Venecia enamora más si la Luna es de pomelo
Memorias de nuestros viajes, episodio 14. La autora deja atrás en plena noche la Bienal de Danza y desciende por decenas de puentes sin un destino seguro hasta que la plaza de San Juan estalla en una gran fiesta con bandas de música, farolillos rojos y tagliatelle con sardinas al ritmo de mandolinas. Algo providencial guió sus pasos
De todo cuanto vi antes de #quedarmeEncasa… Supe siempre, desde que puse los pies por primera vez en ella, que sería una de esas ciudades a las que volver. Irremediablemente. Incesantemente, también.
Imposible resistirse a esta ciudad donde el pasado se apodera del presente. Interfiere el uno con el otro, todo el tiempo, pues tiene éste otra medida en ella. La verdad es que pareciera que todo le es concedido, como casi todo en Venecia…
Venecia es siempre una promesa de algo más al instante, de algo incierto, y en todo momento. Diría que va más allá del flechazo. Reflexivamente, no hay nada igual sobre la faz de la tierra. Perdón, sobre las aguas.

Venecia de noche con la plaza de San Marcos y el gran campanario, uno de los emplazamientos más bellos del mundo. (Foto Espiral21).
Pocas veces se toma el mismo camino o se cruza el mismo puente con la conciencia de haberlo hecho ya. Venecia cambia de forma a cada paso, en cada ‘víccolo’ o bajo cada ‘sotoportego’, en cada ‘fondamenta’ o ‘corte’ escondido.
Tal es así, que su verdadero rostro parece ocultarse tras una de esas maravillosas máscaras del Carnaval, que atesoran sus pequeños y abarrotados talleres artesanales.
Y descubrirlo se convierte en uno de los paseos más fascinantes del planeta. Al menos, intentarlo (Yo aún estoy en ello). Con sus casi 400 puentes y tan sinuosa como sus calles, es el Gran Canal que marca su trazado principal.
Venecia enamora cada vez como la primera porque, aunque imperecedera, se asoma siempre a tus ojos de manera distinta. Insinuante. Venecia es mentirosa y esconde más de lo que te muestra a primera vista.
Por ello, no es de sorprender que Venecia sea el escenario de sí misma, en el que descubrir la memoria de la propia ciudad y las huellas de sus habitantes en otras épocas. También hoy.
Dialoga contigo a través de su espacio. Pero es la dignidad de su gesto, omnipresente, la que conquista tu alma.
Bulliciosa como cuna de mercaderes que es, mantiene sus pequeñas tiendas de alimentación a la vuelta de la esquina donde comprar una cuña de queso ‘Montasio’ o ‘dolci d’Amaretto’. (Aunque haya hecho conocidos comercios de sus ‘Palazzis’).
Pero es al ritmo de los venecianos como mejor se conoce. Y por ello, son sus sucesivas ‘Biennales’ las ocasiones en que mejor se me ha revelado su verdadera identidad, como si encerrada en un ‘críptex’, hubiera aguardado a que ordenara sus piezas del modo correcto.

Venecia a la una de la madrugada, desde una de sus avenidas sobre el agua, con la luna en lo alto. (Foto E21).
Aquella noche, la luna era del color del pomelo rojo en Venecia. Víspera de San Juan, el calor del verano se avecinaba tórrido en las Islas de la Laguna. Hacía placentero y más seductor que nunca el paseo desde la Plaza de San Marcos.
Hasta las gaviotas se negaban a ir a dormir, entregadas como estaban al parloteo, empatando una jornada con otra, como las aguas del mismo canal.
Nosotros volvíamos del ‘Arsenale’, antiguo astillero y símbolo del poderío marítimo veneciano del siglo XVI, que alberga el teatro de ‘la Cordería’ (vieja fábrica de cabos), y sirve como centro complementario al festival de la ‘Biennale’ de danza.
Detrás de nosotros dejábamos su ‘Canaletto’ protegido por las dos emblemáticas torres que marcan la entrada de su muro almenado, después de haber visto una pieza del coreógrafo Wayne McGregor para la compañía ‘Random Dance’.

Venecia, con una de las casas aristocráticas como las de Casanova, iluminadas en la noche de San Juan. (Foto E21).
Los sentidos se agudizan cuando caminas por los callejones menos transitados de Venecia, sobre todo, cuando un ‘cyber-coreógrafo’ como McGregor te ha zarandeado combinando la danza con las proyecciones audiovisuales.
Sales con el corazón acelerado, preso de la velocidad y el clímax que este artista consigue siempre sobre el escenario. De modo que podríamos decir que caminábamos por Venecia con fuerza, con la fuente recargada de vida.
Perderse es muy fácil en Venecia (ciudad encantada), salvo que instintivamente sigas el curso del Gran Canal en paralelo y una luna como aquella te guíe en tus pasos. (Y tus emociones).
Tu cabeza bulle de tanta belleza, convencida de que el Arte no tiene más amante que la propia Venecia. Y sientes tus pasos, a la derecha y luego a la izquierda, hasta que pierdes la cuenta de las veces que has zigzagueado en tu avance de regreso a San Marcos. (Y caído en la trampa).
Pero no importa, no hay prisa. Es San Juan y nunca antes vi una luna de color pomelo como aquella. De puente a puente y tiro porque me toca… Llegamos al fin a un espacio abierto y el que sería todo un descubrimiento para nosotros.
La plaza estaba llena de gente y las guirnaldas de bombillos adornaban las copas de los árboles, y hasta la misma fachada de la Iglesia de ‘San Giovanni in Bragora’. De repente, nos hallamos en el ‘sestiere’ o barrio del Castello y… ¡Estaban en fiestas!
Aquello nos vino “come il cacio sui maccheroni”, como el queso en los macarrones, que dice un refrán italiano…
El ambiente era muy animoso. Sonaba la música de una pequeña banda y la atmósfera que se respiraba era cercana y familiar. La gente se arremolinaba en torno a unas mesas plegables de madera, primorosamente dispuestas con vistosos manteles de papel.

Venecia, en uno de los canales traseros que llevan al Palacio Ducal, con la autora del relato. (Foto E21).
Era la fiesta del barrio, San Juan, y la cena estaba servida casi a la carta. Preparada por las ‘madonnas’ y ‘nonnas’ del barrio Castello, enseguida se nos fueron los ojos al brillo de los ‘tagliatelle con le sarde alla veneziana’…
¡Mamma mia! El caldero humeaba recién salido de la iglesia. Sí, de la iglesia, usada como despensa una vez terminada la misa por San Juan, y plenamente incorporada a la ‘fanfarria italiana’.
Pasta, aceite de oliva, cebolla, tomates cherry y sardinas, claro. Pero, lo más importante, la ‘rIcetta veneta della nonna’, esto es, la receta veneciana de la abuela. ‘La vera’, la verdadera.

Plaza de San Juan, lugar de las cenas festivas de los vecinos en beneficio de la parroquia, desde la terraza del Hotel La Residenza. (Foto E21).
Ni lo dudamos. Recipiente y cubiertos de plástico para los dos, y ración de pasta con sardinas por cuatro euros cada uno, sentados en la plaza bajo la Luna de pomelo y los farolillos del barrio.
Como dos venecianos más, fuimos a por el ‘tiramisú’ del postre, devolviéndole la amplia sonrisa a la ‘nonna’, que volvía a ofrecernos más pasta del caldero. Ya era tarde y nos reímos los tres…

Venecia cuenta con 400 puentes en toda su estructura arquitectónica pero solo uno esconde la plaza de San Giovanni. (Foto E21).
Cuando nos giramos, ya habíamos perdido el sitio, así que nos arrimamos a la fachada del fondo para saborear el ‘tiramisú’ al ritmo de la mandolina. Fue entonces cuando el voluminoso botón de un timbre se me incrustó en el hombro.
Leí la plaquita dorada que estaba junto a él: Hotel La Residenza… Un maravilloso edificio del siglo XV con unas sencillas habitaciones, pero totalmente de época. Sin duda, había sido la Providencia quien había guiado todos nuestros pasos aquella noche… Quizá fue la Luna de pomelo.
(Para seguir leyendo)
Relato 1. La tarde que busqué los caballos de la puszta húngara.
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Relato 5. ‘Fumata Blanca’ y Roma entera corrió hacia mí.
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