Asakusa, donde curas el presente y aceptas el pasado
#AguardoElDía, episodio 6. La autora cruza hasta el Templo de Senjo-ji, el más antiguo de Tokio, donde el factor tiempo no cuenta; donde te congregas alrededor del enorme quemador de incienso para sanar las heridas y llorar en silencio las penas
#AguardoElDía desde mi ventana verde y sueño, verde. A veces, cuando el estío parece dejar en suspenso el aire, la vida sueña en silencio. Por cuanto se ha callado y por lo que se ha gritado. Seguramente.
Y es que la vida es como un recipiente lleno de agua que no puede contener una sola gota de más, pero tampoco de menos… Entonces sucede, es la memoria la que se asoma a tu ventana al mundo, para rescatarlo, recuerdo a recuerdo.
La emoción da salida al alma, sinuosa y en calma, para abrir una nueva ventana que alumbre el camino al resto de ti, en ese mágico devenir por el que pasea la memoria.
Seguramente fue el vistoso cielo azul que brillaba en lo alto del campanario de la Catedral de Santa Ana, lo que me hizo volver a aquel maravilloso lugar.
Porque como decía el maestro de Butoh japonés, Kazuo Ohno, “Puedes mirar un canto rodado y mirarás un mundo que pocos ven, y si ese mundo lo haces tuyo y lo muestras a los demás, estarás recreando a través del arte un mundo único y mágico, aunque real”.
Lo cotidiano y la imaginación son inseparables… Así que no me sorprendió que, al sonar la primera campanada, mi mente volara otra vez hasta Japón.
Más concretamente, hasta el Templo de Senjo-ji, el más antiguo de Tokio, en el distrito de Asakusa. En el barrio más añejo de la capital nipona, el factor tiempo no existe, no computa allí. No cuenta, puedo jurarlo.
La verdad es que desde que llegas ante la Kaminarimon, la puerta exterior del Templo de Sensoji (y el icono más famoso de la pequeña ciudad de Asakusa, dentro de Tokio)… Sabes que algo pasará a partir de entonces en tu vida.
Al menos, intuyes que ya no volverás a ser la misma. Ciertamente. Y no porque se traduzca como la ‘puerta del trueno’, ni por pasar debajo de un inmenso farolillo rojo (nada menos que de 700 kilos).
En absoluto se trata de algo material, sino mucho más sensible, aunque algo casi tangible, las más de las veces. Es el humo el que te lleva (y también te trae de vuelta).
El mismo que circunda el ‘jokoro’, aquel enorme quemador de incienso como no he visto otro igual, alrededor del cual se congrega todo el mundo para sanar sus heridas y llorar en silencio sus penas.
Para soñar su futuro y cambiar su presente, curar su alma y aceptar su pasado. Incluso borrar sus huellas si ello fuera posible… Toda las personas allí reunidas se afanaban en coger el humo hacía sí con las manos.

Quemador de incienso en Asakusa, el más grande de cuantos recuerdas la autora en su visita a Japón. (Foto Turismo de Japón).
De repente, una coreografía de brazos ansiosos de atrapar lo mejor de la vida, dibujaban en el aire los deseos callados y las ilusiones susurradas con esmero por el alma…
Mucho más de lo que cabía escribir en uno de aquellos papelitos amarrados como pajaritas, con un nudo, a las ramas secas de un árbol. Cuya copa, al final, pesaba más que si hubieran sido hojas las que pendían de ellas.
Todavía hoy, en mi mente, sigue sonando la canción ‘Just like the honey’ (The Jesus and Mary Chain), cada vez que recuerdo la primera vez que amarré uno de aquellos papelitos al árbol de Sensoji.
Después de todo, si Bob no se hubiese bajado del coche para decirle al oído a Charlotte: “Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. No pierdas nunca esa sonrisa”… Ninguno de los dos habría tenido la posibilidad de seguir adelante con sus vidas ni de volver a ser felices.
Demasiado tarde para él y demasiado pronto para ella. Pero posible en un susurro y perfecto en Tokio, Japón… Perdidos, pero no sin remedio (‘Lost in Translation’, de Sofia Coppola, con Bill Murray y Scarlett Johansson).
Y la vida va y sigue. Y todo fluye desde esta ventana al mundo, mi ventana verde… Y suena en mi mente como la miel, ‘Just like the honey’.
Para seguir leyendo:
Episodio 1. Maracuyá con yogur de Florencia al Antico Caffé de Vegueta.
Episodio 2. Trentemoult, a sólo 10 minutos de Julio Verne.
Episodio 3. Bayona y la playa de ‘La Barra’cambian la rotación de la tierra.
Episodio 4. Biarritz me regaló la espuma del mar.
Episodio 5. Lyon te zambulle en una piscina de bolas.