Tangos, maullidos y ‘Cinema Paradiso’ en Roma
#ParaVivirVivo, episodio 3. La autora cuenta cómo la pequeña sala ‘Cinema Azzurro Scipioni', próxima a los muros vaticanos, proclama a las personas como Patrimonio de la Humanidad sin que tenga nada que ver con la religión
#ParaVivirVivo antes de que pase de largo. Y puesto que no hay más verdad que la de que todo sucede en el parpadeo de un momento… Lo prendo en el hueco de mi mano antes de que los gatos dejen de maullar.
Pero no para guardarlo, sino para vivirlo. No adivino el parpadeo, como canta Gardel en el tango. No el que vendrá en el preciso instante siguiente, pero sí el que me trae ahora la memoria, el del volver.
Y no sé si el tango o los maullidos (por qué no), acaso haya otros meridianos más ácratas que los de tus propios recuerdos. Vuelvo a su empedrado de ‘sampetrinos’ tras ‘volare, volare’.
Quizá sólo fuera por los lineales llenos de ‘panettones’ italianos en el supermercado, que anticipan la Navidad… Y quizá también, qué mas da, por volver a sentir aquella sorpresa que me deparaba el número 82 de la ‘Via degli Scipioni’.
(Muy próxima a los ‘bancarelle’ o mercadillos callejeros romanos que se encuentran cerca del metro ‘Ottaviano’).
Ya sabes, ése adonde millones de turistas llegan para acercarse hasta San Pedro y a los Museos Vaticanos. (Pero ésa es otra historia que nada tiene que ver con mi estampa).
Su dueño era el programador e ideólogo de aquella rareza tan singular, llena de programas de mano, carteles originales y cuadernillos de cine. Libros y más fotos de rodajes o festivales internacionales.
Contigua a una iglesia, y muy próxima al ‘Mercato dell’Unitá’, con sus productos frescos del día, era el templo de Silvano Agosti, quien te recibe y te vende la entrada. Pero, ¿adónde exactamente? Sí, ésa, y no otra, es la primera pregunta que te haces cuando cruzas la estrecha puerta.

Silvano Agosti, propietario de Cinema Azzurro, uno los secretos artísticos del barrio de Pratti, en Roma.
En el cristal lucen las películas programadas para la velada. Normalmente, hasta tres funciones. Pero tres por cada una de las dos salas con las que cuenta este entrañable cine, el ‘Cinema Azzurro Scipioni‘, como los de antes.
(Pero mucho antes, te diría… Tanto que, inevitablemente, pensé en Alfredo y Totó. Era mi propio ‘Cinema Paradiso’).
La sala ‘Chaplin’, la más grande con 100 butacas, y la sala ‘Lumière’ con sólo 50. Más pequeña y en la parte alta que, en realidad, ocupaba el anfiteatro de lo que, seguramente, hizo las veces de teatro en otro tiempo… ¡Vaya uno a saber por qué tan oculto!.
Silvano, que apuesta abiertamente por la proclamación del ser humano como Patrimonio de la Humanidad, entabla conversación al momento con todo el que entra.
Enseguida, descubrimos que él mismo fue también actor y director. Al saber de nuestra procedencia, nos revela que trabajó junto a Paco Rabal, cuyo recuerdo compartido atesora en la foto que cuelga de una de sus paredes.
Afuera, un pequeño coro de gatos (unos pocos de los más o menos 130 que viven en el ‘Largo Argentina’, en la otra punta de Roma), esperan la función.

Plaza de España, con la autora, se encuentra a medio camino por los atajos ocultos de Roma del barrio de Pratti y de Largo Argentina.
Para seguir leyendo
Relato 1. L’espresso en la barra, de pie y de un solo buche.
Relato 2. Bouquinistas de París, tesoros únicos de libros antiguos y carteles.