Sevilla, arte y parte de la Pascua con plegarias por Kiev
"Olor a incienso y dulzor de las torrijas, los rezos callados y las lágrimas sonoras. A mí esta semana me lleva hasta el recuerdo de aquella otra en Sevilla, llena de pasos y de carreras, de levantadas al cielo y de costras de cera de velas en la calzada"
#ConBrilloEnLaMirada y el recuerdo de la vida de antes que se asoma a ella, con toda la luz del día. Levanto una rosa y todo se ilumina, como en el verso de Saramago.
Alzo una rosa y oigo la vida de los que sobreviven bajo tierra, de los que hacen sonar la nostalgia mientras afuera se escucha aún la guerra. Sábado Santo, jornada de tránsito entre la muerte y el que vive.
Resurrección de una ciudad y un pueblo que resisten, aún. Y a mí su música, ésa que suena a nostalgia en el metro de Kiev, me recuerda a la que resuena estos días de Semana Santa.
Justo cuando la vista vuelve atrás. Y cuando tu mano esconde lo que guarda de esa vida de antes. Olor a incienso y dulzor de las torrijas, los rezos callados y las lágrimas sonoras. Pescado a la mesa, sea sancocho canario, sean tortillitas de camarones andaluzas.

Sevilla, siempre con las puertas de las iglesias abiertas de par en par. En la foto, la autora en una de las parroquias próximas al Salvador.
Porque a mí esta semana me lleva hasta el recuerdo de aquella otra en Sevilla, llena de pasos y de carreras, de levantadas al cielo y de costras de cera de velas en la calzada.
Resbalabas si no ibas con tiento o te pegabas del suelo, si es que aún estaba fresca. La famosa ‘Madrugá’ sevillana es en sí misma un ‘trono’ que se conquista por pasión.
Y aguante. Mucho aguante, porque llega un momento en que eres arte y parte, en que te descubres flamenco sin saber que, en realidad, ya lo eras. Y la Giralda, curiosa, vista casi desde cualquier punto. Aquella mañana llena de sol nos acostamos con la luz del día.
Había despuntado hacía ya rato y los pies habían caminado tanto, que casi lo hicieron bíblicamente también. Ni sé cuántos pasos y la noche más grande en Sevilla.

Imágenes de ser arte y parte de la Pascua en Sevilla, con la autora junto a un panel de fotos. (E21).
Sin embargo, nadie parecía cansado. Siete días y un camino que, en realidad, es en sí mismo la meta. Tres saetas y un poema, catorce estaciones y todas las puertas abiertas.
La gente se agolpaba en las cafeterías, que nunca cerraron, para desayunar torrijas con chocolate. Y las banquetas, para tomarlas sentado, se disputaban tanto como los puestos en la calle Sierpes.
Juraría que hubo quien jamás se movió de allí hasta que no amaneció el domingo y pasó la última de las figuras. Juraría que aún aguarda hasta que llegue la próxima Pascua, a ver si así sólo se escucha paz en vez de guerra.
Pero ahora es otra banda la que toca, otros son los golpes aunque el camino siga siendo uno. Y hasta la luna llena se acercó más que nunca, anoche. Incrédula como estaba con cuanto veía aquí abajo.
Muerte y vida, las dos caras de una misma semana que discurre distinta según vivas la ‘Madrugá’ en Sevilla o en Kiev. Afuera bajo un cielo limpio o dentro, adentro y abajo. Con el aliento escondido en esa mano que atesora su vida de antes.
Sobre este tiempo y el que vendrá después, sólo nos quedan las historias vividas una mañana cualquiera de sol. Sobre estas carencias que ya nos comen por dentro, y ésas otras que acabarán por devorarnos, quedará la palabra.
Sobre el hambre de todo, tan sólo, quedarán más historias contadas las mañanas de lunes al sol, aunque asomen por el horizonte de este nuevo desorden mundial. Recuerdo Sevilla y pienso en Verónica, en si algún día conoceremos su rostro.