Saint-Malo la joya de la Bretaña donde ‘la felicidad es casera’
Con el deseo de viajar, relato 5. La autora admite su fascinación por una de los cascos antiguos mejor conservados de Europa, lugar de batallas de corsarios y piratas. En Saint Malo conoce a Erwan, un veterano lobo de mar con la cara dibujada de mapas, reconvertido en artesano y lleno de historias inolvidables
#GanasDeVolver a todos esos lugares que tú y yo sabemos, y ganas de volver a todos y cada uno de esos momentos de ensoñación, golosos como éramos, hambrientos como estamos de tanta no-normalidad.
Sin mirar atrás, atesorando la imagen que ya ha conquistado de por vida mi corazón, tiro una moneda imaginariamente a aquella caprichosa marea para así garantizar la vuelta… Algún día.
Algún día que acabe igual de bien, igual de saciados de todo y, sin embargo hambrientos de más. Llegamos a Rennes, la capital de la Bretaña, y en mitad de la estación de metro nos topamos con… ¡Meute!

Saint Malo, con una de sus extensas playas junto a las murallas, protegidas de pilones de madera para frenar las mareas altas. (Foto Espiral21).
Esa banda casi multitudinaria de jóvenes con chaqueta roja (corta y abierta), y su instrumento de orquesta a cuestas (hasta una marimba), que se mueve por toda Europa (como mínimo), y te atrapa con la alegría de su directo.
Eran los ‘39èmes Rencontres Trans Musicales’ y sonaba ‘You and me’, con el mejor y más atronador grupo de viento entre tubas, saxos, trombones, trompetas y yo que sé qué más… ¡Eran magníficos y hasta ese momento sólo los había visto en ‘youtube’!
De repente, una voz me susurra que está sonando “el himno de nuestro viaje”. Estaba clara la señal. No podíamos irnos aún de la Bretaña. No, después de este himno cerrando la jornada pero abriendo el mapa. Este otro viento de los instrumentos nos empujaba a otro día más (al menos).
Acaso supo ese otro viento silbado en una canción, que aún había un sueño más por cumplir en ese mismo noroeste francés para mí. Sin realizarse aún, habían sido mis primeras vacaciones estivales en la costa francesa. Al menos, en el cine, claro.

Saint Malo, en la puerta principal del recinto amurllado, con la autora del relato. (Foto Espiral21).
Y es que ya te lo conté… Con Éric Rohmer yo había descubierto el cine francés y el milagro de lo cotidiano en ‘El rayo verde’, pero algo mucho más importante con su personaje, Delphine. Que la vida pasa en un instante pero que puede ser precioso en sitios como Saint-Malo, nuestro destino a la mañana siguiente.
El sol agradecía nuestro ‘madrugón’ y las ganas por sentirlo en nuestro rostro desde tan temprano. Optamos por el tren con el paisaje entrando en continuo movimiento. Ventanilla y frente a frente, así nuestros pasos seguían entrecruzados.
Sentí el olor a mar antes de que pudiera verlo siquiera. Saint-Malo es una ciudad portuaria con uno de los cascos antiguos más bonitos que haya visto a orillas del mar. De modo que un día de playa y casetas de rayas se combinan con la historia de modo natural.
En su día, fue reducto de piratas corsarios. Y parece que aún podrías verlos si fijas la vista en sus altas murallas de granito, de forma circular…

Saint Malo es historia pura del mar, de batallas de corsarios, bucaneros y piratas. (Foto Espiral21).
Tanto es así que, si te dejas llevar por la imaginación, algunos de sus bares y ‘bistrot’ se te asemejan a antiguas tabernas de las que parece que, en cualquier momento, va a salir ‘la Mota Negra’ dando voces con una botella de ron en la mano (La Isla del Tesoro).
Esta fortaleza viva de mar, cuyas murallas se vieron afectadas casi al final de la Segunda Guerra Mundial, tiene ‘fuertes’ y una gran torre, junto a la puerta de San Vicente (con forma de herradura).
Resulta imposible no hacer un doble viaje en Saint-Malo, en el espacio y también en el tiempo. La brisa aventurera se te cuela por los pulmones bien adentro, como la marina. Y la respiras a gusto, con ganas de tumbar un reloj de arena si lo tuvieras a mano, pasa así constatar que de, verdad, el tiempo se ha detenido para ti.
Pero si hay una estampa que tu mirada busca en Saint-Malo desde el primer minuto son sus vigorosos rompeolas. Preciosos pilotes de madera de varios metros de altura y grosor imponente, plantados en hilera a los pies de la misma playa.
Se trata de más de 3.000 (sí, has leído bien), y están ahí desde finales del siglo XVII para reducir la fuerza de unas olas que pueden oscilar hasta 13 metros entre la bajamar y la pleamar.

Saint Malo y su barrera de más de 3.000 pilotes de madera apostados sobre la orilla, en pleamar. (Foto Turismo de Francia).
Un espectáculo maderero que hace frente a las potentes mareas que azotan la ciudadela todo el año, sobre todo, cuando hay luna llena. Pero especialmente, en marzo y septiembre… Estábamos de suerte. La luna lucía llena la noche anterior. Mientras los chicos de ‘Meute’ hacían sonar nuestros nombres en la tuba y el trombón.
De nuevo, las mareas acompasando nuestras emociones. Costaba creer que aquel paseo pudiera llamarse ‘de las Flores’… De sal, sin duda, pues era un mar desbordado de vida.
Algunos rincones, como el ‘fuerte Nacional’, quedan totalmente aislados pero visibles desde la calzada. ¡Imposible no evocar aquellos corsarios!
Varias casas de vistosos colores parecen sonreírle al mar, desafiantes, cuando éste avanza hasta 300 y 400 metros, los mismos que después baja (por fortuna). Dejando al descubierto toda una historia por escribir en la arena.

Saint Malo, con la arena al descubierto, es fuente de descanso para decenas de miles de turistas. (Foto Espiral21).
Erwan (variante bretona de Yves), tenía los ojos de idéntico color azul al mar de Saint-Malo, quizá de tanto mirarlo. Y su cara era un mapa de mareas, tantas como arrugas se le formaban al sonreír.
Aguardaba sentado en uno de los muchos bancos que bordean el paseo a rente del muro. Y lo hacía hasta el límite, esto es, hasta casi el último minuto de la ola más cerca. Seguramente, esperaba la pleamar completa.
Era lo que se dice un viejo ‘lobo de mar’, un pescador demasiado mayor para seguir siéndolo, pero con demasiada agua de mar en las venas como para abandonar… Así que se había reconvertido en artesano de la madera, como los pilones, de pequeños ‘souvenirs’ marineros.

Saint Malo desde el interior de las murallas es un bullicio comercial y turístico que bien vale la pena.
Sonreía a solas viendo como yo me empeñaba en mojarme los pies al vaivén de las olas, demasiado rápidas para mis previsiones. Yo corría descalza arriba y abajo sin conseguir controlar hasta dónde quería bañarme y hasta dónde no. (El reboso era incontrolable).
Para cuando desistí, este bravo mar ya me había empapado hasta las caderas. Vestida, claro… Me hizo una seña con la mano para que me acercara, agitándola con una amplia sonrisa (y todo su mapa de mareas en la cara).
Tendió la mano para darme una de sus piezas de madera… Un pequeño zócalo pintado de azul, con una frase escrita en blanco: “Ici, la Bonheur se fait maison” (Aquí la felicidad es casera).
Me lanzó un ‘beso volado’ y me dijo : “éste es regalo de Erwan, c’est moi. La mer, c’est toi”. Y así supe su nombre. Sonreí empapada de mar y le devolví el beso. Saint-Malo cuelga a la entrada de casa con ganas de volver.

Saint Malo desde lo alto de uno de los tramos de las murallas, con la autora del relato. (Foto Espiral21).
Para seguir leyendo.
Relato 1. Lido de Venecia con ‘999 rojo’ en los labios.
Relato 2. Isla Tiberina, ángeles, tango y un beso en Roma.
Relato 3. París (Isla de San Luis), pan, vino y felicidad.
Relato 4. Monte Saint Michel, la isla de Normandia que deja de serlo.
Relato 5. Saint-Malo la joya de la Bretaña donde ‘la felicidad es casera’.
Relato 6. Stonehenge, un misterio para la eternidad.
Relato 7. Marken y Volendam te devuelven la libertad sin etiquetas.
Relato 8. Sopot la orilla polaca que permite salirse del borde.
Relato 9. Helsinki donde la brisa lleva la sal a tus labios.
Relato 10. Miyajima, la isla sagrada de Japón en la que nadie nace ni muere.
Relato 11. Playa de Las Canteras, siempre fiel cuando la vida te desborda.
Relato 12. Tokio Disneyland es una fiesta al aire libre.
Relato 13. Otaru, la bahía japonesa donde canta el amor.
Relato 14. Sáhara, ‘nosotros tenemos relojes, pero ellos poseen el tiempo’.
Relato 15. Gaztelugatxe, donde las campanas resuenan más que el Cantábrico.
Relato 16. Hondarribia, el saludo de Euskadi a Francia desde la orilla.
Relato 17. Oporto, la posta más aclamada de Portugal.