Tango en Buenos Aires, “el pensamiento triste que se baila”
#UnViajeUnInstante, relato 13. En su itinerario del mundo, la autora recuerda los mostradores altos del bar de su abuelo, en el que cada día sonaba Gardel, para brindar por el destino el día que conoció a Laura, una porteña creadora de una secuencia de tango que transcurre en una noche
#UnViajeUnInstante… Y un sueño más, el que te llega con una música. De nuevo. Y te recita, de nuevo. “Santa María del Buen Aire” para un tango moderno, que el tango es siempre tango.
“Un pensamiento triste que se baila”, fue la manera que tuvo de definirlo uno de sus máximos poetas, Enrique Santos Discépolo. Acaso dude nadie de que mientras una milonga suene en el mundo y Malena se gire al oír un tango, toque bailarlo otra vez.
No me cansaré de decirlo. El futuro es ahora y también un nuevo destino. Y este baile endiablado que gime sus penas cantando está más vivo que nunca. Y que no lo calle nadie, que lo consuelen sólo bailando.

Buenos Aires es al tango lo que el tango a Gardel, de ahí que el Gobierno lo promueva como una de las imágenes más comerciales del mundo.
Sea en Argentina o sea aquí mismo. “Parado aquí en esta esquina, cual si buscara querencia, llegó una voz a mi oído, que el viento sur me ha traído con frases que son de ausencia…”
Ausencia de quien escuchaba tangos cada mañana de domingo y conocía todas sus letras, que sonaron en toda mi infancia cuando subía la cuesta hasta la puerta del bar. Verde como sus ventanas.
Canturreándolos con su sombreo puesto, viviendo sin dejar que la vida pasara de largo. Sonaba el tango en el viejo bar de mostradores altos de mi abuelo.
¿Por qué cuanto más grandes son las ausencias, más altos nos parecen sus mostradores en el recuerdo?
Lo desconozco. Pero fue en una esquina cualquiera donde el viento volvió a traerme “Santa María del Buen Aire” y esa capital bonaerense como destino soñado. Y fue de la mano de Laura.
Ambas acabábamos de ver la misma pieza de danza y tarareamos el mismo tango. Y ambas éramos extranjeras en aquella esquina francesa. Sonreímos y me pareció que nos asomamos al mismo mostrador de una memoria común.

Tango en un bolo al aire libre junto a Caminito, en Boca, uno de los barrios más populares de la capital argentina. (Foto Turismo de Argentina).
Ella era de ‘Palermo’, el barrio más porteño de Buenos Aires, Argentina. Así que nuestras olas eran las mismas, pero del otro lado, y nuestras miradas, al escuchar aquella tonada, como los dos cuerpos de una pareja bailando el mismo tango.
Estaba claro, ambas sabíamos cómo se baila el despecho. Hasta ahora. Desde entonces.
Laura enseñaba tango y tenía compañía y pieza propias. La obra estaba encarnada en seis personajes, interpretados por excelentes bailarines de tango. Transcurría de noche, una sola noche, en un salón de baile. Y se llamaba ‘Anoche’.
Sólo el nombre ya me cautivó, pues vi su vocación de eternidad, como en el tango. Pronunciarlo era traerlo siempre al presente. Anoche volví a escucharlo y anoche volví a sonreír.
Para mí anoche era de nuevo una de aquellas soleadas mañanas de domingo al sur. (Siempre el Sur, también Laura). La voz de Carlos Gardel que cantaba y de niña, sonaba en los viejos bares de mostradores altos. Sonaba otra vez, anoche.
Anoche supo a nostalgia y pasión. Anoche sabe a viajes aún por hacer y a tangos aún por bailar. Entonces jamás pensé que el llanto de un bandoneón llegara hasta esta esquina. Pensé en Laura y volví a sonreír.
Yo no sabía aún de los viejos zapatos de tango de Laura. El viento volvió a traerme “Santa María del Buen Aire”. Y los tacones de Laura, bailaron anoche. Buenos Aires, anoche. Al otro lado del mismo mar, un solo tango. El futuro.
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