Ucrania, una Europa sin cielo
"Estalló esta guerra y confirmó que el verso era cierto, que vivir era lo único cierto. En efecto, vino la muerte y tenía sus ojos. Miré al cielo sin más y ahí estaba todo"
#UnaMañanaDeSol en esta mañana sin él. Porque lo que no se toca, al final, acaba por no recordarse. Y sí, el nuevo rayo entraba por la ventana con una canción, disfrazando el amanecer.
Pero el azul del cielo ya no inundaba mi ser ni el sol hormigueaba mi mañana. No había música ni poesía. No escuché la letra ni el verso, ya no. Cuesta creer en Europa con el mismo brillo en la mirada.
Tuve entonces que darle la vuelta al posavasos que guardé tiempo atrás por su mensaje… “Lo mejor está por llegar”. Para seguir creyendo, lo hice, que verde sigue siendo el limonero, aún cuando no dé frutos.
Con brillo, cuando miré los colores de los geranios, aunque paseé por la calle de las penas (me dije a mí misma). Azul y amarillo, de día. Pero naranja, al caer la noche. Lo que empezó como un viaje sin destinos ni fronteras, nos convirtió en lugar de llegada.
Y de partida, para hallar tu patria en ese pecho en el que reposas el rostro al despertar, pero para llevarla contigo en los zapatos.
Así inicié estos relatos cuando febrero de 2022 asomaba al calendario, Adonde quiera que marcharas, que fuera siempre con el fuego de ayer en la mirada. Tu voz, una constante.
Y tu silencio, una promesa. Juntos, una oración. Con ese brillo en la mirada para soñar una historia antes de vivirla y elegir hacerlo, antes que seguir soñando. Sentir, nada más.
Pero estalló esta guerra y confirmó que el verso era cierto, que vivir era lo único cierto. En efecto, vino la muerte y tenía sus ojos. Miré al cielo sin más y ahí estaba todo.
Una Europa sin cielo para Ucrania. Y yo, que había empezado este viaje en el Puerto Viejo de Marsella, al amparo del sur, donde las oraciones quedan bañadas de sal porque a rente del mar se alza una iglesia y se canta el himno del pueblo…
Me desperté bajo un cielo naranja en una Europa sin cielo, saciada de todo y de nada a la vez. Lo susurró Pavese al oído, que “para todos tiene la muerte una mirada”.
Con la voz dolida de tanto olvido lleno de memoria, releo ahora a Pavese. Buscando en la nada con viento en los ojos. Y no consigo deshacer esa nada.
Ya no regresó aquel rayo de ese mismo amanecer sobre la línea del mar. Ahora que el recuerdo de lo vivido se desvanece por no tocarse, ya no existe el ayer. Desvanecido, insisto, sin tristeza ni memoria.
Sentados en el borde de una tierra que hasta ayer fue suya, desteñida del azul y amarillo de su pasado común, cierran los ojos memorizando los surcos. Buscando la sangre en los versos.
Ya no le quedan viajes que emprender a aquellos que han perdido las fronteras. Pero en el horizonte, el resto del sueño por vivir… Después de todo, nadie conoce el fin de las maravillas.
No hay un destino fijado para este último viaje. Así que, de nuevo, bajé a la orilla del mar para comprobar que el mar seguía ahí. Sigue. Incluso después de Odessa. Slava Ucraini.