Stonehenge, un misterio para la eternidad
Con el deseo de viajar, relato 6. La autora queda absorta por el enclave monolítico y circular que es, en sí mismo, una isla. Se halle donde se halle, sea tierra o ya fuera mar
#GanasDeVolver a sentir que una canción puede hacerte comprar un billete de viaje hacia otro lugar, y que una sonrisa compartida da más información que el mejor mapa de este mundo.
Ahora que sé con certeza que ‘la felicidad es casera’, pues el zócalo pintado por las agrietadas manos de Erwan me lo recuerda cada mañana, antes aún de desayunar… Sé también que la porto conmigo allá adonde vaya.
Estaba claro que ese viejo lobo de mar bretón me había revelado el mayor secreto de esta vida antes de que abandonara la salvaje costa del norte, convirtiéndose, sin quererlo, en otro protagonista más de nuestro siguiente viaje.
(En realidad, ya era un personaje para el resto de mi vida).
Y es que el Canal de la Mancha no es cualquier cosa. Después de todo, estábamos en el sitio perfecto para practicar lo que se conoce como ‘senderismo costero’. Entretanto, el viento volvía a silbar…
Mientras mis pensamientos seguían inevitablemente enredados entre los altos pilotes de madera de los rompeolas de Saint Malo (así de poderosa es su estampa), ese viento me empujaba a querer cambiar de orilla. Era la ocasión y el verano invitaba a ello.
Sólo entonces, me di cuenta de que Erwan llevaba un símbolo celta colgado al cuello y mi mente voló hasta el condado de Wiltshire, al sur de Inglaterra.
Más exactamente, hasta la absolutamente rural ciudad de Salisbury, a sólo una hora de Londres, pero se diría que a siglos en el tiempo. Allí donde confluyen los ríos Avon, Nadder y Bourne, pero sobre todo, el punto urbano más cercano a un enclave mítico…
Un lugar que todavía hoy sigue guardando misterios, tanto como su verdad. Un punto del planeta cuyo impacto te acompaña para el resto de tu vida una vez que lo has visitado.
En definitiva, un pedacito de eternidad llamado Stonehenge. Cambiamos el azul del mar por el verde de la campiña inglesa. Y no es que me saltara aquello del “de isla a isla y tiro porque me toca”. No, en absoluto…
Pero quién podría negar que el enclave monolítico y circular de Stonehenge es, en sí mismo. una isla. Se halle donde se halle, sea tierra o ya fuera mar.
De modo que, puesto que aquel ‘triquel’ del colgante (símbolo celta formado a partir de tres espirales unidas en disposición triangular), brillaba tanto como los ojos azules que tanto mundo habían visto… Bien podíamos, al menos por el momento, apostar por el secano de Wiltshire.
(Después de todo, quién sabe lo que hay debajo realmente… Y toda Inglaterra es una isla también).

Stonehenge, desde lo alto, permite observar el círculo perfecto trazado como plataforma de culto (Foto TurismoUK).
Es justamente de la estación de trenes de Salisbury de donde parte el ‘bus’ hasta Stonehenge. Y no lo negaré, mis ojos volvieron a buscar de lado a lado a los muchachos de ‘Meute’ y sus casacas rojas. Pero no, estaba claro que la cancioncilla resonaba sólo en mi ‘isla interior’.
Sin duda, el ansia del propio viaje y el deseo del descubrimiento de un lugar tan mágico, juntos, obraron el milagro de poner banda sonora al momento…
Con los billetes en la mano (Salisbury y su aguja más alta de toda Inglaterra en la catedral, quedaban para la vuelta), pusimos rumbo al monumento megalítico más visitado del Reino Unido y sus 52 enormes piedras ‘sarsens’ de hasta 25 toneladas.
Medio centenar de bloques de arenisca que siguen interrogando a medio mundo, mientras el otro medio se debate en hallar la respuesta. Nosotros no teníamos ni preguntas ni respuestas, sólo buscábamos sensaciones.
Como viajeros que somos, tan sólo nos dejaríamos llevar, como siempre. Acaso sea otra cosa el vivir como el viajar. Después de todo, el mundo no se detiene, te muevas tú o no.
Pero debo reconocer que hay sitios que sí, que parecen detener el movimiento de todos… Y Stonehenge es uno de ellos. Estos grandes bloques, de una sola pieza cada uno, están distribuidos en cuatro circunferencias concéntricas, abarcando la exterior unos 30 metros de diámetro, aproximadamente.

Stonehenge, con las piedras rectangulares hasta 25 toneladas cada una, limita el acceso de turistas. (Foto TurismoUK).
Y sólo algunas de estas piedras rectangulares están, a su vez, coronadas por dinteles, del mismo tipo de piedra. Pero es de prever que todo el conjunto fuera inicialmente así y que hoy en día sólo quedan algunos de los dinteles en pie.
Es un hecho irrefutable, nadie puede sustraerse al misticismo que flota en Stonehenge…
Más allá de cualquier creencia o no, o con cuántos visitantes te toque compartir la experiencia de su visita, te invade un silencio que te aísla del mundo, como si dos manos invisibles cubrieran tus oídos con sendos cuencos de cuarzo.
Cruzas miradas y observas el movimiento de los labios de quienes intentan verbalizar lo que sienten, pero no los escuchas. Tu oido ha filtrado todo cuanto te es ajeno y exterior a Stonehenge.
En ese preciso momento, desearías poder volar para admirar, desde lo alto, la línea de su dibujo completo y el surco que, indefectiblemente, ha dejado ya para siempre en tu memoria.
Por cierto, antes de partir, me di cuenta que las piedras más pequeñas tenían también un tono azulado… Erwan, de nuevo, tenía razón: la felicidad es casera.
Relato 1. Lido de Venecia con ‘999 rojo’ en los labios.
Relato 2. Isla Tiberina, ángeles, tango y un beso en Roma.
Relato 3. París (Isla de San Luis), pan, vino y felicidad.
Relato 4. Monte Saint Michel, la isla de Normandia que deja de serlo.
Relato 5. Saint-Malo la joya de la Bretaña donde ‘la felicidad es casera’.
Relato 7. Marken y Volendam te devuelven la libertad sin etiquetas.
Relato 8. Sopot la orilla polaca que permite salirse del borde.
Relato 9. Helsinki donde la brisa lleva la sal a tus labios.
Relato 10. Miyajima, la isla sagrada de Japón en la que nadie nace ni muere.
Relato 11. Playa de Las Canteras, siempre fiel cuando la vida te desborda.
Relato 12. Tokio Disneyland es una fiesta al aire libre.
Relato 13. Otaru, la bahía japonesa donde canta el amor.
Relato 14. Sáhara, ‘nosotros tenemos relojes, pero ellos poseen el tiempo’.
Relato 15. Gaztelugatxe, donde las campanas resuenan más que el Cantábrico.
Relato 16. Hondarribia, el saludo de Euskadi a Francia desde la orilla.
Relato 17. Oporto, la posta más aclamada de Portugal.