Bob Dylan, el ‘poeta’ al que no le gusta la palabra
Bob Dylan, Nobel de literatura. El músico que, allá por el año 65, cuando la prensa norteamericana lo calificaba como ‘el gran poeta de su tiempo’, les replicaba: “No me llamo poeta porque no me gusta la palabra”.
Pero quién ha dicho que la academia sueca escuche qué… Los tres monos del templo de Nikko (Japón) nos recuerdan que la vida discurre siempre por una realidad paralela a la que, difícilmente, puede replicársele, mirar de frente o escuchar sin escandalizarse.
En realidad, quién podría negar que la decisión de la afamada fundación sueca no responde más a una ‘pose’ social que pretende desmarcarla de los convencionalismos, que romper verdaderamente con ellos.
Se trata de una elección que la incorpora de modo veloz en el ‘top trending’ del universo de Twitter, y la acerca al bando más ‘podemita’ de un mundo cambiante y global (que hace agua por muchos sitios).
No se trata de si Bob Dylan representa aquella ruptura generacional de los sesenta, más que cualquier otra obra escrita (habría sido oportuno pues, concedérselo en el 68, tras el festival de Woodstock, por ejemplo).
Ni de si Dylan fue acaso una fuerza contracultural entonces. Todos, o casi todos los que se colgaban una guitarra al cuello en aquellos momentos, en esencia, captaban la agitación y los ideales de aquellos convulsos sesenta.
Si bien representó el desarrollo intelectual del rock en su transición del folk más estadounidense al pop más universal, pudo haberlo ganado Jim Morrisson en el 71 sólo por ‘Riders on the Storm’. Poeta esencial del rock más internacional, también retrató a todo un país ‘on the road’ aunque la canción hiciera referencia al asesino Billy Cook (hizo auto stop y mató a la familia que le recogió).
“Por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, dice la academia. Particularmente, si así van a ser los criterios, yo me quedo con ‘el Boss’, Bruce Springteen. De todas, todas. Aunque Obama diga ahora que Dylan estaba entre sus poetas favoritos.
En realidad, lo más coherente con esa personalidad asociada al talento del gran Dylan (hecho que nadie discute), sería rechazar el premio. Y no el dejar de acudir a recogerlo, tal y como ya han adelantado algunos que hará, en base a anteriores galardones concedidos.
Como hizo Jean-Paul Sartre en 1964 (quien, por cierto, lo obtuvo por “su obra que, rica en ideas y llena del espíritu de libertad y la búsqueda de la verdad, ha ejercido una influencia de gran alcance en nuestra época”).
Borges o Benedetti pueden descansar tranquilos. Sobre todo, porque no hay mejor poema que huir del convencionalismo. Y no hay nada más convencional que te den un premio de casi un millón de dólares.
Y ante la mirada de quienes ya lo recibieron en el pasado, poco importa si Dylan se acordó de los canarios que emigraron a Lousiana y perecieron en las inundaciones de 1927, en su tema en ‘High Water’. Y de la tristeza que envolvía a los otros isleños de Delacroix Island en la canción de ‘Tangled Up In Blue‘.
Porque el idealismo y la humanidad en la sátira del irlandés George Bernard Shaw (ganador en 1925), el arte de la narrativa de Ernest Hemingway y su influencia en el estilo contemporáneo (‘El viejo y el mar’ ganó en 1954); o la fuerza de la poesía de Pablo Neruda, que dio “vida al destino y los sueños de un continente” (1971)…Poco, y mucho, tienen que ver con esta ruptura global (¿Y ‘progre’?) Más pretendida que lograda.
Kenzaburo Oé (Japón) lo obtuvo en 1994 por ser “quien con fuerza poética crea un mundo imaginario, donde se condensan la vida y el mito para formar una imagen desconcertante de la condición humana de hoy en día”. Dijo la academia.
Pero si de música también se trataba…¿Por qué no lo recibió el compositor francés Michel Vaucaire en 1961? Autor de ‘Non, je ne regrette rien’, con una sola canción fue capaz de retratar toda la existencia y filosofía de vida de una grande como Edith Piaf.
¿Por qué no el compositor y letrista Abel Meeropol? Autor del poema ‘Bitter Fruit‘, publicado bajo el seudónimo de Lewis Allan en la revista ‘New York Teacher’ y en el diario comunista New Masses, tras ver una foto del linchamiento de dos afroamericanos en el sur de los Estados Unidos.
En 1939, musicó el poema en la canción ‘Strange Fruit’ para la cantante Billie Holiday… En la segunda estrofa, se dice: Pastoral escena del galante sur/los ojos abultados, la boca torcida/el aroma de las magnolias, dulce y fresco/y de pronto el olor de la carne quemada.
La canción se convirtió en uno de los primeros lemas del movimiento por los derechos civiles. Pero ese año el Nobel de literatura lo ganó el escritor finés Frans Eemil Sillanpää, “por su su profundo conocimiento de los campesinos de su país y el arte exquisito con el que ha retratado su forma de vida y su relación con la Naturaleza”. Dijo la academia.
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