Trentemoult, a sólo 10 minutos de Julio Verne
#AguardoElDía, episodio 2. "Parece una ensenada irreal, un verdadero espejismo que te lleva de vuelta atrás en el tiempo. Las gaviotas se asoman ruidosas (son las únicas que alborotan), anunciándote que este pequeño entorno es pesquero. Y también, un paraíso"
#AguardoElDía y con el mismo sabor de cuando el viento te viene de cara, el de la vida que siente curiosidad, dejo volar de nuevo mi imaginación hasta el rincón de los recuerdos.
Y de nuevo, elijo la tarde, cuando los colores son otros y la luz parece siempre tu aliada. Es la placidez del atardecer, sin incertidumbres. Volví a una terraza. Después de todo, es el tiempo… El del verano, siempre dispuesto a brindarte cosas nuevas.
La luz me llevó hasta los reflejos del río y, claro, no lo dudé. Había que subirse a aquel barco preparado para el paseo y dejar atrás el bullicio de la ciudad.
Sin tener certeza aún de adónde, exactamente, se dirigía corriente abajo… Pagamos 1,70 euros cada uno por el ‘navibus’ y pusimos rumbo a la puesta de sol por el río Loira, dejando Nantes atrás.
Jamás oímos hablar de Trentemoult, mucho menos en las novelas de Julio Verne. Y sin embargo, a sólo diez minutos de navegación de la isla de sus máquinas fantásticas (Parc des Chantiers), se halla este antiguo pueblo de pescadores.
Parece una ensenada irreal, un verdadero espejismo que te lleva de vuelta atrás en el tiempo. Las gaviotas se asoman ruidosas (son las únicas que alborotan), anunciándote que este pequeño entorno es pesquero. Y también, un paraíso.

Trentemoult ha sabido crear su propia personalidad, café, coctelerías y restaurantes al borde del río, como muestra la autora. (Foto E21).
En esta orilla izquierda del Loira a su paso por Nantes, las coloridas casitas son todas de dos o tres plantas y techumbre de tejas. Y en cada esquina o recoveco, un jardín.
(Aún cuando, a veces, éste se componga tan sólo de cuatro o cinco macetas agrupadas al pie de la escalera).
Está claro que allí nadie concibe la vida sin un ser verde a su lado, que florezca por primavera, ni el color en su fachada… A la espera de que la luz se pose en ellas.
No me cabe la menor duda de que se trata del secreto mejor guardado de los nanteses. Da la sensación de que allí sólo viven artistas y gatos (los hay por todas partes), entre sus calles estrechas y entrecruzadas. Muchas, sin salida (y hasta con unas galletas de mantequilla, publicitadas en otro tiempo, por bandera y distintivo). Dulce y de cuento.

Las diminutas y estrechas calles muestran vivacidad gracias a una explosión de colores y vegetación. (Foto E21).
Pintoresco y vital, pero en calma, el sendero de palmeras nos condujo hasta el concurrido muelle Marcel Boissard. Lleno de creperías, cafetines y ‘bistrós’, todos en pendiente hasta casi llegar a las mismísimas aguas del río.
Tanto sillas como tumbonas plegables de madera salpicaban aquellas veredas, casi laderas, pequeñas pero sinuosas. Nos miramos con complicidad, porque todos parecían saber que aquél, y no otro, era el lugar (pues todos llegaron antes que nosotros). El lugar de los sueños para aguardar el día, el que viene después…

Las máquinas fantásticas de Nantes, como el elefante autómata, están inspirados en la imaginación de Julio Verne. (Foto E21).
Para seguir leyendo:
Episodio 1. Maracuyá con yogur de Florencia al Antico Caffé de Vegueta.
Episodio 3. Bayona y la playa de ‘La Barra’cambian la rotación de la tierra.
Episodio 4. Biarritz me regaló la espuma del mar.
Episodio 5. Lyon es capaz de crear una piscina de bolas sin agua.