Príncipe, las islas turcas donde separas las nubes con las manos
Historias con huella, relato 11. La autora cruza el Mar de Mármara junto a Murat, un joven turco que le señala las vistas de la Büyükada desde las que divisa toda la cornisa de Estambul. Una belleza de embrujo sorprendente porque en la isla está prohibido el tráfico rodado
#NuevaNormalidad… ¿De veras? Siento que tengo que separar las nubes con las manos para volver a ver el cielo del mismo modo. Bendita memoria la que, de nuevo, me trae su estrofa…
“Pienso que un sueño parecido ya no volverá más
Y yo me pintaba las manos y la cara de azul
Y después, de improviso, el viento rápido me llevó
Y me hizo volar en el cielo infinito”
La voz de Domenico Modugno me rescató de la nostalgia que me invadió al despedirnos, finalmente, del Egeo. Sonaba en la radio del coche que nos veía partir rumbo a otro país… A unas seis horas más arriba de las Calcídicas.
Eso sí, bordeando la costa hacia el Noreste del Egeo y dejando atrás Tesalónica, la patria de Alejandro Magno, en busca de otros aromas.
Se hacía inevitable rodar un poco por tierra antes de volver a mojarnos los pies. Pero ya sería en otro mar…
Demasiado europea para tratarse de Asia y desmesuradamente asiática para ser Europa. Y sin embargo, sientes ambas orillas. Oriente y Occidente.
Antes de volver a lanzar los dados de isla a isla (y tiro porque me toca), hacemos una parada obligatoria en la ciudad que te seduce con la mentira, pero te conquista con la verdad. Estambul.

Islas Príncipe constituyen una extensión turística prioritaria en Estambul. (Foto Turismo de Turquía).
Imprescindible para embarcarnos rumbo a la próxima porción de tierra rodeada de mar… El Mar de Mármara y las Islas Príncipe. Renunciamos pues al manto de la eternidad de aquella de la que el escritor turco, Orhan Pamuk, dijo: “La ciudad que no tiene otro centro sino nosotros mismos”. Y nos mojamos los pies con las aguas que la bañan al sur.
Nos subimos al barco que nos llevaría a las Islas Príncipe. Imposible no caer en la ensoñación por el solo hecho de saberte navegando por el Mar de Mármara.
Sí, es cierto que, en realidad, está conectado con el Egeo por el paso de los Dardanelos. Pero eso hubiera sido otra aventura mucho más complicada en la práctica, pues griegos y turcos siguen teniendo serias tensiones en sus aguas.
Así que lo mejor fue decantarse por nuestra particular ‘ruta 66’ costera, mucho más ‘novelera’, y sin renunciar al salitre en la piel. Después de todo, si no, me habría perdido a Domenico Modugno…
“Volar, oh oh.
Cantar, oh oh
En el azul pintado de azul,
Feliz de estar allí arriba”
Ya en el propio Estrecho del Bósforo compruebas que los estambulíes son mucho más bulliciosos que los griegos y, tras zarpar en transbordador desde el muelle de Eminönü como un estambulí más, en medio de tantas ‘barquillas-restaurante’ que están atracadas, encaramos una nueva navegación.
Imposible no volverse a mirar, como la mujer de Lot, para contemplar desde el agua una de las vistas más auténticas de la Torre de Gálata. Por aguas muy tranquilas, la verdad, pese a estar sobre una de las fallas sísmicas del planeta.
La verdad es que hasta que llegas a las Islas del Príncipe, las impresionantes vistas no te abandonan en ningún momento…
La centenaria estación de trenes de Haydarpaşa, desde donde en otros tiempos salían trenes a Bagdad, o el suntuoso Palacio de Dolmabahçe. Son fachadas de las ‘Mil y una noches’, todas ellas. Disfrutas de todo el esplendor de Estambul desde su ensenada más plácida.
¡Cuidado que no nos embruje tanta belleza porque Estambul tiene ese peligro! Recordemos que íbamos rumbo a una isla, a una pequeña porción de ese remanso.
En realidad, es un archipiélago de nueve (ocho islas más un islote), y todas tiene tanto nombre griego como turco. Así que digamos que fuimos a la del ‘Prínkipo’ o Büyükada, la mayor de ellas, directamente, que no la más cercana.
Así que la travesía (una hora más o menos), dio tiempo para comer los ‘zeytinyagli dolma’ (hojas de parra rellenas de arroz), y su postre de ‘baklavas de pistachos’ (pastelitos de pasta ‘filo’ y crujientes pistachos), que habíamos comprado antes de embarcar.
Los ‘baklavás’ los compartimos sin remedio con Murat, de 12 años y en plena excursión con sus compañeros de fútbol. Ambos nos repartimos un rinconcito de la proa del barco y el cariño de un gato con antifaz, mascota del Ferry.
Este muchachito de cándida pero intensa mirada azul, practicó su inglés conmigo convencido de que, si me llamaba Nadia y tenía la tez morena, muy occidental no debía ser yo.

Sobre el Bósforo. Nadia Jiménez con Murat (izquierda) y otro compañero de viaje, camino de las Islas Príncipe. (Foto Espiral21).
Nos dio algunas claves sobre el itinerario a seguir y dónde disfrutar de la mejor vista desde lo alto. Se bajó del barco convencido de que Dios me había bendecido con casarme con un extranjero y marcharme a Occidente. Me pidió un beso y una foto, y no hubo quien lo convenciera de lo contrario.
La isla fue el hogar para Trotski cuando Stalin lo desterró. Y en esta isla terminó de escribir su ‘Historia de la Revolución Rusa’, además de su autobiografía, y de pescar cangrejos también durante más de cuatro años (Según cuentan).
Pero más allá de esta curiosidad histórica (pues la vivienda ni siquiera ha sido reivindicada o protegida como museo), tus dos primeras impresiones al pisar Büyükada son…
Realmente, mientras navegaba, he debido pasar por una especie de ‘triángulo de las Bermudas’ o algo así, porque la sensación de haber viajado hacia atrás en el tiempo es una total certeza (debido a su fisonomía urbanística).
Y la segunda, por más prosaico que esto pueda sonarte… El tremendo olor a caca de caballo por todas partes (no aroma, olor). No sé si, siendo totalmente fiel a mi percepción, debería decir ‘hedor’…
(En serio, casi agradecerías tener una de estas mascarillas como las que debemos usar ahora, para hacer más soportables los paseos cuesta arriba y cuesta abajo por sus preciosas calles).
Y es que en todo este archipiélago está prohibido el tráfico rodado, salvo la ambulancia y es eléctrica. Así que el mejor modo de visitarla es montarte en uno de los vistosos ‘faetones’ o carruajes de caballos.
Claro que si calculas que entonces vas a ir en la retaguardia de dos cuadrúpedos, a la espera de lo que vayan expulsando, seguramente acabarás por hacer lo que nosotros. ‘Momento San Fernando’, o sea, un ratito a pie y otro andando.
De este modo, elegirás tú el recorrido y respirarás el único aire puro exento de gases nobles que te permita la isla. En serio, no había rincón que no te recordará la presencia de tanto caballo.
Pero merece la pena. Es el mejor secreto de Estambul, después del ‘hammam’ de Cemberlitas.
Desde el mismo instante en que desembarcas, eres consciente de que has hecho un doble viaje: geo-espacial y geo-temporal. Sin duda. Quedarás preso como Ulises de esta orilla, embelesado con el encanto de lo natural.
Flores, gaviotas, carrillos de helados, bicicletas yendo y viniendo. Y caballos, claro. Pero un azul ‘pintado de azul’ en el cielo como nunca antes vi. El azul que escuché en la canción y el de la mirada de Murat.
De verdad que no creerás que pisas suelo turco. El pasado armenio, griego y sefardí está presente en cada rincón con sus casas de madera. Es tan bucólica que algunas callecitas parecen puestas ahí sólo para la vista del visitante. Pero, en absoluto.
Como suele decir un turco: “Si un gato se para a tus pies y te maúlla, es que la vida te sonríe”. Y así fue en las islas del Principe.
Leer el resto de los relatos:
1. Puerto de Las Nieves donde los besos eran robados con sabor a salitre.
2.Procida la isla del limoncello que sedujo a Neruda.
3. Sicilia es irrepetible, pero el cine la hizo eterna.
4. Malta, en el Mediterráneo al encuentro de Corto Maltés.
5. Brindisi el tacón de la bota de Italia que reina en el Adriático.
6. Santorini, la mayor belleza de otro tiempo.
7. Naxos, donde los sueños se vuelven azules sólo si te descalzas.
8. Ikaria, las alas de cera más longevas de Europa.
9. Patmos resucita tu boca en los cielos.
10. Calcídicas, los tres dedos de Eolo en el Egeo.
12. Acre, donde el mar se paró en Tierra Santa.
13. Mar Muerto, el gran lago salado en el desierto del Qumrán.
14. Mar de Galilea, donde el Pez de San Pedro pasa de plateado a dorado.