¿Canarios de Cuba fueron los primeros en saborear Coca Cola?
Hace 100 años, los canarios se convirtieron en la avanzadilla europea del elixir del capitalismo. El líder de los refrescos abrió su primera planta embotelladora en La Habana en 1906
La incorporación reciente a Telepizza del factótum de Coca Cola, Marcos de Quinto, dibuja cómo se mueven las puertas giratorias de la economía mundial.
Todo lo que rodea al líder de los refrescos, dueño del 52% del mercado, es noticia porque detrás de cada sorbo de la chispa de la vida se esconde una historia de marcas, influencias y publicidad que mediatiza parte de nuestra visión de la vida. Algo así debió ocurrir hace 100 años, porque, a buen seguro, los canarios residentes en Cuba fueron los primeros en probar la Coca Cola. Ésta es su historia.
Cuando Coca-Cola abrió su primera planta embotelladora en La Habana en 1906, la colonia canaria en Cuba ascendía a casi 60.000 residentes. Todo hace hace sospechar pues, que quizá los canarios fueron de los primeros en probar la chispa de la vida en la isla caribeña.
Ahora Coca-Cola sigue coqueteando con su vuelta a Cuba y la clásica botella contour, que en 2015 celebró su centenario, se asoma al horizonte de ese 99,9% de cubanos que aún no han probado el mítico refresco. Y hasta se diría que su sinuosa figura ya se divisa desde el mismísimo Malecón de La Habana.
Todo un símbolo de una sociedad que les es ajena, pero que podría regresar al país comunista tras la tibia recuperación del contacto diplomático entre los EEUU y el gobierno de Castro, siempre y cuando se levante el bloqueo y haya un cambio en la ley norteamericana que prohíbe el comercio con la isla.
A la espera de acontecimientos, hasta uno de los hijos de Fidel Castro (tiene ocho reconocidos), Álex, de profesión fotógrafo, declaró sin reparos al canal América TeVé: “Aquí puede haber una fábrica de Coca-Cola, que a nosotros no nos afecta”…
Desconocemos qué habría dicho el Ché Guevara al conocer esta noticia, pero sí sabemos que, como ministro de Industria del primer gobierno de Fidel, tomó la decisión de que se fabricara una soda sustituta como complemento al ron del conocido cubalibre, alegando que el símbolo del imperialismo no era la bebida sino la forma de la botella. Se llamó refresco de cola, sin más, y la habanera embotelladora, aún hoy en pie en el barrio de Santa Catalina, justo donde cruza el Nº 903 de la calzada del Palatino, tomó el nombre de Metropolitana.
El resultado de tal metamorfosis fue un excedente de casi un millón de envases vacíos que, lejos de ser desechados, se reciclaron para contener limonada y otras bebidas hasta que fueron desapareciendo en el tiempo, pero jamás para esa otra achocolatada soda de cola autóctona que pudiera evocar una etapa a olvidar por los cubanos.
Desde 1926
Pero lo cierto es que para cuando los americanos salieron de Cuba tras el triunfo de la revolución, ya hacía 3 décadas que los canarios de acá también conocían esta gaseosa negra, y no sólo por los indianos retornados, sino porque España se convirtió en puerta de entrada para la bebida en Europa, más concretamente, por los puertos de Canarias y Cataluña a partir de 1926.
Tanto Tenerife como Gran Canaria contaron enseguida con sendas plantas embotelladoras, y así fue como los isleños disfrutaron de la “deliciosa y refrescante” Coca-Cola, según la propia publicidad desde su nacimiento, mucho antes que los habitantes de grandes ciudades como París o Londres.
Más allá de lo irónico que pueda resultar que Cuba fuera, junto con Panamá, uno de los primeros países en albergar una de estas plantas de fabricación y distribución del icónico refresco fuera del territorio norteamericano, resulta evidente el alcance simbólico de su más que probable vuelta a esta orilla del Caribe y en fecha tan señalada para la multinacional.
No se trata de un mercado más (sólo restaría Corea del Norte ajena a su comercialización). Sin temor a ser irreverentes, casi nos atrevemos a decir que su impacto mediático en la población cubana podría ser similar a aquella primera visita del Papa Juan Pablo II, tras ser recibido por el propio Fidel, y que supuso una apertura religiosa para muchas de sus gentes que vivían su fe de puertas adentro.
Y es que muchas burbujas han explotado en los paladares del mundo desde aquellos nueve vasos diarios que el farmacéutico Pemberton despachaba como jarabe para la digestión y energizante, a tan sólo 5 centavos de dólar, en su pequeño establecimiento de Atlanta en 1886, y cuya magistral fórmula secreta vendería dos años más tarde por 550 dólares, todavía hoy guardada en una caja fuerte en el Museo de la Coca-Cola de la ciudad de Atlanta. (Cuenta la leyenda urbana que sólo dos personas la conocen cada vez y que jamás viajan juntas en el mismo avión).

Andy Warhol en una de sus fraces lapidaria sobre el sistema económico vigente. (Foto Creative Commons).
A partir de ahí, la historia de la mayor compañía de bebidas del mundo (poseedora de 500 marcas y 3.500 productos), dedicada a refrescar al mundo con mensaje de felicidad incluido, es un puro vaivén de récords en sus números. Un consumo de 1.900 millones de unidades por día en más 200 países, superando las 900 plantas de embotellado y una plantilla de 130.600 empleados en el conjunto de sus departamentos.
Pero también un relato lleno de curiosidades, como haber sido la primera en usar publicidad en sus camiones de reparto, o anécdotas que van desde una playa que lleva su nombre en Honduras (Puerto Cortés), a un mercado homónimo en Costa Rica o una receta nacional de arroz con Coca-Cola en Colombia.
Del Pop-Art a Warhol
Del Pop-Art de Andy Warhol con 210 botellas de Coca-Cola, subastado por más de dos millones de dólares, o Coca-Cola 4, que llegó a la casi escandalosa cifra de 31 millones, al reportaje de la revista Time hace dos años asegurando que unos detectives habían averiguado la lista de hasta 16 ingredientes ciertos del inigualable refresco, hay todo un recorrido global de historias propias.
Un itinerario global en el que poco importa si se la asocia con el fast food frente al casual food de los nuevos millennials, de hábitos saludables y etiquetas orgánicas, y menos aún si se trata de un emblema que nos habla de americanización…Pues, si de algo no nos cabe la menor duda, es que cuando un vocablo se convierte en el segundo más conocido en todo el planeta (después de OK), porque el 94% conoce su nombre, debe ser que, en verdad, podría tratarse de la chispa de la vida.