Capilla Sixtina, párate, mira y escucha
#UnViajeUnInstante, relato 18. En su itinerario del mundo, la autora describe la obra de Miguel Ángel como una fogata de colores que cuenta los secretos entre el cielo y la tierra cuando la intención es sembrar el futuro de palabras
#UnViajeUnInstante y un paisaje, ahí fuera. Siempre de dentro a afuera. Es la alegría del descubrimiento, de colores nuevos y también, de nuevas palabras.
Aunque sea para describir algo que ya conoces o que ya has sentido, aún de oídas, pero que esa mañana amaneció distinto. Porque la vida es movimiento como mismo trae cambio.
Y no significa transigir o plegarse, sino ser flexible y tener la mente abierta a todo, a la vida y al mundo. A la gente que viene y va. Al paisaje que se te dibuja afuera en una nueva foto.
Saborear la vida es un acto de valentía, pues hay que salirse de uno mismo. No hay otra… Y por ello incluso los colores mutan hasta cambiar de nombre allá adonde vayas.
Pero previamente ya han escarbado en una impresión tuya, y lo que sólo eran manchas amarillas se transforman ahora en campos de girasoles que te miran de frente.
Sembrando de palabras el futuro de mi siguiente viaje, como si yo misma tuviera la tierra. Acaso la tenga con solo pisarla y ésa, y no otra, sea la gran verdad.
Y decido no moverme todavía del ‘made in Italy’. Después de todo, ya sabes, nada le debe el día a la noche. Así que dejo que el amarillo de los girasoles me lleve de las flores de Fernando Álamo a las podomórficas figuras de Paco Sánchez…
De cuando pintó de amarillo el contorno de mi felicidad al saber de mi boda, y me regaló su baile de cinco siluetas, dos de ellas amarillas. Y entretenida como estaba mi mente entre lienzos, el color me llevó hasta un rincón de Roma.
Otra vez, Roma. Y dentro de ella, un Estado que es ciudad. Y en su corazón, un secreto entre el cielo y la tierra… La Capilla Sixtina, o ¡qué pensabas!
El contorno de todo el tiempo y toda la experiencia de la vida delimitados por el color del artista, tiñendo de matices la realidad más próxima y también la más lejana, la eterna. Y en sólo poco más de 40 metros de larga, pero maravillosa joya renacentista.
Un gran salón en el que, aunque la gente bulla inquieta de un lado a otro (por más temprano que vayas), eres capaz de imaginarte a solas. Como también eres capaz de imaginarlo listo para un baile.
(Como cuando se convierte el lugar de reunión del Colegio Cardenalicio para la celebración del Cónclave y elección del nuevo Papa).
Lo mismo una polka con zapatillas rojas de piel, que un tango con esos viejos zapatos negros. Pero a la hora de las confesiones, te reconozco que yo prefiero imaginarlo como una milonga lista para el tango, más cercano. Sin duda.
El arte es siempre una forma de hacer la revolución. Y sí, también se puede en este ámbito etéreo de la fe. Sólo hay que pararse a mirar y también, a escuchar.

Sibila de Delfos, obra de Miguel Ángel, para la Capilla Sixtina, como fuente de la cultura grecorromana.
Perder distancia en medio de esa fogata de colores, llena del mismo ansia que el calor de una pizza de ‘fiori di zucca’ o flores de calabacín. También amarillas. Donde los volúmenes se tocan más allá de lo que expresan. Y donde se resucita tantas veces como hayas vivido.
Y donde volver a sentir profundo como volver a los 17, en medio de aquellos 21 metros hasta lo alto que alumbran tu alma serena, porque sólo pudo salir de los esmeros del pincel de un artista.
Y ante el ‘Juicio Universal’ de Miguel Ángel en la pared del altar, la verdadera revelación es que te abre el corazón de par en par, dispuesto a dar gracias a la vida porque… Cuando tenga la tierra, sembraré el futuro de más palabras.
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