Rubiales: obscenidad y abuso
"No me interesa los pormenores de sus banales alegaciones sobre una conducta inaceptable, porque no quiero conocer los considerandos acerca de su dimisión, puesto que sus actos y gestos lo retratan"
Seguimos revictimizando a las mujeres, y esto no es nuevo. Por no mostrar su desaprobación lo suficiente, por no manifestar su asco lo bastante y, sobre todo, por cerrar los ojos ante la vergüenza, el pudor o la intimidación, que la invadía. Global, por cierto (ante la mirada del mundo entero, literalmente).
¿A quién más le suena…? Cuando el primer fallo judicial de ‘la Manada’ invirtió de manera perversa la carga de la prueba para la víctima, recordaremos que condenada a demostrar que era víctima y no parte actora de la agresión, todo un estadio de fútbol (el del Osasuna) coreó a gritos que sí hubo violación en aquella agresión.
La sociedad entera se echó a la calle demandando que la justicia no podía permanecer tan sorda, Pues bien, aquí y ahora, más allá del fútbol o el ámbito del deporte, la misma sociedad entera y el mundo al completo se interroga sobre la ceguera de una Jefatura de Estado y del gobierno de una nación.
Como ciudadana de este país, como mujer del siglo XXI, como cronista desde estas páginas de cuanto acontece, no me interesa saber qué piensa un individuo que actúa pública y notoriamente de semejante forma, usando y abusando de su poder.
No me interesa los pormenores de sus banales alegaciones sobre una conducta inaceptable en una sociedad como la actual, porque no quiero conocer los considerandos acerca de su dimisión, puesto que sus actos y gestos lo retratan ‘per se’.
(No puedo descender a semejante nivel en mi dialéctica)
Lo que sí exijo saber como electora, como votante de esta democracia y sobre todo, como abogada, es el por qué, bajo el mandato de la ley reguladora vigente que nos ampara a todos por igual, este personaje no ha sido inmediatamente cesado del cargo por su escandaloso comportamiento. Insisto, ante la mirada del mundo al completo.
No entraré, desde esta tribuna, en la posible imputación por su acoso desde la legislación laboral, pues todas las jugadoras son empleadas de la federación. No me toca a mí, ni aquí ni ahora.
Creo que la propia Jenni Hermoso lo dejó bien claro, de viva voz en sus redes sociales, con su “No me ha gustado nada”. No quiero ni imaginar las posibles presiones que podría haber recibido ya la jugadora, viendo cómo dicho personaje la implica directamente como parte activa en ese desacertado vídeo difundido forzadamente con calzador (Tras los insultos a diferentes medios por verter sus opiniones).
Presumo, sin embargo, las lágrimas que habrán derramado todas ellas y el resto de jugadoras, no seleccionadas para el Mundial, por los esfuerzos realizados en sus vidas para llegar hasta esta cima en el universo del fútbol; lo que habrán soportado por el camino para defender sus sueños para que, ahora, esta victoria se vea empeñada. Y empañada, quizá, por lo que la verdad esconde.
Imagino también las, seguramente, vertidas por tantas niñas y muchachas que recién empezaban a construir este mismo sueño viendo la progresión de nuestras campeonas, ante una nueva mirada de la sociedad hacia el fútbol femenino (no nos engañemos).
Me atrevería también a especular sobre los temores albergados por los padres y madres de tantas otras que vendrán detrás, ante los posibles riesgos que podrían correr en la esfera personal de sus vidas a cambio de una carrera deportiva.
No me cabe la menor duda de que muchos de esos progenitores habrán reculado en su apoyo familiar, ni de que muchas de ellas, directamente, se habrán asustado o interrogado sobre si vale la pena.
El daño ocasionado a futuro a esta lucha en femenino, a una joven cantera, es tan incalculable, que me ceñiré sólo a los sujetos actores de esta escena en concreto. Protagonistas y de reparto, también.
Y por ello, presumo las lágrimas no sólo de todas ellas, preguntándose si volverán a ser alineadas como jugadoras y como mujeres, qué más les queda por demostrar llegados a este punto. No, no sólo ésas.
Me atrevo a imaginar, por qué no, las de la Reina Letizia en solitario, ante la impotencia de ver a su propia hija, la Infanta Sofía, en las imágenes difundidas por las fotos y vídeo de lo sucedido por todo el planeta, irremediablemente. Por el hecho mismo de haber estado tan cerca de un sujeto que degrada el respeto a la mujer hasta ese punto y además parece jactarse de ello, calificándolo como “algo que pasa”. La rabia que podría sentir por verse a sí misma en dichas fotos, ocupando portadas y titulares de todas las cabeceras del mundo, en diferentes idiomas pero con un mismo mensaje: la obscenidad y abuso mostrados a un tiempo compartiendo el mismo palco.
Y el mismo encuadre fotográfico, sin remedio y para que nadie lo olvide. Cuando ellas sólo querían como mujeres, como madre e hija, como dos compañeras compartir y celebrar un momento histórico.
Inevitablemente, comparto también, aquí y ahora, aquella frustración infantil que sufrí cuando, además de las zapatillas de ballet, quise tener la pista de coches ‘Matchbox’ para hacerlos correr… ¿Cómo puede ser que hoy me invada la misma tristeza de aquella mañana de Reyes?