Burano la isla veneciana de las mil casas de colores
Historias con huella, relato 16. La autora conoce en la travesía por la laguna de Venecia a Enzo, pescador, tan enamorado de su mujer Beatrice a la que regala ramos de lavanda con los que pintó la fachada de su hogar
#NuevaNormalidad y de nuevo el Mar Adriático como guía… Porque sueño, sueño. La costa de la Dalmacia se va desdibujando a medida que la dejamos atrás, y el viento que sopla me trae otra vez las dos sonrisas que llevo conmigo.
Están guardadas, para siempre. Diría que más. Y ello me alienta a revisitar otra de esas ciudades que tanto inspiran. Me inspiran. Cambio el próspero puerto de Dubrovnik por otro, el de los venecianos (quienes fueron sus rivales en el comercio de otra época).
Ya te lo dije. De todo cuanto vi antes de quedarme en casa, Venecia es siempre una promesa de algo más al instante, de algo incierto, y en todo momento. Sin embargo, esta vez no será para quedarme en ella, no en ‘la Serenísima’.
Pero sí en ‘La Laguna’. Su bullicioso pasado de mercaderes me invita a no marcharme del embarcadero, en concreto el de San Zaccaria, salvo para movernos hacia otra isla. Y no la más cercana…
De isla a isla y tiro porque me toca. Tomamos el ‘vaporetto’ de la línea 12 y emprendemos una travesía de una media hora más o menos, ya que no nos bajaremos en la primera parada, Murano (la isla del famoso cristal), sino en la segunda.

Burano, antes de desembarcar en el vaporetto 12, a media hora de la Plaza de San Marco en Venecia. (Foto bajo licencia de Creativa Commons).
Más pequeña y pintoresca, tiene el colorido de los viajes. Porque tan pronto te hace pensar en las famosas ‘Escaleras de Selarón’, que unen Lapa con Santa Teresa en Río de Janeiro, en ese lienzo de mil colores que es la maravillosa capital carioca…
Como te evoca las puertas azules del barrio de Chelsea en Londres, la iluminación nocturna de La Valletta y casi toda Malta o, cómo no, ‘la Ruta de la Seda’ de Marco Polo, iniciada en la mismísima Venecia.
Este pequeño pueblo de pescadores te conquista el corazón desde el mismo instante en que desembarcas… Tienes la sensación de llegar a la Navidad el primero, antes de tiempo y en verano, como si te colaras en una fiesta primorosamente dispuesta antes de que ésta empiece.
Sus casas de colores compiten por la luz del día y se diría que en su cielo no tuviese cabida la noche. Pareciera, en realidad, que algún relator fuera a salir a contarte un cuento.
Lo cierto es que el centenar de colores de Burano responde a los días de niebla. Y es que, según cuentan, los marineros pintaban cada casa de un color distinto para así poder distinguirlas sin problema en la lejanía.

Burano y sus canales con los colores bien visibles para no perderse en los días de niebla durante el invierno. (Foto Turismo Véneto).
Por suerte para nosotros, el sol brilla radiante en el cielo, sus tonalidades relucen más vivas que nunca… Y Enzo, que lleva una pequeña ‘nasa’ consigo, decidió coger el vaporetto 12 la misma mañana en que nosotros llegamos.
Su ojos son tan azules como el cielo de la mañana y su sonrisa tan viva como el puzzle de mil colores de las fachadas de su Burano natal.
Enzo es un viejo pescador y un gran conversador, eso sí, cuando el barco casi se vacía por completo en la parada anterior, Murano (mucho más turística).
Antes de bajar, fruto de la animada conversación con Enzo, ya sabemos dos cosas fundamentales de este pícaro veneciano de la isla de ‘Buran’, como la llaman sus apenas 7.000 habitantes…
La primera, que su casa tenía el color de la lavanda porque era ésta la flor favorita de su mujer, lo cual me pareció muy romántico (sobre todo, por el hecho de que lo confesara sin ningún pudor masculino).
Y la segunda, una promesa… La de contarnos cuál sería el rincón secreto para comer ‘la vera ricetta veneta di pesce’ cuando nos cayera el mediodía o ‘mezzogiorno’ en Burano. Así que, una cosa estaba clara, ‘il pranzo’ (el almuerzo), prometía.
Las manos de Enzo eran robustas. Y también ásperas. Lo noté cuando me la tendió para ayudarme a descender del barco. Costaba imaginarlo sosteniendo un ramo de lavandas en vez de unas tenazas.
Sin embargo, el brillo en su mirada cuando nos explicó el por qué del ‘malva’ de su casa, delataba que no sólo cortaría las varas de lavanda que fueran necesarias por arrancarle una sonrisa a Beatrice, sino que las plantaría por ella en la misma laguna si fuera posible.

Uno de los embarcadores más pintorescos de la pequeña isla de Burano, en el centro del núcleo poblacional. (Foto Turismo Véneto).
Estaba claro que Enzo era un hombre tan enamorado de la vida como curtido por ella. Aparentaba unos setenta años… Pero seguramente eran menos de los que el trabajo duro y la sal le echaban a cuestas. (Quizá una década entera).
No se lo preguntamos. Su jovialidad y su animosa charla hacían que tal dato estuviera totalmente de más. Cercano y sonriente, sentenció: “En Burano es imposible perderse, pero querrás hacerlo antes de que acabe el día. Así es ‘Bura’…”
Desde luego, tal afirmación era toda una promesa de cuanto nos aguardaba por delante en Burano. Y aún no había ni sonado la llamada a misa desde el ‘campanile’ inclinado de San Martino, San Martín, la única iglesia de Burano…
(Por cierto, una inclinación más que notable por lo mucho que cedieron los palafitos de sus cimientos. Más aún que la famosa Torre de Pisa. Sólo este hecho la hacía merecedora ya de una visita).
Burano es coqueta desde el primer vistazo y muy apacible a esa hora de la mañana (Casi tengo la sensación de haber vuelto al diminuto puerto de Procida, frente a la costa de Nápoles).
Si no fuera, claro, porque Burano es más silenciosa. Después de todo, estamos en el Véneto.

Iglesia de San Martín, al fondo, con una inclinación mayor que la torre de Pisa. Foto Turismo Véneto).
Tan sólo 7 kilómetros la separan del norte de Venecia y, sin embargo, tienes la sensación de haber realizado una travesía mucho mayor.
Es como si en Burano el viento soplara desde otra dirección. Una nueva y desconocida. Lo cierto es que se siente más fresco. Quizá resulte extraño lo que voy a decir… Pero es como si en Burano la brisa ventilara más que en el resto de la laguna.
Teníamos todo el día por delante para pasear por los antiguos puentes y las pequeñas calles de sus cinco barrios o ‘sestieri’. Eso sí, sin olvidar la cita con Enzo justo a mediodía para descubrir juntos el rincón del ‘pranzo’.
Ya habría tiempo por la tarde para recorrer las tiendas de encajes de hilo o ‘merletto’, los mejores de toda Italia y famosos en todo el mundo desde el medievo. Disponen hasta de un museo propio.
(Cuenta la leyenda que el primer encaje de éstos llegó a Burano de la mano de un pescador para su novia… Pero que había sido hecho por una sirena).
Burano cuanta con una calle principal, ‘Via Galuppi’ (en realidad, un antiguo canal enterrado), coronada por la única plaza de la isla que también se llama ‘Piazza Galuppi’, en honor al músico.
Pero lo que más llama la atención es que las casas, casi todas de no más de dos alturas (cada tanto aparece una de tres pisos), parecen recién pintadas.
Si la mente fuera a tabular al respecto, pensaría que una legión de ‘hombrecillos mágicos’ las pintan cada noche, mientras todos duermen.
Y es que el Ayuntamiento de Burano obliga a todos los vecinos de esta llamativa isla a mantener impoluta la pintura de sus fachadas. Es su carta de presentación y su postal más conocida.
¡Pero no pienses en colores pastel, ni mucho menos! ¡Pueden llagar a ser incluso chillones! Verde, azul índigo, amarillo, fucsia, naranja o rojo total… Hasta de violeta profundo vi alguna.
Sin embargo, luce tan viva que da pie a imaginar mil y un relatos… Burano ha sido nominada cientos de veces como una de las ciudades más coloristas del mundo.

El Ayuntamiento de Burano obliga a mantener impolutas las casas, y cualquier rincón se cuida con esmero, como esta hoquedad con la Virgen de la Milagrosa en una fachada. (Foto bajo licencia de Creative Commons).
Un tornasol de matices para una vida mucho más cotidiana que la de los venecianos y sin embargo, con tanto matiz de tonos varios, más propia de la estampa del Carnaval que la propia Venecia.
La verdad es que si los colores elegidos revelan el espíritu de los moradores de Burano… No me extraña que la conversación con Enzo fuera tan entretenida.
Vivaracho, absolutamente, diríamos por aquí… Así resultó ser Enzo. Tuve la sensación de haber sido ya compañera de viaje suya, con anterioridad. Una entrañable familiaridad que me hacía pensar, inevitablemente, en mi abuelo. Sólo que Enzo no usaba sombrero de caballero.
(Y menos mal… Habría sido una pena hacerlo, con aquel tupido flequillo peinado a un lado y aquella mata de pelo, no del todo blanco, que aún lucía. Lo que se dice un verdadero pelucón).
Pero aún faltaba poco más de una hora para la cita gastronómica con nuestro marinero de Burano, y sus callecitas nos alentaban a perdernos en un vaivén de orilla a orilla. Soleadas y despejadas.

Puertas y ventanas abiertas, siempre prestos a la hospitalidad, Burano bien merece una visita. (Foto bajo licencia de Creative Commons).
Incluso con algunas puertas abiertas, lo que nos permitía colarnos en su interior con la mirada. Siempre correspondida por una sonrisa por la ‘nonna’ de turno que andaba metida en faena, bien ante un enorme caldero (perfecto para los ‘spaguettini’), bien creando una fantasía con el ‘merletto’ entre sus dedos.
(Me pareció que aquella ‘nonna’, abuela, estaba confeccionando algo de ropa de cama, una colcha quizá).
Seguramente, darás unas cuantas vueltas hasta encontrar la casa más original de todas por su diseño, además de su color. Se trata de la ‘Casa Bepi’, donde lucen dibujos geométricos que te llevan a preguntarte por la identidad de su dueño.
En realidad, ya murió. Pero continúan con su voluntad, la que le llevó a despertarse un buen día con la idea de llamar la atención de los pocos turistas que se acercaban hasta Burano, cambiando periódicamente su boceto.
Para evitarte algunos de los rodeos que dimos nosotros, te diré que está detrás de la ‘Via Galluppi’. Merece la pena por su originalidad. Como mismo lo merece echarse un tentempié de unas galletas de mantequilla llamadas ‘bussolai buranei’, camino del punto de encuentro con Enzo.

Burano desde el aire permite ver que cuenta con calles para pasear y perderse. (Foto bajo licencia de Creative Commons).
¡Mama mia… qué ricas (ríete tú de las escocesas o las bretonas)! Adoro la mantequilla o ‘burro’, como dicen los italianos. Tuve que contenerme para no perder el apetito y guardar espacio para ‘il pranzo’ o almuerzo.
Enzo nos había citado en el paseo marítimo de Burano, desde donde hay unas unas magníficas vistas de la isla de Torcello y su iglesia de ‘Santa María della Assunta’.
Y con un señor que había pintado la casa según el gusto de Beatrice… Había que ser puntuales, así que ya estábamos allí para cuando él llegó, embelesados con la panorámica desde el lugar.
Cuando ya estaba a punto de descalzarme para intentar mojarme los pies en sus aguas (es algo que no puedo evitar, ya sabes), apareció… ¡¿Enzo, de verdad aquel ‘galán de cine clásico’ y porte casi de Prada era muestro Enzo?!
¡’Ma Dio’…! “Ciao, ragazzi”, nos dijo. Sonriente y con el porte de Franco Nero en vez del pescador de la ‘nasa’ bajo el brazo, que habíamos conocido horas antes en el vaporetto 12.
A nosotros se nos habían ido las ‘narices’ tras el aroma de unos ‘cicchetti’ de anchoas (tapas servidas con palillo), en la terraza contigua del bar ‘Cicchettería Da Gigetto’, sencillo pero con buenas tapas y vista garantizada.
Pero Enzo había venido demasiado bien ‘piantao’, que diría la letra de un tango, como para tapear. Así que aguardamos su veredicto y, con él, su promesa…
La de contarnos cuál era el rincón secreto para comer ‘la vera ricetta veneta di pesce’ cuando nos cayera el mediodía o ‘mezzogiorno’ en Burano.
Enzo nos llevó a la ‘Trattoria da Romano’, próxima a la iglesia. Así que tuve claro que nos había citado en el paseo marítimo sólo para que disfrutáramos de las vistas mientras lo aguardábamos. (Todo un detalle).
Comimos ‘risotto di mare’ y una fritada de las mejores sardinas de toda mi vida… Sí, ya sé. Resulta increíble que fuera en Burano.
Pero a aquellas sardinas, cuyo secreto estaba claramente en el adobo empleado, sólo les faltaba hablarnos mientras nos miraban, de frescas que estaban.
Enzo nos presentó a Marco, el ‘maitre’ y su amigo, y charlamos largamente hasta la llegada del postre de ‘tiramisú’ (el mejor de todo el Véneto, sin duda).
Pero, por encima de todo, nos dio a conocer a Beatrice, la mujer que había dictado el color de su hogar… Llevaba su foto en un pequeño tarjetero de piel, junto a su corazón, en ese bolsillo superior izquierdo que tienen algunas camisas.
Hacía ya diez años que Enzo sólo sostenía tenazas entre sus manos. Pero aquel día me llevó un ramito de seis lavandas atadas con un cordel… Y su mejor traje para il pranzo de Burano con #ganasdevolver.
Leer el resto de los relatos:
1. Puerto de Las Nieves donde los besos eran robados con sabor a salitre.
2.Procida la isla del limoncello que sedujo a Neruda.
3. Sicilia es irrepetible, pero el cine la hizo eterna.
4. Malta, en el Mediterráneo al encuentro de Corto Maltés.
5. Brindisi el tacón de la bota de Italia que reina en el Adriático.
6. Santorini, la mayor belleza de otro tiempo.
7. Naxos, donde los sueños se vuelven azules sólo si te descalzas.
8. Ikaria, las alas de cera más longevas de Europa.
9. Patmos resucita tu boca en los cielos.
10. Calcídicas, los tres dedos de Eolo en el Egeo.
11. Príncipe, las islas turcas donde separas las nubes con las manos.
12. Acre, donde el mar se paró en Tierra Santa.
13.Mar Muerto, el gran lago salado en el desierto del Qumrán.