Turín, el ‘oficio de vivir’ del gran Césare Pavese
#UnViajeUnInstante, relato 8. En su itinerario del mundo, la autora se hospeda en la casa del gran poeta italiano, llamada 'La luna y las fogatas'. Se sienta junto a su escritorio y comprueba, una vez más, que el tiempo es de quien se lo toma para vivir
#UnViajeUnInstante para descubrir a qué sabe la vida. A veces, sin moverte del sitio. Solo recordando. Decía Picasso que algunos pintores transforman el sol en una mancha amarilla, pero otros transforman una mancha amarilla en el sol.
Y me gusta pensar que así es. Porque igual que el arte alimenta el alma, igualmente lo hace el mero hecho de viajar, de un modo u otro. Cerca o lejos…
También nuestros recuerdos transforman una mancha amarilla en el sol. Igual que lo hace una sola nota escondida entre compases, pero que cuando suena, ésa y no otra, hace vibrar nuestro espíritu.
Es como ‘La luna e i faló’ (La luna y las fogatas), de Césare Pavese. La que fuera su última novela está considerada como el más bello libro publicado por el autor italiano.
La luna e i faló. Sólo el título es, en sí mismo, un poema. Una imagen evocadora, la de ‘La luna y las fogatas’, capaz de llevarte a cualquier sitio o momento de tu vida.

Casa hotel de Césare Pavese, con la autora delante de la puerta, junto a su maleta amarilla. (Foto Espiral21).
A mí me lleva hasta Turín, enganchada de la mano a una pequeña y destartalada maleta de cabina, color amarillo. Y hasta la propia puerta de ‘La luna e i faló’, un pequeño hotel con encanto en la segunda planta de un edificio antiguo de ‘Torino’.
Y sin saberlo, hasta la propia casa del poeta italiano, a su salón y a su ventana. Más aún, a su escritorio.
Fue sólo una noche y el día que le sigue. Pero no importa, porque como ya sabes, el tiempo es de quien se lo toma para vivir, sin pensar en lo que el día le debe a la noche. Cuándo es luna o cuándo es sol.
Sólo importa que hay luna y hay sol. Y allí estábamos, en la Via Lamarmora 35, cerca de la ‘stazione Porta Nuova’, en pleno barrio de ‘Crocetta’. Tarde, por gentileza de ‘Alitalia’, pero llenos de ansia y en ‘ël Sènter’, que dicen los piamonteses.
Conscientes de absolutamente nada, porque eran casi las 11 de la noche y la anaranjada luz de las farolas antiguas era tenue (como el final de una fogata), pero entusiasmados de saber que tras aquella fachada modernista, como todas las de aquel bulevar arbolado, había morado Pavese.

Salón del escritorio de Pavese en la casa hotel en la que vivió durante dos décadas. (Foto Espiral21).
Menos mal que Loredana nos esperaba en el portal tras una oportuna llamada al aterrizar. Y menos mal que mi pequeña maleta era también una ‘mancha amarilla’.
Nos recibió con una sonrisa aún más amplia que la mía, pese a la tardanza. Cruzamos el imponente portón y subimos juntos, pero apenas pudimos hablar más allá de la cortesía aquella noche, porque el otro huésped ya dormía.
El horario del desayuno en el salón contiguo, que estaba a oscuras, y poco más. Unos zumitos y agua de gentileza, las toallas y unos albornoces sobre la cama, porque el baño era privado pero externo… Y las buenas noches de Loredana.
La ‘cámera’, la habitación, era amplia, de techos altos. Decorada con motivos florales y en colores intensos. La madera estaba viva, ya sabes, lo que se dice una estancia con historia.
Y ello aumentaba aún más mi emoción por dormir allí donde todo parecía alimentar la poesía narrativa de Pavese. A pesar del cansancio por las horas de retraso en la salida del vuelo, la curiosidad de mi mirada y el latido de sus versos le cerraban el paso al sueño.

El latido de los versos se traslada desde la casa de Pavese a los rincones de Turín, como el río Po que la atraviesa cada día. (Foto Espiral21).
Al puramente físico, claro. No así al otro, ése que me llevaba a recordar la primera estrofa de su poema ‘Sueño’… “¿Aún ríe tu cuerpo con la intensa caricia de la mano o del aire y en ocasiones reencuentra en el aire otros cuerpos?”
Desvelada intencionadamente pero ‘stanca morta’ (muerta de cansancio), que dicen los italianos, sé que caí derrotada por puro KO en algún momento de la noche. Pero alentada sólo por lo que me aguardaba del día.
La soleada mañana de aquella víspera de San Juan nos mostró el maravilloso salón de otra época, con una gran mesa ovalada engalanada por un mantel con encajes de otro tiempo.

Turín, una de las ciudades más recomendables de Italia, en uno de sus bulevares comerciales. (Foto Turismo turinés).
Y cuidadosamente distribuidos, más de una docena de recipientes de cristal labrado, todos de diferentes tamaños y dispuestos para tentar al más exquisito paladar, tanto de dulce como de salado.
La claridad que entraba directa te mostraba también un sinfín de recuerdos. Pero uno en especial llamó mi atención y un irrefrenable deseo por acabar pronto el desayuno, pese a ser abundante y delicioso.
Allí estaba, en un rincón iluminado por el sol, el escritorio en el que Cesare Pavese había puesto palabras a algunos de sus pensamientos, sueños o anhelos.
Allí donde había llorado y derramado algunos de sus versos. Y te podías sentar en él, ante él, como él. Frente a la ventana, Turín estaba fuera y la vida también. “¿Nunca más regresó, de la nada, aquel alba?”
Sí, regresó. Lo hizo aquella mañana y transformó el sol en una mancha amarilla, como mi maleta.

Césare Pavese, uno de los grandes poetas europeos del siglo XX. Militó en el Partido Comunista y sufrió la persecución del fascismo. Murió en 1950.
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