Auschwitz, 75 años de la memoria
Auschwitz es la supervivencia de la memoria por encima del silencioso olvido del mundo. “No pienso en toda la miseria, sino en toda la belleza que aún permanece”, escribía la joven Ana Frank en su diario.
No hubo ‘kadish’ para ninguno de ellos. No hubo esa oración tradicionalmente dedicada a la memoria de los muertos, en el judaísmo. No en Auschwitz-Birkenau.
Ni siquiera había tiempo. La tasa de asesinatos superaba con creces la capacidad de los propios crematorios. Y los ‘sonderkommandos’ no daban a basto.
Arrastrando los cadáveres, extrayéndoles las piezas dentales de oro o cortándoles el cabello a las mujeres para, una vez apilado, recogerlo…
Y no, no eran verdugos al servicio de los carniceros nazis. ni siquiera eran meros ejecutores cumpliendo órdenes de los sanguinarios adeptos al nazismo. Los ‘sonderkommandos’ eran igualmente víctimas.
Víctimas que, de algún modo, eran torturadas participando, vivas, del siniestro momento del exterminio de los judíos. Asistiendo al último aliento de sus amigos o familiares, con la perversa intención de poner a prueba su instinto de supervivencia.
Ese que les permitiría contar algún día las atrocidades que allí se cometieron, ante los ojos del mundo y aunque éstos parecieran cerrados. Algún día… Y así fue.
Porque la vida se aferra a la vida hasta su último latido. Es lo natural. ¡Cómo no hacerlo pues! Escaparon de las cámaras de gas, pero no del horror. No del terror nazi.
Eran zombis que tuvieron que aprender a despojarse de sus emociones, a pasar desapercibidos. Eran peones que mecánicamente asumían terribles tareas. Pero eran judíos.
Igualmente eran judíos que cantaban a solas ‘Shema Yisrael’. Pero… Adónde va el llanto que no derrama lágrimas. Acaso pese más el alma que acumula tal llanto, tal cantidad de lágrimas jamás derramadas.
No podían permitírselo. Casi por derecho divino, les estaba negada la posibilidad de flaquear. No había tiempo ni lugar para ello. Debían vivir para contarlo.
Obligados a participar en el Holocausto de los suyos, jamás podrían ser ya quienes un día fueron. Pero una sola hora más de vida, es vida ganada.
Cuestión aparte es que, después, tuvieron que aprenden a vivir con el hecho de su supervivencia a cuestas. Porque como decía Cicerón: “La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”.

La Shoah llevada al cine. En la imagen, un fotograma de la ‘Lista de Schindler’ de Steven Spielberg, que refleja el drama del ‘gueto’ de Varsovia.
Y Auschwitz-Birkenau albergó la mayor masacre en masa de la historia humana, en la que los alemanes, además, desafiaron a la historia probando a desdibujar la figura de estos judíos carceleros de otros judíos.
¿Víctimas o criminales? La culpa psicológica que destruiría sus almas si lograban salir vivos de tal genocidio, estaba bien inoculada en sus mentes para el resto de su existencia.
Ello era, en sí mismo, otro castigo más. En efecto, pocos fueron los que sobrevivieron. Pero los suficientes para hablarle al mundo entero. Son ellos, sí también ellos, de quienes habla Primo Levy en “Los hundidos y los salvados”.
‘Managré nooma’… “Lo bueno nunca se pierde”, dicen en lengua ‘mossi’, hablada por más de tres millones de personas en Burkina Faso. Y así es.
Pero en Yad Vashem, el Museo de la Historia del Holocausto de Israel en Jerusalem, literalmente, se pierde la confianza en el ser humano.
Shoah. Catástrofe o destrucción, en hebreo. Aniquilación o exterminio de todo un pueblo a manos de la Alemania nazi en Europa. Sólo por el hecho de ser judíos. Más allá de cualquier nacionalidad. Sin distinción de sexos o edades.
Y casi lo consiguen… Es 27 de enero y conmemoramos el 75 aniversario ya de la liberación de Auschwitz. Sobre el destino de los que lo lograron, de quienes sobrevivieron al Holocausto… Nos quedan sus testimonios.
Son nuestra memoria. La de todos. Vencieron a la muerte y al mal absoluto. Ya sólo quedan vivos 200. Pero son ellos y todos cuantos han venido detrás. Porque “aquel que salva una vida, es como si salvase al mundo entero”, dice el Talmud.