Playa de Las Canteras, siempre fiel cuando la vida te desborda
Con el deseo de viajar, relato 11. La autora recomienda vivir la playa para respirar por impulsos y atesorar cada bocanada de aire que tomas, nadar en sus aguas y dejar de correr, sentirse en paz con la sola esencia de saborearla, sin más apego a nada que no sea el propio aliento
#GanasDeVolver a sentir que la vida me sorprende con sólo abrir los ojos, antes incluso de llegar a la esquina, con cada paso. Ganas de volver a recuperar el gusto por lo singular, en vez de ansiar la normalidad ya conocida y que no termina de llegar.
Ganas de volver a conquistar lugares a fuerza de reconquistar recuerdos. Y ganas de volver a ver, al final de un año, que no nos sobró ninguna hoja del calendario, que supimos bien qué hacer con cada una de las doce.
Porque todas tuvieron un ‘vuelo’. Aún lo tienen. Son como ese pájaro azul que saliste a buscar lejos y que, de pronto, descubres ante tus ojos. Acaso pueda este ‘vuelo’ convertirse, inesperadamente, en el más cercano de tus largos viajes…
Y es que arropar a la memoria con lo más próximo es una tarea que requiere mimo y dedicación, pero sobre todo, tiempo. El mismo que te brinda cada amanecer. Volvamos de fuera a dentro antes de que acabe el año.

Playa de Las Canteras, desde La Cícer. Cualquier lugar puede convertirse en escena de un sueño. (Foto Espiral21).
Sólo es necesario que el viento no te detenga, sino que te sirva de impulso. Después de todo, cualquier lugar puede convertirse en escena de un sueño. Pero hay lugares que, sólo el hecho de tenerlos cerca, ya es un sueño en sí mismo.
A mí esto me pasa con la Playa de Las Canteras, distinta cada día y tras cada marea. Es otro ser vivo más, que te sorprende con cada cambio. Una ola de más o de menos, una orilla que dibujas en cada baño. Y en la arena de ayer, nuevas huellas de tus pasos de hoy
Siempre ahí, en continuo movimiento. Siempre preparada para cuando la vida te desborda. Lista para que su magia no te falte nunca. Después de todo, el primer viaje de muchos. Y sin duda, el más libre.
Agua salada en las venas de todos ellos, de tanto beberse el mar a besos. Porque lo mismo te das un baño en los colores del arco iris, justo allí donde el inmenso arco hunde sus brazos en las aguas, que te sumerges en la espiral del vuelo raso de una gaviota.

Playa de Las Canteras, lista para que su magia no falte; a la dcha., una caseta de hamacas, a la altura de la clínica San José- (Foto Espiral21).
Nadar en sus aguas es dejar de correr y sentirse en paz con la sola esencia. (Y ser consciente de que se ha hecho algo insólito, disfrutando de esa soledad que te brinda la propia compañía, y la promesa de un amor en la orilla).
Vivir la playa es respirar por impulsos y atesorar un sinfín de vivencias en cada bocanada de aire que tomas. Saborearla es aprovechar la fortuna de un momento inesperado que te regala la vida, cada vez. Sin más apego a nada que no sea el propio aliento.
Y siempre el mar, equilibrio mismo de la existencia de tantos canarios, dando sentido a los sentidos, mientras el mundo no para de girar a la velocidad del resto.
En semejante contexto como el actual, con ‘toque de queda’ incluido… ¿Cómo no detenerse en esta orilla, al menos, momentáneamente? Como si fuésemos una de esas muñecas japonesas, ‘okiagari koboshi’ (parecen una peonza que siempre se mantienen de pie).
Susurrada en la nuca, esta brisa tan familiar de la Playa de Las Canteras, y a sólo una vacuna del próximo avión, elijo bañarme de nuevo en sus aguas como declaración de amor a la vida. Y sus olas, por toda poesía.
Con ganas de volver a empezar un año, elijo el horizonte de la Playa de Las Canteras, porque tiñe de infinitos colores la realidad más inmediata.

Playa de Las Canteras en un ocaso del invierno de 2020, con la montaña de Guía y El Teide en el horizonte. (Foto Espiral21).
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