Venezuela: encanto de los abismos
"Como en la guerra de trincheras de la primera Guerra Mundial, se tiene la impresión que no se avanza"
No solo fuera de Venezuela, sino también dentro es complicado entender su realidad. Por supuesto que afuera más, porque faltan más puntos de referencia.
Seguir las olas de protestas no resulta fácil. Igual uno cuenta con los contactos de familiares y amigos, además de la información, sonidos, imágenes y vídeos que ellos envían como testigos o que están reenviando vía Whatsapp.
Sin descontar el resto de redes sociales, previamente depuradas de bulos.
En breves líneas sería complicado demostrar que la confusión es una política de Estado.
Porque sus actuales representantes provienen del ejército, de donde han sacado sus estrategias para usarlas en política.
Explicar lo que está pasando necesita de la teoría del caos: en gran parte, se ha querido avanzar en medio de la confusión y desconcierto generales, sin saber por qué está ocurriendo lo que está ocurriendo.
En ciertas ocasiones se ha desvelado auténticos objetivos que parecieran luego pasar al olvido, sin que sea así.
Por ejemplo, la construcción de un Estado comunal y la nueva geometría del poder, con lo cual anularía o vaciaría de atribuciones a gobernaciones y alcaldías en favor de territorios comunales (con su moneda propia).
Una de las tantas consignas del fallecido presidente Chávez fue “o comuna o nada”. Y esa es todavía hoy recordada.
Férrea disciplina
Por suerte, la férrea disciplina que caracteriza el mundo militar hace aguas por la corrupción. Es decir, el convencimiento ideológico escasea al punto de transformarse en coartada. Negocios de todo tipo, algunos más turbios que otros, apolillan las conciencias de compañeros y camaradas.
Esto hace que no se avance más rápido hacia el precipicio del totalitarismo, por lo que la semblanza se parece más a la de Estado fallido… o forajido.
Claro que la realidad es lamentable. Si bien un avance radicalizador no solucionaría, por ejemplo, la crisis alimentaria y de medicamentos, solo haría languidecer las posibilidades de corrección, el actual limbo tampoco es promisor.
Como en la guerra de trincheras de la primera Guerra Mundial, se tiene la impresión que no se avanza.
Es cierto que hay aspectos de la crisis que son políticos, pero, más allá, de fondo está el modelo, que es inviable. Por lo menos debería reconocerse el papel de la iniciativa privada y, por lo tanto, la bondad de la propiedad privada. Como diría el teólogo Pedro Trigo, la auténtica responsabilidad social empresarial inherente a su misma actividad.
Parte de la recuperación consiste en reactivar la economía, con la consecuencia de mejorar la oferta y el empleo con salarios reales.
Queda, por supuesto, la sociedad herida y fracturada, a la que hay que suturar. Y la discusión sobre el tipo de sociedad hacia dónde avanzar, cosa que no se va a lograr en un par de años.
Por lo menos una sociedad con un alto sentido de la participación ciudadana, abierta al mercado, que no puede ser suplantada por el Estado.
Tales consideraciones no pretenden apalancar el poder del capital detrás de la política, como ha denunciado el papa Francisco. Queda intacto las críticas que se pueda hacer al darwinismo social de ciertas propuestas de mercado y de capitalismo en Occidente.
Tampoco pretende reivindicar silencios legales ante el escándalo de corrupción en países como Europa, o empujar a la resignación ciudadana ante un PP o un PSOE.
El caso venezolano es pintoresco y ejemplar al mismo tiempo. Cuando los políticos pierden la brújula de lo que implica su responsabilidad y de la conexión con el ciudadano, aparecen salvadores con encantos populistas de peligroso arrastre. La advertencia no solo arropa a Podemos.
No aparecerá alguno que salga de las filas militares, pero aparecerá otro que sintonice con el imaginario colectivo. La proyección psicológica puede jugarnos muy malas pasadas: depositar nuestras expectativas como si fuesen a ser encarnadas por el líder de turno, hace que se pueda escoger una variedad errática tan grande como a un Chávez o a un Obama.
De los primeros desencantos que vivió la sociedad norteamericana con el líder de color, estuvo el captar que el “yes, we can” era una cuestión variadísima que arropaba hasta visiones antagónicas.
Venezuela sufre. Solo queda por desear que su sufrimiento no sea en vano.
Alfonso Maldonado es sacerdote desde hace 25 años. Vive en una comunidad de laicos en la arquidiócesis de Barquisimeto, Venezuela.