
En esta espiral de recuerdos, 50 para ser exactos, desde que nos mandaron #QuedarseEnCasa, en espera de la #NuevaNormalidad y con tantas #GanasDeVolver…
Llega el momento de apostar a ciegas por la felicidad, sin sentir que debes estar en otro lado o haciendo otra cosa, sino disfrutar de la certeza de que allá donde sea, te hallas donde te pertenece.
Y que un solo soplo puede llevarte donde quieras, porque viajarás sin volar. A mí me pasó mientras escribía y volvía sobre estas palabras, delante de un cacao caliente (de esos negros al 70%).

Charlotte de la Isla, con el expositor principal que invita a viajar con la imaginación. (Foto Espiral21).
Estaba revolviéndolo para disolverlo bien y sin un solo grumo (cosa que odio), lentamente y sin agitarlo, en mi tazón favorito. Observaba cómo las ondas que dibujaba la cucharilla en su superficie, se iban marcando más, conforme se espesaba y oscurecía.
Y no sé si fueron las ondas chocolateadas o los tres elefantes pintados en caravana con su trompa en alto (celeste, azulón y rojo), que adornan el exterior de mi tazón ‘checo’, pero de nuevo volví a ‘La charlotte en île’.
De zinc verde claro, le puse su pequeña tapa rojiza para mantener el calor pero antes, de algún modo, me bebí todo su aroma para dejarme llevar hasta donde me conducía esa tentadora fragancia…
A un pequeño rincón de París, la chocolatería más bonita de la Isla de San Luís. Sé que en la arcada de los anticuarios, tras el Louvre, se toma el que dicen que es el mejor chocolate de todo París y parte del resto del mundo, en ‘Angeline’…
(Y que sin duda, merece la pena hacer la cola para pedir ‘Mont Blanc y chocolat’, es decir pastelito de exquisito marron glacé con nata y un chocolate caliente).
Pero esa otra chocolatería de la que yo te hablo, mi pequeño rincón del chocolate, parecía de cuento… Un viaje en sí misma en cuanto cruzabas su puerta.
De madera azul ‘Occitane’ y cuarterones de cristal, sonaba una campanilla al abrirla y así, con el tintineo, comenzaba el primer relato.
Realmente, no sabías adónde mirar de tantos personajes como te observaban. En los estantes de la pared, colgados del techo, sentados en el mostrador y tras el expositor.
Centenares de pares de ojos que te escudriñaban buscando el niño que aún había en ti. Era como un lunes de sol o un polvorón en agosto. Un guiño inesperado que te pellizcara de mimo el corazón.
Atentos todos a tu visita, lo mismo ‘el Gato con botas’ que ‘el Principito’, el lobo de ‘Caperucita Roja’ que ‘los Tres Mosqueteros’, Pierrot y Arlequina que toda la granja al completo de los ‘cuentos de Mamá Oca’…
Pero también un ‘tigre-vaca’ y un burro volador, un forzudo con globos y un elefante rosa con alas. Títeres y figurillas venidas de todas partes, ropajes y papel ‘maché’. Pero todos tan adultos y sobrios que casi parecían reales.
La vuelta al mundo en 80 días repartida en dos salones con la cocina al fondo. En realidad, todos ellos eran el recorrido de toda una vida en mil viajes, y ésta entera en mil y un relatos… Todos, a la vista.
Eran Sylvie y Varuni. La primera, francesa y bohemia, como esa hada madrina de pelo blanco recogido en un abultado moño, que podría ser la abuela de todos y, al mando de la cocina, la reina del chocolate.
Y la segunda, más joven, se llamaba Varuni, de Sri-Lanka, y larguísima melena negra en una sola cola, que se asomaba casi a la curva de sus nalgas, prominentes bajo su ‘sari’ color verde bosque.
Lucía siempre su morena sonrisa. Era la guardiana del té, la que siempre sabía que te apetecería ese día y la que le daba el ‘punto especiado’ a todo, incluido el chocolate.
Ambas llevaban el timón de ‘La charlotte en île’, fundada en los 70, y eran su verdadera alma llena de aromas. Tarta sin harina de chocolate negro y limón, pastel de zanahoria y curry, florentinas cubiertas de almendras y ‘tarta Tatin’ caliente de peras, en vez de manzanas.
Detrás de ti, los jugadores de cartas de Cézanne que parecen hacer trampas entre bocado y bocado tuyo, mientras dos teteras, con certeza, cuchichean entre ellas tras el cristal del expositor.
Una tiene forma de elefante y es un pájaro quien guarda su calor, posado sobre la tapa. Y la otra, es una rana inquieta y verde por la presencia de una mariposa, que no deja de aletear cubriéndole la espalda de rosa.
La charla es animada en todas las mesas, dispares entre sí, como la sillas y sillones. Cada mantel vino de un sitio, como las teteras, y las grandes latas del té de Ceylán rivalizan con el regaliz y el ‘cassis’.
En la cocina, Sylvie ha puesto de nuevo la mágica marmita al fuego… Y el aroma del chocolate puro, fundiéndose lentamente al calor, sale del fondo como un susurro que flotara haciendo cosquillas a los sentidos. Como un rayo de sol que, de repente, se colara en la estancia.
Imposible resistirse a un nuevo sorbo de chocolate ‘à l’Ancienne’, tal cual lo llaman, es decir, como antaño. Sin nada más que chocolate y tiempo. Todo el tiempo del mundo en una sola taza de chocolate.
Quizás no haya viaje más lejano que aquél que se hace al interior de uno mismo, ensenada tan cercana y refugio del propio ser. Acaso, sin embargo, la travesía más larga y compleja de toda una vida.
Y es que el olvido tiene buena memoria, lo mismo durmiendo en una taza que flotando en un aroma, regresando con un simple ruido o enrollado en las páginas de un libro.
Pero lo cierto es que la felicidad es algo tan simple como una taza de chocolate. Después de todo, de qué, si no, se nutre el deseo…
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