Yoann Bourgeois nos mueve en Lyon
Lo dijimos hace cuatro años, cuando las grandes sorpresas estuvieron en lo inesperado… Aquella pieza que, sin partir como favorita, se reveló como soberbia, elevando a la Bienal de Lyon al grado de vanguardia que siempre mantiene
Yoann Bourgeois volvió a hacerlo, conquistó la ‘Biennale’ de Lyon 2018. Sigiloso, como es Bourgeois. Como la poesía leída a solas, como el arte que, siéndolo de veras, inunda tu corazón hasta seducir a tu alma.
Si un día la vida me desbordara, quisiera dejar de correr y moverme con la armonía de Yoann Bourgeois, en paz con la sola esencia. Pero si un día la vida me desbordara del todo, quisiera que jamás me faltara la magia de Yoann Bourgeois, que el viento no me detuviera sino que me sirviera siempre de impulso.
Lo dijimos hace cuatro años, cuando las grandes sorpresas estuvieron en lo inesperado… Aquella pieza que, sin partir como favorita, se reveló como soberbia, elevando a la Bienal de Lyon al grado de vanguardia que siempre mantiene.
Bourgeois presentaba ‘Celui qui tombe’ (El que cae)… Era la 16ª edición de la ‘Biennale Danse’ de Lyon y el título hacía alusión directa a la enorme tabla pendular sobre la que actuaban los seis bailarines.
Nos sedujeron por completo con el riesgo, pero sobre todo, con su poesía. Dijimos entonces que Yoann Bourgeois daría mucho que hablar en los teatros europeos. Y así ha sido, en todo el mundo.
Nombre imprescindible ya de la danza, brilló con luz propia en esta 18ª edición de la cita en Lyon. “C’est moi qui est tombée depuis 2014, avec vous, au pieds de votre travaille” (Soy yo quien ha caído desde 2014, contigo, a los pies de tu trabajo), confieso haberle dicho a Joann Bourgeois tras estrenar ahora en el Museo Guimet.
Sonrojado, sonrió. Y lo hizo con esa sencillez que esconde el inmenso talento cuando es verdadero. Aún resoplaba por el esfuerzo realizado junto a sus compañeros en “Historias naturales, 24 intentos de aproximación a un punto de suspensión”.
Esta vez, “Tentatives d’approches”, el trabajo para seis intérpretes presentado por Yoann Bourgeois, era lo que los franceses llaman una ‘deambulación’…

Yoann Bourgeois despliega toda su poesía visual al sumergir a una bailarina en un tanque de agua. (Foto NJC-Espiral21).
Un recorrido o circuito a realizar tanto por los bailarines como por el público, que debe desplazarse de un lado a otro por un espacio libre, marcado solo por la danza de los artistas.
“Es probable que cualquier lugar se convierta en una escena”, decía Bourgeois antes de presentar su trabajo en el antiguo ‘Museo de Historia Natural Guimet’.
Con la estampa de una silla como elemento simbólico de equilibrio, eje o apego a la propia existencia, Bourgeois consigue sublimar una auténtica metáfora del esfuerzo por vivir, el amor necesario para lograrlo y la fugacidad de la vida misma.

Yoann Bourgeois con su infinita escalera. Cae y sube una y otra vez, una y otra vez… Pura magia. (Foto Biennale de Lyon).
De nuevo Bourgeois despunta como preludio de lo que veremos en próximas temporadas (al menos, de cuanto querremos en efecto ver). La magia de su poesía volvió a invadir el vacío, el espacio escénico y el espíritu mismo de todos los presentes.
Sentido a sentido, rozó el corazón de cada uno hasta alcanzar el alma misma. El trabajo de Yoann Bourgeois es una declaración de amor a la danza, y a la vida. Es el arte mismo al dictado coreográfico de Bourgeois, en cada paso y en cada aliento.
Susurrado en la nuca, te recorre sensitivamente hasta el último rincón del cuerpo, hasta ahogarte en un suspiro el mismísimo latido de tu corazón. Capaz de hacer un retrato de la vida misma, de las cargas que asumimos sin despojarnos de cuanto esencialmente sobra, y de los difíciles equilibrios con los que toca lidiar.
Y es así cada vez que caes, para luego volverte a levantar. Lo mismo con una silla trucada en la que resulta imposible sentarse, que aquella otra a la que te aferras por no salir disparada mientras el mundo no para de girar, a la velocidad del resto.
Lo mismo cuando una pareja intenta sentarse juntos a la mesa, superando todas las dificultades, que cuando una bailarina disfrazada de esas muñecas japonesas ‘okiagari koboshi’ (parecen un huevo o una peonza, que siempre se mantienen de pie), rueda entre el público desafiando al proverbio de ‘siete veces caído, ocho veces levantado’, e irremediablemente, queda inerte sobre el suelo.
(Emotivo el momento en el que un espectador, llevado por el impulso de su corazón, casi interfiere en la pieza y hace ademán de ayudar a un técnico del equipo a levantarla). Y sí, hay esperanza pues.
Otra de ellas tira incansable de una montaña de sillas que son sus cadenas. Pero a todos dejó con la boca abierta el instante en el que una bailarina cae desde los alto de una grúa en un tanque lleno de agua, con una silla en su interior.
Jamás llegará a sentarse, claro está, pero la delicadeza de su danza por lograrlo, la fluidez de sus movimientos por conseguirlo y mantenerse a flote, sujeta al hilo de vida que late su corazón… Destila tal poesía, que las lágrimas humedecieron las mejillas de muchos, más que las ropas de ella misma dentro del tanque.
Pero sin duda, el momento más esperado es cuando el propio Yoann Bourgeois desciende por el improvisado tobogán al suelo compartido del Guimet.
Hasta ese momento había permanecido vigilante, observando desde lo alto, como si de Cassiel en ‘El cielo sobre Berlín’ se tratara (film de Wim Wenders)… ¿Vendría en nuestro auxilio desde el cielo sobre Lyon?
Sí, por supuesto. Todo aquello era producto de su arte, de la poesía de Yoann Bourgeois que, dentro de un concepto absolutamente sencillo, sorprende siempre tanto por la originalidad como por la irrealidad de su movimiento vertiginoso.
Sobre otra de esas tablas que giran sin parar, baila un paso a dos junto a la ‘okiagari koboshi’, ahora su pareja ya sin disfraz. Escenificando otro momento, ese amor de toda una vida en la que a veces uno corre tras el otro hasta que logran hacerlo al unísono. Ese amor maduro que, contra viento y marea, logra que sea el mundo el que se pare con ellos, a veces. Sólo por ellos.

Yoann Bourgeois hilvana toda una poesía en torno al concepto del equilibrio. Danza/acrobacia (Foto NJC Espiral21).
En medio de un público totalmente entregado, embelesado en realidad, Bourgeois bailará solo. Le aguarda una vez más esa escalera que conocimos en ‘Fugue’, al compás de las notas de la ‘Metamorfosis II’ de Philip Glass.
Llegados a este punto, la conexión de emociones supera ya cualquier tipo de medición y alcanzas tal nivel de ingravidez al verlo caer, una y otra vez, y retornar a sus pasos desde la cama elástica… Que tan sólo deseas que la pieza jamás acabe, que las horas no pasen y que el mundo deje de girar para detener el tiempo, justo ahí. Suspendido.
Es el público el que cae, rendido a la poesía de Bourgeois, a su declaración de amor a la danza. A la vida. Y al arte. Porque no se trata de la espectacularidad de la acrobática puesta en escena, ni de su riesgo, sino del acierto de su lenguaje. Uno propio, llamado Yoann Bourgeois.